Marco Aurelio Carballo

Alejandro Alvarado

El género de la entrevista tiene una figura deslucida en el periodismo, a pesar de que pocos la lleven a buen puerto. “La clave para realizar una buena entrevista consiste en dejar el aguijón en el entrevistado para que exprese lo que se necesita saber, y que el entrevistador desaparezca del mapa”, afirma Marco Aurelio Carballo, quien es su nuevo libro Quijotes y Dulcineas (conaculta) presenta una recopilación de entrevistas que hizo durante los años setenta a los noventa para el periódico Excélsior y la revista Siempre! “Es un poco como sucede en las novelas —nos dice Carballo—, en donde el autor, en la mayoría de los casos, no debe figurar, no aparecer, más que por medio de sus personajes”.

El autor abre la charla sobre su labor periodística.
–En mi carrera debo haber hecho unas cinco mil entrevistas. En la revista Siempre! estuve activo más de diez años y practiqué una por semana, a ellas hay que agregar las que hice como diarista. En el libro se pueden leer dos entrevistas que hice para Excélsior, elaborado con un formato diferente al de las otras, y se distinguen por eso, una es con Gabriel García Márquez y la otra con Julio Cortázar. En el diarismo de aquella época no se había puesto de moda la entrevista: pregunta y respuesta; por eso es que están redactadas así. Algunos colegas aseguran que el formato de pregunta y respuesta es muy aburrido, porque no se le quita lo que le sobra. Pero en Estados Unidos y en Europa las entrevistas están bien editadas. El periodista necesita saber qué debe quitarle y qué dejarle a la frase, para que sea una entrevista clara y ágil. Las entrevistas con formato pregunta y respuesta están en su contexto bien claro. Cuando intervengo y pongo en el texto “me dijo”, “agregó” o “señaló” es posible que me lleve a la basura algo que daña la claridad del contexto.

En una entrevista puedo hacer una pregunta machacona, tres veces, porque el entrevistado le da la vuelta, o yo se la doy hasta que me dice lo que supongo que el lector quiere saber. Pero a la hora de escribir es indispensable ser conciso. La concisión es lo que permite que nada más queden los datos duros, como dicen ahora, el magma, y desaparecer la chatarra, desaparecer la paja. En la narrativa eso se consigue cuando se revisa incansablemente el borrador. En el periodismo esto no es posible, no hay manera por el tiempo, pero terminas por saber que tienes que quitar adjetivos, adverbios, frases hechas, lugares comunes y reiteraciones.

–En tu carrera de periodista, ¿qué cambios has notado en el oficio de cuando empezaste a la fecha?
─No he notado ningún cambio que ayude a mejorar. Creo que estamos para peor. No se aprovechan los avances tecnológicos como se debiera. No hay rigor. También observo el síndrome de que cuando llegas a una redacción y destacas te coptan para llevarte a una oficina de prensa. Debe ser una oferta tentadora para quien no tiene vocación. Si te vas de jefe de prensa ganas tres veces más; te pones corbata, saco y te olvidas del oficio. Si la vocación fuera al cien por ciento nada te tentaría como para irte del oficio y forjar una carrera.

Me doy cuenta también de que los suplementos culturales están desapareciendo. Hay estudios en donde se indica que el seis por ciento de Producto Interno Bruto lo produce la cultura; pero los dueños de los periódicos no lo saben, o no se dan cuenta, o, simple y sencillamente, consiguen publicidad de otras fuentes, como la de la política o la de la iniciativa privada. Aunque prefieren eso yo creo que es un error, porque el lector mexicano no sólo quiere saber de política o de la página policiaca; para él la cultura también es importante. Considero que de aquí a que pase el cambio sexenal vamos a estar saturados de opiniones y de actos políticos. La política tiene coptado al oficio también. Vino un periodista español y dijo que la prensa en Latinoamérica y en México está secuestrada por la política, como en la época de la Colonia. Cuando fui jefe de información conocí que hay lotes de fuentes y todo está concentrado en el sector político. Hay secciones de negocios, las cuales no se atreven los editores a desaparecer; que están al servicio de las grandes empresas, pero no del consumidor. En el caso de la política, está al servicio de los políticos no del ciudadano. Lamentablemente ese enfoque es colonialista.