Carmen Galindo
En TV Siempre pueden mirar cómo Joaquín y Aurora evocan a su padre Don Joaquín Diez-Canedo, quien en su editorial Joaquín Mortiz editó a la literatura mexicana de José Agustín a Salvador Elizondo, de Juan García Ponce a Sergio Fernández. Aurora, historiadora, rememora la formación de su padre, Joaquín lo evoca más como editor. Un testimonio al que vale la pena echarle una ojeada.
Escribe Fernando Vallejo que cuando la vejez llega, el tiempo se echa a correr. (Bueno, eso dice más o menos, porque a estas alturas, también uno se acuerda a medias, cuando se acuerda). Todo esto viene a cuento, porque el enfant terrible de la literatura mexicana, el guerrerense Luis Zapata ya llegó a los 60 añitos. Para festejarlo, un conjunto de amigas lo celebraron con sus respectivos textos que aquí publicamos, con su amable permiso. Marina Fe trata de captarlo de cuerpo entero y Yolanda A. Ledesma Camargo se refiere con pleno conocimiento a su obra. Su maestra, Angelina Martín del Campo, recuerda la boutade de cuando a Zapata se le ocurrió, (al modo de Borges o Max Aub, dice la Dra.) inventar un autor del otro lado del mar (Francia) y de muy lejos (la Edad Media).
En algún lado en internet se dice que Zapata es el más célebre de los escritores de literatura gay. Es, ademàs, un precursor, pues El beso de la mujer araña, de Manuel Puig, data de 1976 y El vampiro de la colonia Roma, aunque se gestó un poco antes, se publicó en 1979. La autobiografía en varios libros de Fernando Vallejo se escribió por esos años (y los que siguieron) y Los peces, de Sergio Fernández es de los ochentas, aunque el Chucho de Rafael Solana es anterior a todos y el personaje de José Tomás de Cuéllar (Chucho El Ninfo) del siglo antepasado. Bueno, Zapata cumple 60 y su “vampiro” más de treinta y aquí lo festejamos con estos tres comentarios a su obra y de su persona.
Juan Coronado, por eso de que nuestro suplemento se llama La cultura, hoy, mañana y siempre, escribe de José María Arguedas, vale decir un escritor universal y para siempre, porque es un clásico latinoamericano. Luego de situarlo dentro de la historia de la literatura iberoamericana, lo coloca en una corriente que llama “realismo mítico” y también dentro de la novela lírica, que, como sabemos, es vecina de la poesía. (Carmen Galindo)