Berlusconi
Bernardo González Solano
Se acabaron los golpes de efecto y los malos trucos de magia, sin ases bajo la manga, y aunque hasta lo último Silvio Berlusconi (77 años), y sus aliados se comportaron como pésimos histriones políticos, sin lograr mayores resultados, a las 17.42 horas (tiempo de Roma) del miércoles 27 de noviembre, el empresario más rico del país —y tres veces primer ministro de la República Italiana— oficialmente perdió su calidad de senador (obvio, el fuero), por disposición de la propia mayoría senatorial reunida en su sede, el palacio Madama. La Cámara alta pasó una negra página de la historia de este país expulsando de sus filas al personaje condenado por la justicia por fraude fiscal al aplicar la llamada ley Severino, que dispone que son indignos de mantenerse en su escaño todos los políticos condenados a más de dos años de cárcel en sentencia firme.
La expulsión del debatido personaje —que se mantuvo en el parlamento de forma ininterrumpida durante 19 años— no se produjo por una diabólica confabulación de las fuerzas del mal, ni tampoco por falta de apoyo electoral, sino simple y llanamente por una disposición anticorrupción democráticamente aprobada. El 1 de agosto último, el Tribunal Supremo condenó a Berlusconi a cuatro años de prisión por el fraude fiscal en el caso Mediaset. Como cualquier pillo y por su irrefrenable “tendencia a delinquir”. Nada más, nada menos.
Al término de un bochornoso debate —nueve órdenes del día presentadas por Forza Italia, el partido del excavaliere, que fueron rechazadas una a una por la mayoría con mano levantada—, el presidente de la Cámara alta, Petro Grasso, proclamó a las cinco de la tarde con 42 minutos, la deposición inmediata del expresidente del Consiglio dei Ministri.
Un día amargo
Con cinismo que pasma, el líder (anti)histórico del centroderecha italiano, poco después de la votación del senado, declaró frente a varios centenares de sus partidarios reunidos ante el palacio Grazioli, su domicilio romano: “Hoy es un día amargo, un día de duelo para el derecho y la democracia… No me voy a esconder en un convento. Seguiré aquí, con ustedes. No se desesperen si el líder del centroderecha no está en el Senado. No es necesario para seguir política. Saben que hay líderes de otros partidos, ahí está (Matteo) Renzi o (Beppo) Grillo, que dirigen sus formaciones y no están en el Parlamento”. Y con toda la amargura del momento, agregó: “Brindan (los senadores) porque han llevado a un adversario, a un enemigo, ante un pelotón de ejecución, que es lo que llevaban esperando desde hace 20 años. Por eso están eufóricos… pero no creo que con esto hayan vencido definitivamente el partido de la democracia y la libertad”. El magnate se quedó sin ideas, sin chispa, ni siquiera para esbozar una broma (a las que era tan adicto) para disimular, con cierta elegancia, los momentos agónicos de su expulsión.
Después de 30 minutos de hablar en forma desmadejada, sin fondo, con voz de anciano llorón, sólo pudo hacer una cita incierta: “Los convoco para el inicio de la próxima campaña electoral, que será una campaña por la libertad. Les aseguro que no olvidaré jamás esta jornada”. En pocos minutos, Berlusconi dejó de parecerse a Berlusconi. Ya había pasado el momento que cuando no ganaba il Cavaliere perdían los demás. De pronto se le perdió el conejo en el sombrero, se quedó sin chistes, sin cheques o amenazas para salvar las situaciones adversas. Todo se derrumbó…
Tras las faldas de la “novia”
El macho italiano quedó oculto tras la máscara de sus cirugías plásticas. Sus divorcios le causaron mella. Y empezó a aparecer la mascarada del padrote que siempre quiso ser. Ahora se cobija con las faldas de su última novia, la hermosa Francesca Pascale, de 29 años, que hizo un llamamiento… nada menos que al papa Francisco —hágame el re…canijo favor— para que intervenga a favor del exprimer ministro. Incluso, dijo al Corriere della Sera que pensaba pedir el indulto al presidente Giorgio Napolitano: “pensaba escribir yo misma la carta. Sus hijos estaban de acuerdo. Pensaba ir al Quirinal (palacio presidencial) con Napolitano, pero comprendí que me habrían cerrado las puertas”. Ni que lo diga, pues el anciano presidente Napolitano (1925), elegido desde 2006 y reelegido este mismo año, hastiado de que Berlusconi denunciara, una y otra vez, un “golpe de Estado” en contra suya y agregara que merecía el “indulto” aun sin necesidad de pedirlo, envió un boletín a los medios en el que no dejaba lugar a dudas lo que pensaba al respecto: “No se han producido las condiciones para conceder la gracia al exprimer ministro Silvio Berlusconi”. Más claro ni el agua.
