En Morelia

 

En Morelia, el pasado martes 17 de diciembre, desfiló una manifestación convocada por la Confederación Patronal de la República Mexicana. En ella participaron empresarios, el arzobispo Alberto Suárez Inda, representantes sociales y ciudadanos “de a pie”, según la expresión de la lideresa michoacana de la Coparmex.

Hasta ahí todo habría sido normal, pero ocurre que en la marcha iba un nutrido contingente de la Policía Federal y otro de la Secretaría de Seguridad Pública de la entidad, el primero encabezado Teófilo Gutiérrez Zúñiga, coordinador de los federales en Michoacán, y el otro con un general a la cabeza: Alberto Reyes Vaca, titular de la SSP local. Excélsior, con una saludable dosis de mala leche, cabeceó: “Federales piden paz en Michoacán”.

Y por supuesto que los uniformados michoacanos y los enviados por el gobierno central tienen derecho a anhelar la paz, pero es dudoso que a ellos les corresponda pedirla cuando su deber es imponerla con la ley en la mano. Igualmente, no parece propio que los policías acudan como tales a una manifestación convocada por un organismo civil y bendecida por un dignatario religioso.

Las organizaciones civiles y los ciudadanos en forma individual o colectiva tienen el derecho constitucional de manifestarse a favor o en contra de lo que gusten siempre y cuando lo hagan pacíficamente. Pero no es el caso de las corporaciones policiacas, que hablando con precisión no tienen derechos, sino atribuciones, y una de sus atribuciones es combatir a la delincuencia, no pedir paz, porque eso entra en el terreno político, del que deben mantenerse al margen.

Varias consideraciones pueden hacerse sobre la presencia policial en una manifestación pública, entre otras, que los uniformados desfilaran armados, como se aprecia en las fotografías. Y algo más: mientras ellos marchaban, ¿quién protegía a la población? ¿Quién combatía a los delincuentes?

Hay, pues, varias razones que hacían improcedente la marcha de los policías, pero más allá de las transgresiones legales y constitucionales, no es un dato menor que los uniformados participen en un acto que tuvo como principal bandera la demanda de paz.

Cuando todos esperábamos que con el cambio de partido en el poder se abandonara la sangrienta estrategia del calderonato, se optó por continuar con el baño de sangre, olvidando que sólo con una política inteligente se pondrá fin al enfrentamiento entre mexicanos. Si ahora hasta los policías piden paz, el gobierno federal debería escuchar esa demanda.