Camilo José Cela Conde

Madrid.-Me ronda el recuerdo de que el cuadro por el que más se pago en una subasta es de Cézanne, ése lienzo que representa a dos hombres enzarzados en un juego de cartas. Me ha dado pereza comprobar en Internet si es así aunque no creo equivocarme. Pero para saber cuál es el libro más caro del mundo ni siquiera hace falta entrar en Google: se trata de una noticia de actualidad porque la casa de subastas Sotheby’s ha vendido esta misma semana por una suma de 14 millones de dólares el Libro de los Salmos traducido al inglés que fue impreso en Cambridge, Massachussets, en 1640. Se trata de uno de los 1700 ejemplares de la edición que es la primera que se realizó en lo que son hoy los Estados Unidos. Dicen los encargados de la sección de tesoros de la Biblioteca del Congreso de Washington, que es la mayor del mundo, que se trata del primer libro impreso de Norteamérica. Pero se equivocan. Me imaginaba que el primero de todos en ese continente, o subcontinente si se quiere, tenía que haberse impreso en el virreinato de la Nueva España que, por aquel entonces, disponía de buena parte del territorio hoy gobernado desde Washington. Pues bien; así es. Se trata de la Opera Medicinalis, un tratado de salud que editó Francisco Bravo en Ciudad de Méjico en 1570, siete décadas antes de que los colonos británicos se pusiesen a ello. Pero como es sabido que pretender que el mundo anglosajón reconozca los logros mejicanos resulta tarea inútil, demos por bueno el récord del Whole Booke of Psalmes Faithfully Translated into English Metre, el libro de cánticos con el que los puritanos de las nuevas tierras honraban la gloria divina y agradecían sus mercedes.

El cuadro de Cézanne se vendió a un precio más de diez veces superior al del libro de los salmos pero no estoy muy seguro de lo que significa eso. Las subastas son imprevisibles y sus resultados dependen de factores que se nos escapan. Pero la principal diferencia está en el modo de ser de un libro enfrentado al de un cuadro.

Los libros se atesoran; los cuadros, se exhiben. Todo español cuenta, dicen, con una novela guardada en el cajón del escritorio y si no la publica es porque ninguna editorial se anima a hacerlo mientras que lo de pintar es más bien un recurso extremo, casi terapéutico. Los pinceles son remedio para no pocas enfermedades del alma mientras que la pluma es una dolencia en sí misma; por eso se importó del catalán el concepto de letraheridos mientras que yo no sé de ninguna expresión que añada dolor, sangre o angustia a los cuadros. Los libreros, de viejo o no, y los galeristas son artesanos de gremios tan alejados entre sí que se dirían hasta opuestos; de ahí que hablar de los precios de los libros y de los precios de los cuadros lleve a cantidades inconmensurables: si se dividen, sale un número irracional. Un disparate, vamos. Quien pagó los casi doscientos millones por el Cézanne era aristócrata y musulmán. No sé nada de la persona que se quedó con el Libro de los Salmos pero seguro que va de otras claves.