Bernardo González Solano

Aunque para buena parte de la prensa internacional lo que suceda en los países centroamericanos importa un soberano cacahuate —a no ser que estalle una sangrienta revolución o erupte un volcán causando miles de víctimas, o cualquier otro fenómeno de la naturaleza devaste a una, o varias de las siete ignoradas naciones de Centroamérica—, el hecho es que este subcontinente (con una extensión de 522,760 km2, que engloba 44,671,601 de habitantes) ha superado —pero no erradicado— sus tremendos problemas de caciquismo y dictaduras instaurando, hace varios lustros, gobiernos democráticamente elegidos, incluso con segundas vueltas en comicios presidenciales que no alcanzaron la mayoría requerida. 

Es lo que sucedió el domingo 2 de febrero tanto en El Salvador como en Costa Rica. En ambos casos, los dos candidatos presidenciales con mayor votación, tendrán que dirimir su elección en sendos balotajes. El Salvador lo hará el 9 de marzo, y el ganador prestará juramento el 1 de junio para un periodo de cinco años: 2014-2019. En el caso de Costa Rica, la segunda vuelta de estos comicios tendrá lugar el 6 de abril y el triunfador ejercerá el cargo por cuatro años: 2014-2018, a partir del 8 de mayo, cuando el que triunfe asuma el poder. Lo sobresaliente de la democracia de estos países es que los competidores aceptan los resultados sin mayores truculencias, aunque alguno de los partidos en minoría aduzcan faltas que no proceden. Nada de tribunales ex profeso ni mucho menos acusaciones falsas imposibles de comprobar, como las que presenta el iluminado Andrés López Obrador con “chivos, vacas y uno que otro buey”.

Así, El Salvador es, junto con Belice, el país más pequeño, territorialmente hablando (21,040 km2) pero, por el contrario, es el más densamente poblado (casi 6 millones 200 mil habitantes) de América Central y tiene pocos recursos naturales. Con costa en el Océano Pacífico, no tiene acceso al Caribe. Su orografía es accidentada: montañas y volcanes extintos ocupan el 88% del territorio. Para que nada le falte, el país sufre fortísima actividad sísmica. Su actividad minera se reduce a la extracción de pequeñas cantidades de oro, plata, carbón, cobre y plomo. La agricultura emplea el 19% de la mano de obra y representa el 11% del Producto Interno Bruto (PIB). Sin embargo, la mayor parte de las tierras cultivables están en manos de grandes terratenientes, los únicos, además, capaces de explotarlas para poder exportar sus productos.

Aunque a finales del siglo XX la industria manufacturera de El Salvador conoció un crecimiento regular, lo que lo convirtió en el país más industrializado de Centroamérica junto con Guatemala, a finales de la primera década del siglo XXI, el PIB se contrajo más del 3%, lo que junto al 7% de desempleo y el 40.7% de su población viviendo en la pobreza —lo que la obliga a emigrar rumbo al norte—, amén de una deuda externa de aproximadamente 13,800 millones de dólares, lo que equivale al 55.3% del PIB, el panorama es poco halagüeño. Por si algo faltara, después de una guerra civil que duró 12 años (1980-1992), que causó 75,000 muertos y desaparecidos, el país enfrenta una ola de violencia sin precedentes a manos de bandas de delincuentes.

A veintidós años del fin de la guerra civil entre una guerrilla marxista  y una oligarquía de ultraderecha, El Salvador celebró la primera vuelta de elecciones presidenciales el domingo 2 de febrero con resultados que confirman en primer lugar la fuerza de la izquierda exguerrillera del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), que ganó por primera vez en 2009 y que ahora, con el abanderado casi septuagenario Salvador Sánchez Ceren (excomandante guerrillero cuyo alias era León González, signatario de los Acuerdos de Paz —Esquipulas II, que por intermedio de México se pudo terminar el conflicto en la ceremonia del Castillo de Chapultepec— ) trata de retener el poder. A un punto de lograr la mayoría necesaria para triunfar en primera vuelta, el FMLN logró un 48.9%.

El competidor será el partido derechista Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), que tiene como abanderado al anticomunista Norman Quijano de 67 años de edad, odontólogo de profesión, que en su campaña electoral prometió “más seguridad y más empleo” y, sobre todo, convertir al país en una nación “libre de maras” (bandas de delincuentes). En El Salvador hay 10,000 pandilleros en la cárcel; el problema es que 50,000 continúan, libres, en las calles. En marzo de 2010 se estableció una tregua entre delincuentes y gobierno lo que redujo los homicidios de 14 a “6.8” por día.