Pero la joven Pascale no perdió la oportunidad de manifestarle a Berlusconi su apoyo: “Quisiera alejar a mi hombre de quienes lo odian para evitarle los golpes y las injustas humillaciones, pero me doy cuenta de que es algo que él no haría, no se reconocería mirándose al espejo y no lo reconocería tampoco yo”. Aunque su fuerza política indudablemente mengua, la fortuna de Berlusconi es altísima. La revista Forbes la calculó en 2011 en 7.8 mil millones de dólares basada en un enorme emporio de televisiones y prensa escrita en Italia. Le llaman el ciudadano Kane de finales del siglo XX y principios del XXI. En tierra futbolera, Berlusconi no podía ser menos, también es propietario del equipo Associazone Calcio Milán (AC Milán) desde 1986, que ha sido considerado cuatro veces como el mejor equipo del mundo.
Con tantos intereses en juego, il Cavaliere cuenta con el apoyo de sus hijas. La mayor, Marina, presidenta del conglomerado Fininvest —que según informaciones confiables controla el 45% de la audiencia y el 60% de la publicidad de todo Italia— y de la editorial Mondadori, opinó que la expulsión de su padre del Senado “no afectará su liderazgo, ni sus compromisos políticos”. Asimismo, Bárbara, la mayor de los tres hijos del segundo matrimonio de Berlusconi, salió en defensa de su progenitor y calificó la expulsión del Senado como “una violenta operación política”. Por falta de defensa por parte de sus mujeres, no podía quedar.
No pisará la cárcel
Así las cosas, la frenética huida hacia adelante de Berlusconi —al menos en el campo de la política— parece haber llegado a su fin. Ahora, el impune empresario político a lo largo de casi veinte años ya no cuenta con impunidad parlamentaria, y conoce el miedo de que el día menos esperado la justicia le toque a la puerta, aunque de antemano sabe que no pisará la cárcel por su edad: a punto de los 78 años. Dos días después de perder el fuero, otro tribunal lo acusó de sobornar testigos para que dieran testimonios falsos en un juicio vinculado con el caso en el que el exprimer ministro fue condenado por pagar para mantener relaciones sexuales con Ruby, entonces menor de edad. Además, tiene pendiente la apelación por la sentencia de divorcio de su segunda esposa, Verónica Lario. Y la audiencia preliminar del juicio por la supuesta compra en 2007 del senador Sergio de Gregorio para que cayera el gobierno de Romano Prodi. Y su impugnación a un año de prisión por violar el secreto sumario con la publicación de intervenciones ilegales de teléfono en el periódico Il Giornale que pertenece a su hermano menor, Paolo. Más lo que aparezca.
Cuando Berlusconi perdió a su delfín, Angelino Alfano, hace pocas semanas, junto con varios diputados y senadores que militaban en las filas del Pueblo de Libertad (PDL), quedó sin veneno, ahora, ya le cortaron el aguijón y, por si algo faltara, ya no podrá usar el título que tanto le gusta, el de Cavaliere dell´Ordine al Merito del Lavoro, concedido por la Presidencia en 1977. Y dormirá, si puede, sin fuero. Ojalá que la expulsión de SB del Senado sea el comienzo, ahora sí, de la regeneración de la política italiana, tan vituperada en las últimas dos décadas.

