Susana Hernández Espíndola
A partir del día 16 y hasta el 24 de diciembre se lleva a cabo en México la celebración religiosa de más purísima esencia mexicana: la “Novena Navideña” (es decir, el novenario que culmina con el alumbramiento de Jesucristo) o la festividad de las “posadas”, como más comúnmente se le conoce.
Este tradicional período conmemora la peregrinación que los esposos Santos, José y María, hicieron desde Nazareth hasta Belén, en donde pidieron posada para descansar, porque la mujer estaba a punto de dar a luz.
Las fiestas consisten en procesiones que, durante nueve días, se trasladan de una casa a otra cantando canciones tradicionales y, luego de ser rechazadas varias veces, finalmente son recibidas en el último hogar a cuya puerta tocan.
Origen en el siglo XVI
Las “posadas” se originaron en la Nueva España del siglo XVI, para aprovechar la coincidencia de festividades del calendario ritual indígena con el calendario litúrgico católico y sustituir los festejos prehispánicos por los cristianos. Según algunas investigaciones, el agustino fray Diego de Soria, Prior del convento de San Agustín de Acolman (en el Estado le México, cerca de Teotihuacán), viajó a Europa en 1587 y obtuvo del Papa Sixto V el permiso para a celebración de misas para festejar el “Aguinaldo”. Tales misas, debían oficiarse del 16 al 24 de diciembre.
Esta costumbre se generalizó en todas las iglesias de la Colonia y luego se convirtió en un período de fiesta popular tradicional que sustituyó a las fiestas en honor a Huitzilopochtli, dios de la guerra, aunque manteniendo su carácter religioso.
Al principio, la celebración se realizaba con las misas de la mañana; después se prolongó a la oración vespertina, con el rezo del rosario y la procesión de los peregrinos.
Ritual del siglo XIX
El ritual de las “posadas”, establecido en el siglo XIX, es el siguiente: los participantes en la procesión marchan de dos en fondo, con velitas en las manos, detrás de los “peregrinos”. Estas son representaciones de barro de la Virgen María, cabalgando sobre un burro, acompañada de San José y del Angel Guardián. Los peregrinos van pegados en una tabla que es sostenida por dos niños.
Mientras todos caminan lentamente, una dama canta una letanía que es contestada a coro con el “ora por nobis”.
Al llegar a su destino, un grupo reducido se separa de la procesión y se alberga en el interior de la casa, en tanto que el resto entona una balada para pedir alojamiento. Los de adentro contestan igual con cánticos, negando al principio la hospitalidad, temiendo que se trate de algún “tunante”, hasta que reconocen quiénes son y expresan jubilosos: “¡Eres tú, José; tu esposa es María. Entren peregrinos, no los conocía!”.
Una vez adentro, los peregrinos son colocados en el “Naci-miento” o el lugar de honor, mientras los invitados colocan las velas alrededor, se arrodillan y se atienden los rezos correspondientes.
A continuación, la dueña de la casa eleva una plegaria que es respondida con coros de hosannas por el júbilo de alojar a los Santos peregrinos.
Al término del rito, los anfitriones obsequian colaciones y otros dulces típicos de la temporada, simbolizando el ofrecimiento de alimentos a María y José.
El momento culminante es cuando se rompe la piñata y se saborea el “ponche” de tejocote, pasas y arrayanes, elaborado para la ocasión.
En la novena jornada, que corresponde a la Noche Buena, se sirve la magnífica cena de Navidad y se acuesta el Niño Dios en el Nacimiento, menester para el cual han sido escogidas dos madrinas que cantan la canción de cuna, mientras los demás contestan a coro: “A la rorro niño, a la rorro ya; duérmete bien mío, duérmete mi amor”.
Al sonar las doce de la noche, todo mundo se dirige a la iglesia para asistir a la “Misa de Gallo”, con la que concluye la festividad.
En crisis por la crisis
Actualmente, muchas de nuestras celebraciones tradicionales están en peligro de perderse debido a la penetración de costumbres sajonas que nada tienen que ver con nuestra idiosincrasia y que, sin embargo, se permite que sean alentadas por la televisión comercial, en contubernio con grandes mercaderes. Así, las colaciones, que antaño se vendían a granel, hoy vienen embolsadas con nombres en inglés y se organizan “posadas” en hoteles de lujo, discotecas, bares y cantinas, con grandes bailes y barra libre, en tanto que los almacenes se llenan de santos de plástico, hieleras, cocteleras, sandwicheras, y toda clase de vinos de importación, para festejar la Novena Navideña en medio de una dulzona intoxicación etílica.
A parte de esta crisis de valores no reconocida en forma oficial, tenemos encima la crisis económica que ha propiciado que una simple piñata alcance precios fuera de la razón. A esto hay que agregarle la deficiente garantía de una seguridad pública adecuada, que nos impide que cualquier “peregrino” logre alojamiento en nuestro hogar.
Las piñatas
Las piñatas tienen un origen incierto. Sin embargo, se cree que el italiano Marco Polo (1254- 1323), quien estuvo en China entre los años 1271 y 1295, las llevó a su país, junto con los hoy famosos espaguetis.
Los campesinos chinos tenían la costumbre de adornar recipientes, en forma de vaca o bueyes, con papeles de colores y les colgaban instrumentos agrícolas. Estos receptáculos eran la atracción principal de las fiestas del inicio de la primavera, que coinciden con el Año Nuevo Chino (11 de febrero), y eran rellenados con semillas de diversos tipos.
La gran diversión ocurría cuando los mandarines, con los ojos vendados y armados con varas de colores, rompían los envases derramando su contenido.
Ya como costumbre arraigada en Italia, los recipientes a quebrar -que eran jarros ásperos y sin decoración alguna, en forma de cono (en italiano “pigna”)- fueron denominados “pignattas”. Cuando el juego era practicado por la nobleza, los jarros se rellenaban con joyas y adornos apropiados a su posición social.
En el siglo XVI, este vistoso y alegre hábito fue llevado a España por los mercaderes italianos. Naturalmente la denominación cambió de “pignatta” a “piñata” y los ibéricos aportaron la decoración de los envases, que se realizaba con volantes y serpentinas.
Oscurantistas como eran, los españoles otorgaban sentido religioso a todas las ocasiones y no pasó mucho tiempo antes que designaran el primer domingo de Cuaresma como el “domingo de la piñata” .El momento culminante de la celebración era un baile popular de máscaras durante el cual se rompía una piñata (la piñata representaba al mal y el garrote con el que se quebraba, a la religión). Al término de la fiesta, venía un largo período de ayuno y penitencia.
Los colonizadores españoles trajeron las piñatas a México -fabricándose éstas con ollas de barro- y, era tal la diversión que les proporcionaba a los indígenas, que, con su ingenio y habilidad, las fueron perfeccionando.
Aunque siguieron conservando importancia religiosa ligada al período de cuaresma, en México el uso de piñatas también se relacionó con la celebración de la Navidad y las “posadas”. Además, en algunas regiones del país comenzaron a romperse durante la Semana Santa y, el sábado antes del Domingo de Resurrección se empezaron a llevar en procesiones por la calle, donde eran quebradas.
En la actualidad, las piñatas se rompen en el momento cumbre de una ocasión netamente social, como una fiesta de cumpleaños. Así, son vestidas de diferentes formas, según la celebración, y se rellenan con frutas, dulces, juguetes, cenizas, confeti y hasta con dinero en los bautizos.
Las figuras representadas por las piñatas son variadísimas. Pero ahora están de moda las que llevan la efigie del norteamericano “Batman” que, por supuesto, será garroteada con mexicana alegría.