Eve Gil
…A lo largo de nuestra vida vamos descubriendo poco a poco nuestro verdadero yo; y a medida que lo descubrimos, perdemos parte de nosotros mismos…
Los años de peregrinación del chico sin color, p. 180.
Un inquebrantable grupo de cinco amigos universitarios, número impar: tres varones y dos chicas. Su única regla: no involucrarse sentimentalmente entre ellos, aunque de hecho ninguno tiene una relación amorosa fuera de ese pequeño núcleo. Es como si el mundo empezara y terminara en ese espacio deliciosamente privado, como si sólo existieran los unos para las otras, y viceversa. Tal es el grado de compatibilidad entre los miembros de esta peculiar pandilla, que sólo esforzándose mucho se percatan de que uno de ellos carece de algo que los demás tienen: color, y esto, de alguna manera, habrá de convertirse en una suerte de maldición para Tsukuru Tazaki, protagonista de la más reciente novela de Haruki Murakami, Los años de peregrinación del chico sin color (Tusquets, México, 2013, traducción del japonés: Gabriel Álvarez Martínez), cuyo nombre propio no incluye ningún color, como sí los nombres del resto de sus entrañables amigos.
En esa época de la vida, en que los amigos suplantan a la familia, por lo general lejana, al joven Tsukuru, que pareciera el más independiente del grupo —pero no lo es— la vida le depara una pérdida dolorosa e inexplicable. Un día cualquiera, se percata de que ninguno de sus amigos quiere recibirle las llamadas, tampoco le devuelven sus mensajes. Tsukuru no tiene la menor idea de lo que sucede, hasta que uno de ellos se atreve a recibirle la llamada y le expresa, claramente, que no quieren saber nada de él, que por favor no los vuelva a buscar. Tsukuru se queda prácticamente sin habla, no sabe qué decir… no pregunta… se queda, como él mismo afirma, vacío. Aunque tiene la ventaja de que es el único de los cinco que ha decidido marcharse de Nagoya, su ciudad de origen, para estudiar en Tokio, Tsukuru empieza a albergar ideas de suicidio y el dolor lo transforma paulatinamente en otra persona, circunstancia que no necesariamente tiene que ver con la maduración, pues al cabo de dieciséis años, cuando cuenta treinta y seis y ya es un ingeniero especialista en diseño y construcción de estaciones de tren, continúa acarreando una pesada carga de nostalgia e incertidumbre, al grado de no haber logrado establecer ninguna relación sentimental duradera con una mujer, y sólo alguna amistad, intensa pero fugaz, con un misterioso y ambiguo joven cuyo nombre, Haida, también incluye un color (gris)… hasta que aparece en su vida la encantadora Sara, la primera mujer por la que se siente poderosamente atraído, y quien lo convence de resolver ese episodio de su vida que no le ha permitido romper la caparazón emocional donde se ha guarecido durante prácticamente toda su juventud.
No es fácil, no de momento, definir cuál es la “obra maestra” de Haruki Murakami, porque cada nueva novela parece mejor que las anteriores, sensación que se repite con Los años de peregrinación del chico sin color. Al menos, es lo que el lector cree mientras vive inmerso en la propuesta del libro del momento. No me atrevería a afirmar que esta nueva novela de Murakami supere, por ejemplo, a Kafka a la orilla —la que, personalmente, considero su gran novela— o 1Q84, pero es, por decirlo así, y contra lo que se ha escrito al respecto, la menos “mágica” de sus novelas y la que más se aproxima, ¡y mucho!, al thriller psicológico.
Ese elemento “sobrenatural” que caracteriza en forma muy particular a 1Q84, está prácticamente ausente en Los años de peregrinación…, y si bien la cuestión onírica, que bordea prácticamente toda la obra de este autor, juega un papel importante, no es —como en Baila, baila, por ejemplo— contundente. Los sueños de Tsukuru pudieran tener cierto ingrediente simbólico… se parecen mucho a los sueños erótico-freudianos que cualquiera ha tenido en algún momento de su vida, y contribuyen a explicar ciertas cosas a un nivel inconsciente… pero, por fortuna, Tsukuru no se psicoanaliza. La primera parte del título de la novela, por otra parte, es un homenaje a Liszt y una alusión más a la parte melómana de Murakami que, podrá prescindir de algunos elementos que algunos, erróneamente, consideran “distintivos” de él —cuando en realidad lo son de prácticamente cualquier autor japonés, producto de una cultura que continúa dejándose seducir por la magia y el misticismo; sus leyendas y su mitología— pero no de la música, que aquí, como en toda su obra, suena a raudales, y va desde Barry Manilow hasta los más sofisticados jazzistas contemporáneos.
Sara, que trabaja en una agencia de viajes y está muy familiarizada con la tecnología y las redes sociales, no tarda en dar con los datos de localización de los antiguos amigos de su novio, y éste accede a emprender la búsqueda de los tres que sobreviven, pues uno de ellos ha sufrido un desenlace trágico que incrementa la sensación de estar leyendo un thriller, pues ahora Tsukuru no sólo necesita conocer la razón por la cual se le excluyó abrupta y radicalmente, sino la posible causa de ese asesinato, el cual podría estar indirectamente —o no tanto— vinculado con él, y cuya víctima parece ser la causa por la que Tsukuru fue cruelmente expulsado de un grupo que, no tardará en descubrir, no volvió a ser el mismo tras lo ocurrido con él.
Con Los años de peregrinación del chico sin color, Murakami pone un poco en aprietos a sus reseñistas, al menos a los que consideramos sagrado el derecho del lector de descubrir por él mismo las partes más emocionantes o desconcertantes del libro, pero el periplo del protagonista tras sus inolvidables amigos —la Ítaca viviente de este Ulises ultracontemporáneo— llega a convertirse en un doloroso viaje introspectivo, y las dudas respecto a éstos se vuelven en contra del propio Tsukuru que termina por preguntarse quién es él en realidad; de qué ha sido —o puede llegar a ser— capaz. Lo que Tsukuru busca en realidad no es una explicación: se busca a él mismo, al chico sin color. Busca aquello que ha creado un vacío inmenso dentro de él… y va mucho, pero mucho más allá de lo sugerido al principio…
…como en la narrativa toda de Haruki Murakami.