Héctor Anaya

Necesidad de la costumbre

Tenemos costumbres y las necesitamos, como acto repetitivo que nos identifica con los iguales, los paisanos, los compatriotas, los correligionarios, los que se definen por un estatus socioeconómico, por la latitud en que se vive o por la longitud en que se habla. Del destino manifiesto de nacer y morir en el trópico o en la Antártida, entre la vegetación exuberante o el páramo de carencias, surge un modo de entender el mundo, de acogerse a él o rebelarse, de agradecer las bendiciones o reprochar las mal-diciones.

¡Cómo no celebrar en el hemisferio norte el Medio Verano15 que significará agua para las siembras, los animales y los hombres y cómo no hallar en el 24 de junio, el solsticio de verano –según los antiguos– ocasión de regocijo, si era el día más largo del año! Que a la vieja tradición le impusiera el Cristianismo el nuevo nombre de “día de San Juan”, el bautista, el bautizador de los niños, no resultó extraño, pues simple-mente a una vieja costumbre se le dio otro nombre, se le ofreció  nuevo ropaje, aun-que impensable en el hemisferio sur, ya que era propia de la parte boreal de Europa y del continente americano.

La Geografía determina, eso es obvio, pero también la Historia.

No podrán tener las mismas o parecidas costumbres los pueblos nórdicos que los australes, los nacidos en la tundra que los habitantes de las sabanas. ¡Cómo van a adorar al dios Hurakán, que veneran los caribeños, quienes sobreviven en Kalahary en espera de unas gotas de lluvia, mientras en las Antillas tratan de calmar la furia de los

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15James G. Frazer. La rama dorada. Fondo de Cultura Económica. México, 1944

huracanes, para que no inunden las siembras o agiten el mar e impidan la pesca!

¡Cómo van a celebrar los budistas el Día de la Santa Cruz de la misma manera que los albañiles mexicanos o los alarifes latinoamericanos, si la cruz es propia del cristianismo! Son latitudes distintas, pero también tiempos diferentes. El año nuevo gregoriano no ocurre al mismo tiempo que el chino o el judío, ni el Día del Niño es universal, ni el de la Madre o el del Árbol y tampoco la Navidad es global, ni las ma-ñanitas o el “happy birthday to you”, de la misma manera que el gazpacho no gusta a todos, ni el mole o las enchiladas son universales, el chop-suey, la sopa de golondrina, l’escargot (caracoles), la Soupe d’oignon (sopa de cebolla), el keppe crudo, la carne tártara, la sopa de rata, el guisado de zorra voladora (murciélagos gigantes) y tantos otros platillos exóticos, que requieren un paladar entrenado en esos sabores o estra-gado por esos alimentos, como quiera calificarlos el juzgador.

Somos lo que comemos

“Todas las personas –asegura Marvin Harris– conocen ejemplos de hábitos ali-mentarios aparentemente irracionales. A los chinos les gusta la carne de perro, pero

desdeñan la leche de vaca; a nosotros nos gusta la leche de vaca, pero nos negamos a comer la carne de perro; algunas tribus del Brasil se deleitan con las hormigas pero menosprecian la carne de venado” 14.

Habría que agregar que en México se comen, en Taxco y en Cuernavaca, pero también en otras ciudades: chinches del monte, insectos llamados jumiles, que se in-troducen vivos a la boca, , gusanos de maguey, hormigas chicatanas, hueva de mosco (ahuautli), pese a la prohibición bíblica*.

Y aunque de la maldición escapan las langostas, los chapulines o saltamontes, porque quedan exceptuados en vista de que sus patas delanteras son diferentes a las traseras. Pero al fin y al cabo, se trata de insectos. Pero también se consumen animales silvestres, que no gozan del beneplácito de los grandes gastrónomos, como el zorrillo o mofeta, la tuza, la ardilla, el tlacuache, el jaguar, el perro, el armadillo, el puerco

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14 Marvin Harris. Vacas, cerdos, guerras y brujas. Alianza Editorial.Madrid 1974                                              *  “Todo volátil que anda sobre cuatro pies, será para vosotros abominable”. Levítico 11:20

espín.

Son costumbres, hábitos alimenticios que nacen de la enseñanza familiar, de las normas o estilos de vida de un grupo determinado, que es educado para gustar de cier-tos platillos o alimentos, impensables en otro país, por muy vecino que sea. En Méxi-co, por ejemplo, se disfruta del chicharrón, que resulta del cocimiento en aceite del cuero del cerdo, que en Estados Unidos es despreciado (o era, tal vez, porque los mi-grantes mexicanos podrían estar imponiendo esa nueva costumbre gastronómica a sus actuales conciudadanos). A tal punto es importante esta diferencia de hábito, que la industria zapatera mexicana tiene o tenía que importar suelas naturales de Estados Unidos, cuya materia prima es el cuero, la dura piel de los cerdos, porque en México se la comían.

