Gonzalo Valdés Medellín

La muerte del poeta mexicano José Emilio Pacheco (1939-2014) deja una honda llaga en nuestra cultura, que tardará en cerrar por lo inesperado de la lamentable pérdida del autor de Morirás lejos, (quizá su mejor novela, que no la más popular).
Podríamos decir que México entero se ha volcado en un lamento tremendo ante su deceso pues, parafraseando a Rubén Darío, ¿quién que es mexicano no leyó Las batallas en el desierto?
Recuerdo que fue, sin duda alguna, la literatura de José Emilio Pacheco (JEP) de las primeras lecturas que me revelaron el sentido de lo que es ser escritor en una ciudad cosmopolita como el Distrito Federal, con sus cuentos de El viento distante, pero sobre todo con la pasional aventura de Las batallas en el desierto. De mis primeras lecturas a conciencia y con ánimos de gozar y aprender —y aprehender— de la existencia expresada en historias y en letras al alcance del sentido común y de la vida misma, tengo la imagen de mí mismo con los ejemplares de Las batallas… y El viento distante, leyendo mientras imaginaba a José Emilio sentado frente a su escritorio, sin parar de leer, de escribir… Luego como lector recibí la enseñanza pródiga y generosa del maestro a través del periodismo cultural, o también del periodismo literario, con aquellos ensayos luminosos con que cada ocho días nos aleccionaba acerca del oficio del escritor y del oficio de vivir (que para el caso es lo mismo).
Alcaraz me decía que JEP era un lector absoluto. “No deja de leer nunca José Emilio, no se despega del escritorio, tiene una avidez asombrosa por el conocimiento…”. José Antonio Alcaraz había sido compañero de banca, en la primaria, de JEP; desde entonces se conocían y siempre fueron grandes amigos. En Las batallas en el desierto, aparece Alcaraz mencionado, y era su orgullo recordarlo a cada momento, y presumirlo, ¿por qué no, si sabía que su nombre aparecía en una de las grandes novelas mexicanas de la segunda mitad del siglo XX?
Fui testigo de no pocos diálogos telefónicos entre Alcaraz y JEP, apasionadas disertaciones en torno a varios tópicos literarios. José Antonio además solía consultarle muchas cosas a José Emilio, su amigo de la primaria, y reían de otras tantas. Un mediodía José Antonio le llamó a JEP para preguntarle algunos datos del Diálogo de Carmelitas de Bernanós, y se echaron poco más de tres horas hablando del tema. Pero esos diálogos se repetían continuamente. Yo fui testigo de esa amistad literaria que pervivía línea telefónica porque, decía José Antonio: “Es raro que José Emilio quiera salir de su casa para platicar. Y es raro que conteste el teléfono, pero a mí me contesta porque me adora, y Cristina también me adora, ¡me siento más ancho de lo que ya soy!”.
Recuerdo también que fue José Antonio quien le recomendó a Lety, mi mamá, la lectura de Las batallas en el desierto, libro que le obsequió una tarde y fueron no pocas veladas las que dedicó con mi mamá a analizar la novela que en un principio iba a dirigir en cine el gran creador, cineasta y director teatral José El Perro Estrada y que, ante su muerte prematura, a mediados de los ochenta, tomó Alberto Isaac convirtiéndola en la película Mariana, Mariana… Fuimos a verla al cine, y he de confesar que, quizá contagiado de la emoción del propio Alcaraz, mi maestro, sentí que se me enchinaba la piel cuando al inicio de la película el profesor (interpretado por José Luis Cruz) pasa lista y entre los nombres de los educandos menciona: “…Alcaraz…” José Antonio estaba muy feliz. Y en efecto, salió del cine mucho más ancho de lo que ya era.
Mucho hablaba el Gordo Alcaraz de JEP en las sobremesas. Un día me preguntó a bocajarro: “¿Quién es el mejor de todos nosotros?”. Se refería a Carlos Monsiváis, a él mismo y a JEP, y sin esperar a que yo le respondiera, adujo de inmediato: “El mejor de todos nosotros es José Emilio”. Y agregó: “Es el más escritor, el más ejemplar, el más sabio. El poeta”. Lo decía José Antonio Alcaraz.
Yo leí mucho a JEP en mis mocedades, tengo incluso una carpeta de recortes de su Inventario en la revista Proceso y de algunas traducciones y colaboraciones que hizo para el suplemento Sábado de unomásuno. Un par de veces quise entrevistarlo, pero no se dejó. “Yo no doy entrevistas —me dijo un día por teléfono—. No es lo mío. No me sé expresar bien. No sé hablar. Lo mío es escribir. Pero déjeme pensar, hábleme después. Salúdeme a José Antonio”. Por supuesto que insistí, pero no se pudo. A lo más que llegué fue a provocar una misiva suya que envió al suplemento Sábado reclamándole a Tomás Segovia que hubiese dicho en una entrevista que yo le hice, que a JEP lo regañaba Octavio Paz. “A mí no me ha regañado ni mi mamá”, respondía José Emilio.
La influencia de JEP en las letras mexicanas es inquebrantable. Las batallas en el desierto es la novela de la juventud clasemediera —y mexicana—, por excelencia. Pero desde mi modesta opinión, considero que su mejor novela es Morirás lejos en donde la voz narradora encuentra la madurez, la profusión de su nomenclatura expresiva, en un tema que va de lo histórico a lo metafísico, lindando el terrible Holocausto nazi y la soledad desolladora que se impone recuperar el tiempo perdido. Morirás lejos es una extraordinaria novela que extrañamente quedó olvidada; hoy, a la muerte de JEP, deberá ser revitalizada en su lectura, su estudio y su difusión, pues sin duda alguna es una de las más grandes novelas escritas en el México contemporáneo.
Ante su deceso, el pasado domingo 26 de enero, mi amigo, el novelista Pedro Ángel Palou expresó: “No hay palabras para transmitir la devastación que me ha causado la muerte de José Emilio Pacheco. Fue mi mentor, me ayudó siempre y su literatura nos iluminó tanto a todos. Este país huérfano pierde a uno de los verdaderamente grandes. Qué dolor”.
Ha muerto un gran escritor mexicano. Hay luto en las letras mexicanas; luto en la cultura nacional. La literatura hispanoamericana; la poesía latinoamericana, el ensayo y la narrativa iberoamericana están de luto.
Ha muerto el gran poeta, ensayista y narrador José Emilio Pacheco. No hay mucho qué decir que no diga y haya dicho ya el pesar que envuelve a México en estos momentos, por su partida.
Descanse en paz el poeta de la juventud mexicana eternamente viva. El poeta de México. El poeta que siempre “estará despierto” mientras vivan sus lectores.