Detenida en las Islas Marías

Humberto Musacchio

Mientras Michoacán y otras partes del país están envueltas en llamas, la llamada justicia mexicana sigue triturando inocentes ante la indiferencia del Consejo de la Judicatura, que quiere ver en cada juez, en cada magistrado, un ejemplo de buena conducta y de recto proceder público.

Quienes se mueven y viven —y viven muy bien— en la esfera de lo público, políticos y altos funcionarios de los tres poderes, sólo se dignan mirar hacia abajo para pisotear mejor el derecho de la plebe, para hacer escarnio del esfuerzo rendido en el estudio, el trabajo o el hogar.

Con el país bajo asedio de la delincuencia, los divinos sólo parecen preocupados por sus percepciones, por sus coches, sus trajes, sus joyas, sus viajes y sus viejas. Para todos, hasta para ellos, resulta claro que México se está hundiendo de manera constante y sistemática desde hace muchos años, pero la consigna es tomar ahora todo lo que se pueda y si las cosas empeoran marcharse a otro país a disfrutar sus riquezas.

Cada sexenio vemos cómo engordan sus cuentas y propiedades los gobernantes. Un caso escandaloso es el de los diputados del PAN que piden mordidas hasta de 30 por ciento a los municipios para conseguirles recursos etiquetados. Pese a que el caso ya es de conocimiento público y que se ha publicado en la primera plana de algunos diarios, hasta ahora ni un solo panista ha sido molestado por las autoridades judiciales, que deben considerar como algo ordinario el cohecho y el soborno.

En cambio, la justicia se muestra severísima con los pobres. Cito un caso: en 2011, en una colonia proletaria de San Luis Potosí, la joven señora Esperanza Reyes Aguillón acudió a una papelería a comprar un cuaderno para su hija y pagó con un billete de cien pesos que resultó falso. La policía detuvo a la mujer, el Ministerio Público la acusó y un juez irresponsable la condenó a seis años de prisión.

Poco después la señora fue enviada a un penal de Tepic y de ahí a las Islas Marías, donde sigue mientras sus hijos se hallan en el abandono. Un billete falso se lo pueden dar a cualquiera hasta en los bancos. Ah, pero policías, agentes del Ministerio Público y jueces suelen mostrarse inflexibles cuando la gente que cae en sus garras no tiene para dar mordida. El resultado: la injusticia. Y todavía hay quién se pregunta por qué en México todo está fuera de madre. Con esos gobernantes, con esos diputadetes, con esos jueces nos podemos explicar por qué en Michoacán y en otras partes los ciudadanos han decidido tomar la justicia en sus manos. No nos han dejado otro camino.