Mientras que Sánchez Ceren promete dar continuidad a la tregua, Norman Quijano que acusa al gobierno del FMLN —con el presidente saliente, el periodista Mauricio Funes—, de haber “pactado” una tregua con las pandillas, anuncia “mano dura” contra los “maras”.

El próximo 6 de abril se conocerá la verdad.

Por su parte, en Costa Rica —el pequeño país centroamericano (51,000 km2 y una población de 4,579,500 habitantes, de la que el 94%  es de origen europeo, incluyendo mestizos—, diez mil kilómetros más extenso que Suiza, al cierre de la primera vuelta de los comicios presidenciales del domingo 2 de febrero, el Partido Acción Ciudadana (PAC), cuyo candidato es Luis Guillermo Solís Rivera, superó en porcentaje de votos en las urnas  —30.84%—, al Partido Liberación Nacional (PLN), con Johnny Araya Monge de abanderado —29.64%—, actualmente en el poder, en la lucha por suceder en el cargo a la presidenta Laura Chinchilla. Al iniciar el conteo de votos, el aspirante oficialista aparecía con cinco puntos de diferencia en el primer lugar.

Poco más de tres millones de electores estaban convocados a depositar su papeleta para elegir al relevo de la presidenta Chinchilla en medio de un creciente descontento popular, tanto en lo económico como en lo político. En su gobierno se presentaron muchos casos de corrupción y, para sorpresa de muchos, la pobreza alcanza el 20% de la población, lo que no era común en Costa Rica. La sociedad está cansada, la desigualdad ha crecido y quiere otras soluciones a los problemas nacionales. Quizás por eso se presentaron a estos comicios 13 candidatos, de un amplio espectro político y profesional: abogados, médicos, ingenieros, ambientalistas, agrónomos, ex alcaldes de la ciudad capital, San José, como Araya Monge o politólogos, sociólogos y profesor universitario como Luis Guillermo Solís Rivera; o empresarios como Otto Guevara Guth, candidato del partido Movimiento Libertario, que obtuvo el 11.21% de los votos en la primera vuelta. Por cierto, estos fueron los primeros comicios costarricenses en que los radicados en el extranjero pudieron votar, alrededor de 12,000 electores.

A las elecciones acudieron más de 100 observadores internacionales, entre los que destacaron la Misión de Observación Electoral de la Organización de Estados Americanos (OEA), que encabezó la panista ex candidata presidencial de México, Josefina Vázquez Mota.

Varios analistas atribuyen los problemas sociopolíticos de Costa Rica a la clase política tradicional, de la que el PLN es un protagonista desde hace seis décadas, y que durante los últimos tres decenios aplicó el modelo neoliberal que socavó las conquistas en salud y educación que eran el orgullo de la nación centroamericana.

Al respecto, otro de los candidatos, José María Villalta Florez-Estrada, del partido de izquierda, Frente Amplio (FA), que quedó en tercer lugar en la votación del domingo 2 de febrero, con el 17.14%, declaró antes de que se abrieran las urnas:”llegó la hora del cambio. Acabarán 30 años de larga noche neoliberal. Me dicen comunista porque no me pueden llamar corrupto. Pero yo no voy a continuar con estos modelos”. Los adversarios del abanderado de izquierda lo acusaron de querer para Costa Rica la “Venezuela de Hugo Chávez”.

Mientras son peras o son manzanas, lo cierto es que el complicado panorama político del país vislumbra un congreso fraccionado, por lo que el próximo presidente costarricense, que asumirá sus funciones el jueves 8 de mayo, tendrá un difícil margen de maniobra: “se han desdibujado las fronteras partidarias e ideológicas”, dijo un observador. A diferencia de anteriores elecciones, con caravanas de automóviles, mítines en plazas públicas y parques, y banderas por todos lados, la confrontación política en todo el país se mostró al rojo vivo en las redes sociales, un nuevo fenómeno que incide en los comicios de todo el mundo.

La verdad es que con un crecimiento económico estable (3.4% en 2013), Costa Rica, bajo la presidencia de Laura Chinchilla, no logró reducir la pobreza estancada desde hace dos décadas, con  fuerte rezago en infraestructura, sobre todo vial, un déficit fiscal del 5.4%, y una deuda interna del 50% del PIB. Por lo mismo, no extraña que el abstencionismo supere el 32%, comparable al registrado en las elecciones de 2010. Considerado el gobierno más impopular de los últimos 20 años, Chinchilla hereda a su sucesor un país que está en el nada honroso primer lugar en todo Hispanoamérica en crecimiento de la desigualdad en 2013. Aparte de que el desempleo aumentó a más del 7%.

El día del balotaje se verá cuál fue la decisión final de los electores costarricenses.