Un dicho mexicano, casi un apotegma, subraya el significado de identidad de los hábitos de comida: “por la panza los conoceréis, que se asienta en la más universal reflexión: “Somos lo que comemos”. Aunque otro dicho popular no sólo da cuenta del hábito gastronómico, sino también del tono bravío, machista, que entraña su consu-mo: “Aquí nomás mis chicharrones truenan”, traducido al inglés por Carlos Fuentes para dejar constancia de nuestra mexicanidad,  pero que  podría servir para que los jó-venes que hoy no utilizan los refranes o dichos populares, por considerarlos rancheros o propios de los abuelos, los reciclen en otro idioma, que refuerce su ideal cosmopo-lita o la pretensión de agringarse: Here only my fried pigskins crackle.

Del dicho al hecho

Pero los dichos mismos, los refranes, que eran expresión de una cultura propia, tradicional, han sufrido el embate de ese afán globalizador que procura la conquista territorial ya no con la fuerza de las armas –aunque si es necesario se recurre a ellas– sino a través de mecanismos “aspiracionales” que introyectan los países colonizado-res, árbitros de la mundialización, por la vía de los medios de comunicación masiva, pero también por medios educacionales, que vuelven indispensable el idioma del país dominante.

Cierto que los refranes no resisten un análisis lógico, como lo demostró la maestra Carmen Galindo en su libro El lenguaje se divierte, pero por lo menos se les debería respetar el derecho a transitar libremente por territorio nacional, de boca en boca, de lengua en lengua, hasta la tautología, que al fin es la repetición la que llega a convertir en costumbre una expresión, un «modito de hablar».

Asegura Carmen Galindo, con aplastante lógica, pero también con refinada ironía:

Unos refranes se contradicen unos con otros, de tal modo que si uno es verdadero, el otro, por estar en la otra esquina, sería, por decir lo menos, inexacto. El romántico «contigo pan y cebolla» entra en conflicto con el realista de «donde no hay harina, todo es muina». «Santo que no es visto no es adorado», es opuesto a «darte a desear y olerás a poleo», con lo cual se corre el riesgo de pasar el año nuevo en soledad. Poleo, que es una planta que nadie conoce, podría sustituirse por «olerás a Chanel número 5». Igualmente están en pugna: «Crea fama y échate a dormir», con «Camarón que se duerme se lo lleva la corriente» 15

Pero no son estas reflexiones las que han apartado a las nuevas generaciones del conocimiento de esta especie de aforismos populares, puesto que igualmente La Biblia y otros textos canónicos encierran también profundas contradicciones, puesto que el mandato: «Creced y multiplicaos», se contrapone con el mandamiento «No fornicarás», sino que es más bien su condición populista lo que ha apartado a los aspirantes al cosmopolitismo de estos y otros refranes más divulgados y recordados por sus padres y abuelos, con prosapia centenaria: Al que madruga Dios lo ayuda, Cuando el tecolote canta el indio muere, El que no oye consejo no llega a viejo, Dime con quien andas y te diré quién eres, En boca cerrada no entran moscas, Más vale paso que dure y no trote que canse, A Dios rogando y con el mazo dando, Cría cuer-vos, que te sacarán los ojos, A las mujeres ni todo el amor ni todo el dinero, Caras vemos, corazones no sabemos, De limpios y tragones están llenos los panteones, La cáscara guarda el palo, Agua que no has de beber déjala correr, El valiente dura hasta que el cobarde quiere.

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15 Carmen Galindo. El lenguaje se divierte. Biblioteca del ISSTE. México, 1999

Decididos a dejar el folclore y temerosos de que los confundan con aborígenes de México, ciertos jóvenes urbanos y clasemedieros, huyen de estas expresiones «tan mexicanotas» y ceden a los lemas y frases publicitarias del neoliberalismo y la globa-lización, avalan slogans, del consumismo y repiten frases ñoñas de «superación per-sonal», antes que refranes y dichos mexicanos.

  • Están pobres porque quieren
  • El gobierno no tiene que ser empresario
  • Las leyes del mercado deben regir la economía
  • El que no transa no avanza
  • Hay que crear certidumbre jurídica para los capitales
  • El Estado proteccionista de los trabajadores desalienta la inversión privada
  • Este es el año de Hidalgo/ y chingue a su madre el que deje algo
  • Y este es el de Carranza/ porque con el de Hidalgo no alcanza
  • Sí se puede (convertido en lema de gobierno)
  • Soy totalmente Palacio
  • El vaso medio lleno o medio vacío
  • ¡Échale ganas!
  • ¡Ponte las pilas!
  • La buena vibra
  • Es un lujo, pero creo que lo valgo
  • Hay que abandonar el nacionalismo ramplón
  • Que la fuerza te acompañe
  • Para acabar con lo anticonstitucional, hay que cambiar a la Constitución.