Miguel Ángel Muñoz

A Mari-Jo Paz, por la complicidad con Octavio de muchos años en el arte.

Con la publicación del libro Duchamp (editorial Anagrama), el crítico e historiador norteamericano Calvin Tomkins, se consolida como uno de los grandes maestros de la comprensión estética de la segunda mitad del siglo XX. Por qué con esta obra, creo que sería necesario entender en primer lugar, que la obra producida por Marcel Duchamp ha ejercido una influencia clave en la historia del arte; en segundo, porque asentó su vida y su obra en el equívoco, con lo que nadie sabe a ciencia cierta quién fue realmente, muy poco por qué hizo lo que hizo y, desde luego, prácticamente nada acerca de lo que él pensaba sobre su obra o la que realizaron sus contemporáneos. De hecho, Duchamp cultivó el enigma, que como dice el historiador Calvo Serraller es fuente segura de fascinación.
Duchamp hizo un arte de límites, pero que sitúa el objeto contra la obra de arte; un objeto descontextualizado, gratuito, abierto a todo género de asociaciones. Es necesario no perder de vista que La mariée mise â un par ses celibataires, meme es la pintura más comentada de la historia del arte moderno. La obra de Duchamp continúa siendo la provocación de historiadores y pasatiempo de ensayistas con pretensiones totalizadoras y teológicas.
El famoso urinario de loza Fountain (1917), que expuso en Nueva York a modo de escultura, revela una posmoderna capacidad para el simulacro, es cierto, pero también una creativa asimilación de las dinámicas artísticas del dadá y los papiers collés que ya por esas fechas atormentaban a Picasso y Matisse. Algunas de las aceradas propuestas de Duchamp enraízan aquí: originalidad, reproducción, mercantilización seriada, mecanismos de la percepción, psicología de la imaginación, simplicidad poética llevada al límite… Eran desplazamientos de sentido que, en alguna medida, los ready-made utilizaban para poner en solfa las seguridades del ilusionismo naturalista convencional. Entre 1920 y 1923, Marcel Duchamp trabaja en una obra conflictiva para el arte contemporáneo. El gran vidrio comparte con Les demoiselles d? Avignon de Picasso el espacio fronterizo del nuevo arte. Es decir, son quizá las dos piezas que cambiaron radicalmente las vanguardias estéticas.
Sólo un consumado ironista puede lograr el desconcertante efecto que Duchamp ha conseguido: que los estudiosos de su obra se remitan por lógica al misterio de su vida; que quienes afronten la investigación de su biografía, acaben siempre explicándola dentro del análisis de su obra. Juego en verdad sorprendente. Por ello Calvin Tomkins no sólo trabajó la vida y la obra de Duchamp, sino que procuró hacerlo desde una perspectiva irónica. Se dice que la vida del artista es su mejor obra, quizá por ello Tomkins inicia su ensayo biográfico ironizando, con la ayuda de Duchamp, acerca de la legión de desconcertados apologetas que han generado, así como haciéndolo respecto al valor en sí de su obra, de la que confiesa que inaugura una nueva era artística y estética, aunque no sabe a dónde ésta lo puede llevar: “Sin aparente esfuerzo —dice Tomkins— por su parte, Duchamp planeaba sobre el ambiente artístico neoyorquino como un genio bondadoso. Dos exposiciones de la obra de los tres hermanos Duchamp —la primera en la Mortimor Brandt Gallery en 1944 y la segunda en 1945 en la Yale, University Art Gallery— sirvieron para recordar a la gente lo lejos que había llegado el benjamín de los Duchamp, más allá de los otrora aceptados límites del arte”, cabe preguntar: ¿podría haber sido de otra forma? Y la respuesta más común sería: no. Duchamp ya sabía en ese momento que cambiaría el destino del arte del siglo XX. Aunque algunos consideran la influencia de Duchamp sólo destructiva, demoledora de las convenciones que diferencian el arte de la vida, ajena a cualquier análisis cualitativamente artístico. Un arte fatuo, cínico y charlatán. Una efectiva “subversión —dice J.F. Yvars— para un tiempo sin arte”. Y es cierto, en pleno siglo XXI cuántos charlatanes artísticos viven de la sombra de Duchamp… sería una lista interminable.
A partir de múltiples interrogantes Tomkins va construyendo la vida y obra de Duchamp; es importante por otra parte, decir, que el autor ha dedicado prácticamente toda su carrera de escritor a descifrar la enigmática obra de Duchamp. Es cierto: Duchamp ha sido un problema no resuelto para los historiadores del arte. Un incómodo testigo de cargo a lo largo de un siglo que ha subvertido la normativa tradicional del arte como institución imaginativa aceptada. Hace un par de años el gran historiador Gombrich expresó su sorpresa ante la aparente seriedad de las propuestas del artista, que en un hombre inteligente —apuntaba— sólo puede entenderse como una broma excesiva. Por qué no aceptar que se trataba de elemental lucidez desinhibida que sólo con el tiempo alcanzaremos a situar en su dimensión correcta.
Duchamp de Calvin Tomkins es un libro de más de 500 páginas, con cientos de notas y un muy importante apartado bibliográfico, donde se revisa, año por año, todo lo vivido, dicho y escrito por Duchamp, y desde luego, todo lo que han escrito –—mención destacada merece el libro de Octavio Paz Apariencia desnuda— y dicho sus contemporáneos. En este sentido, la enorme recopilación de Tomkins es abrumadora, no sólo en lo estricto de la investigación, sino también en la forma narrativa; es decir, la forma en que va descubriendo a Duchamp en sus diversas etapas artísticas. “En ocasiones, Duchamp decía que en Nueva York llevaba una vida de ermitaño. Por lo demás, le gustaba dar la impresión de que trabajaba muy poco”. Aunque después sabríamos lo contrario, que lo que menos le importaba era lograr un discurso estético innovador, y que en el fondo revolucionara el mundo del arte moderno.
Al concluir la relectura del libro de Calvin Tomkins podemos encontrar un rompecabezas llamado Marcel Duchamp. Al lector le corresponde armarlo, y reunir correctamente cada una de las piezas sueltas. Al final, la obra y la vida de Duchamp fue pensada por él mismo para que el espectador de sus obras, y el lector de su vida les dé el acabado final. Sin duda Duchamp se divirtió enormemente. Más de medio siglo de influencia. En 1965 la neofiguración radical convirtió a Duchamp en un fetiche ajado al que reprochaba su silencio cómplice en una cultura imperialista y hegemónica. Eran los sesenta. El artista dejó pasar el envite y sonrió condescendientemente. Divertimiento puro, sarcasmo de alguien genial… “II sapore? Esselente!… E I’ effeto sorprendente non se tarda a conseguir”, decía el artista. Un libro el de Calvin Tomkins que disipa muchos de los mitos que rodearon la figura de Duchamp, y que sin duda es ya estudio indispensable para los seguidores del genial y eterno Marcel Duchamp.

miguelamunozpalos@prodigy.net.mx