Javier Galindo Ulloa
A un año de haber asumido el poder el presidente Nelson Mandela (1918-2013) tenía la visión de poder convertir a Sudáfrica como un país de todos: blancos y negros. Para ello recurrió a una estrategia política, religiosa y deportiva a la vez, y se preguntaba: “¿Qué es lo que más les importa a los blancos? ¿Su religión? ¿Su dios? Sí, pero también el rugby (un tipo de futbol pero de contacto). A ver si somos capaces de utilizar esa pasión para unificar el país”.
Los Springboks era el equipo del país sudafricano conformado por jugadores de raza blanca, visto por los nativos negros como un símbolo de opresión. Como Sudáfrica era la sede para organizar la Copa del Mundo de Rugby de 1995, Mandela se enfrentó a diversos obstáculos ideológicos y deportivos, pues la mayoría de sus partidarios que lo acompañaron a poner fin el apartheid estaban inconformes de que los Springboks representasen a su país. Pero Mandela quiso conservar el nombre del equipo, el color verde del uniforme e integrar a jugadores negros; el primero de ellos fue Chester Williams. Los nativos sudafricanos no estaban aún convencidos hasta que en la semifinal contra Francia, el 17 de junio en el Kings Park Stadium (Durban), el equipo sudafricano ganó 19 a 15 en un final agónico, ellos estaban más enloquecidos que los blancos. Así, los Springboks se enfrentaban a la final con el mejor equipo de rugby, Nueva Zelanda, al cual venció en tiempo extra, 15 a 12, en el estadio Ellis Park de Johannesburgo. La novela El factor humano, escrita por John Carlin, habla sobre la amistad entre el capitán de ese equipo, François Piennard y Mandela; así como también de esa gran hazaña; Clint Eastwood la adaptó al cine con título de Invictus.
Ruggero Rizzi, italiano y exjugador de rugby, fue uno de los testigos del mundial de rugby de 1995. Asistió entonces a los partidos de la selección de Italia; y también vio un entrenamiento de los Springboks: “Uno de mis colegas, —cuenta Rizzi— me dio un boleto para la final. Al llegar al estadio de Johannesburgo, me sentí como un peregrino en el santuario, para asistir a una gran función deportiva”.
—¿Qué recuerdo más significativo tiene de ese partido entre los Springboks y los All Blacks de Nueva Zelanda? —se le pregunta a Rizzi.
—El primer recuerdo que tengo son los colores y la alegría de más de setenta mil personas que fueron no sólo a un acontecimiento deportivo. Sabíamos que todo lo que vivimos era una página en la historia de Sudáfrica. Blancos y negros, todos juntos en un estadio, con una sola bandera y un nuevo concepto de país. Entonces, en los últimos diez largos minutos vimos el “gol” de Joel Skransky, que nos liberó de tanta tensión que se vivía en el tiempo extra.
—¿Conoció personalmente a Nelson Mandela?
—Antes del partido de la final, en la sala de prensa, cuando yo hablaba con un periodista italiano, entró el presidente Mandela y hubo un silencio inmediato. Me las arreglé para deslizarme entre el grupo de personas y de pronto yo le apreté su mano. Aparte de la emoción que sentí, yo sabía que él era la Historia de este hermoso país.
—¿Qué opina de la política de Mandela en relación con el rugby?
—El rugby ha sido una de las brillantes ideas del presidente Mandela para hacerle saber a todos que Sudáfrica ha cambiado y que una nueva ola atravesaba su país después de tantos años de aislamiento, incluso en el deporte. Hasta entonces, como sabemos, Sudáfrica no podría participar en cualquier evento deportivo en casi todos los países del mundo, ni en los Juegos Olímpicos. La ocasión de la Copa del Mundo de Rugby de 1995 era única y la previsión de Mandela fue recompensada por los resultados que todos conocemos.
—¿Cómo era su relación con los jugadores de entonces de los Springboks: Chester Williams, Joel Stransky, Carel du Plessis, François Pienaar, James Small y Kobus Wiesi?
—Yo conocí, incluso fuera de la cancha, a Chester Williams, quien trabajó en las oficinas de la Federación en Ciudad del Cabo, como recompensa por convertirse en campeón del mundo. Una persona maravillosa, humilde y siempre positiva. Jugó unos meses en Italia. Era un marciano en nuestros terrenos de juego, tan rápido como el viento. Todavía tengo algunos de sus escritos. Du Plessis era un verdadero caballero; Pienaar, una montaña rocosa, y Stransky, cuando supo que yo era italiano, me llamó “Lasaña”. Los demás, no tengo el placer de conocerlos personalmente, pero después del partido estaban muy alegres; eran gente muy agradable ciertamente. Recuerdo que llegaron a los vestuarios dos camiones llenos de latas de cerveza Castillo, de la cervecería que se encontraba cerca del estadio. Luego tuve que salir porque no tenía derecho a permanecer en esa zona. La seguridad del estadio era muy buena en su trabajo.
—¿Qué conocimiento tiene del rugby que se practica en México?
—He aprendido a conocer, desde fuera, un poco del rugby de la realidad mexicana durante mi estancia en la Ciudad de México. Es difícil para un aficionado como yo informarme dónde está el club de rugby más cercano en un país desconocido para mí. Siempre ha sido una sorpresa. Así me ha sucedido en Gran Bretaña, en África y en muchos países de Europa Oriental. Fue una manera de encontrar a amigos rápidamente. Esto es lo que me pasó en el Distrito Federal, donde gracias a una periodista mexicana, Hilda Villegas, me contacté con el equipo Pumas Rugby de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam); llegué a conocer a su entrenador Raúl Monroy y a su capitán Diego Arturo Martínez en julio de 2012. Ellos me comentaban que su equipo se estaba reestructurando y por lo tanto iba a ver cambios. Así, en enero de 2013, asistí a un entrenamiento suyo ya con el nuevo nombre de Pumas Pretorianos y a un partido en el Estadio de Prácticas de Ciudad Universitaria y fue una experiencia maravillosa. Me gustó el sabor verdadero e ingenuo de este deporte a nivel amateur. Compartimos el mismo espíritu latino y apasionado. El joven Diego había planeado organizar un juego entre Pumas Pretorianos y un equipo italiano, pidiendo apoyo a varias facultades de la unam, y así realizar un partido en México y otro en Italia, pero no hubo el apoyo suficiente; tampoco los jugadores italianos tenían los recursos para viajar a este país. Sería una experiencia muy buena y espero poder llegar a lograrlo con mis amigos mexicanos.
Ruggero Rizzi empezó a jugar el rugby a finales de 1960, en Roma, en el Alto Representante Militar. Posteriormente en Turín, con el equipo de la Universidad, Club de Rugby Torino, hasta el final de su carrera, a principio de los años ochenta. Actualmente reside en Tortona, Italia. También es barítono, da conciertos de ópera y recitales en su país natal.