Patricia Gutiérrez-Otero
A Lorena Castillo, a Álvaro Carrillo,
a los afromexicanos.
Ah, pero cómo nos gusta hacernos pendejos y lucirnos con lo ajeno. Gana un Óscar una actriz que por puro azar nació en México porque en ese momento su padre, funcionario de Kenya, se encontraba en nuestro país impartiendo una clase de ciencias políticas, e inmediatamente la reclaman como propia, ¡hasta lleva el nombre de la Virgen morena! La actriz no creció en México, sino en Kenia y se educó en Estados Unidos, en la Universidad de Yale. Independientemente de su pertenencia racial, la que le hizo protagonizar el personaje que le valió el Óscar como mejor actriz en la película Doce años de esclavitud, Lupita Nyong’o es bella, glamorosa, educada, acomodada y ganadora de un Óscar. Si sólo fuera una negra más y dijera que es mexicana, nadie le haría eco; como nadie presta atención a la existencia de los afromexicanos que llegaron como esclavos a nuestro país en el siglo XVI, salvo en Acapulco para que “nos muevan la panza”.
Recuerdo con cariño inmenso a mi amiga Lorena, hija de Acapulco, a quien conocí en Cuernavaca. Una mujer joven, guapa, luchona como muchas, inteligente, una self made woman que sin ningún apoyo familiar, quizás en su casa nunca hubo libros, estudió historia y derecho mientras trabajaba para sostenerse y participaba en grupos de lucha social no-violenta. La ceguera ante sus orígenes era total. Mulata, no veía sus raíces negras en ella, ni en sus padres y hermanos con rasgos más acentuados, ni en su lugar de origen, la costa chica de Guerrero. No los veía, ni quería verlos. Aún ahora, no le interesan, aunque pueda ser un estigma que la siga en nuestra sociedad en la que el gobierno posrevolucionario se ocupó de decirnos que todos somos mestizos, aunque haya unos más mestizos que otros y que lo más blanco tenga trato de privilegio.
La negritud se ha negado durante siglos así como su origen oprobioso: la trata de esclavos, y la deuda inmensa que el México actual conserva hacia los descendientes de esos esclavos arrastrados desde Ángola, las Islas Canarias, de Cabo Verde (de dónde venían aquellos a los que catalogaron como retintados por su color tan prieto, y distinguían de los amulatados que eran menos oscuros). La memoria de esos pueblos se ha desvanecido, como la de la mayoría de los mexicanos. La situación en la que viven en las zonas costeras de Guererro, Oaxaca, Michoacán y Veracruz les brinda muy pocas oportunidades tanto de dignificar su identidad como de participar de manera plena en la riqueza y construcción del país. Quien no existe no es agente de cambio.
En 1969 hubo un intento de los etnohistoriadores por reconocer a los afromexicanos, pero decayó rápidamente. En la actualidad, algunas organizaciones, sobre todo en el Estado de Oaxaca, luchan para que estos pueblos afromexicanos se vuelvan visibles: México Negro A.C., Época A.C. y África A.C., quienes han impulsado la inclusión de los afromexicanos en la Ley de la Defensoría de los Derechos Humanos del Pueblo de Oaxaca (DDHPO) creada en 2011. Asimismo hay encuentros para retomar la identidad de estos grupos y rehacer su historia que se concreta en los “Encuentros de Pueblos Negros” quienes han podido participar en festividades como la Guelaguetza, en el Estado de Oaxaca. También existe una página en inglés dedicada al tema http://www.afromexico.com/ del investigador Bobby Vaughn. Quien quiera saber, encontrará las rutas.
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