Jorge Luis Herrera

Adolescente rostro perseguido, mirada niña de la madre vieja, yedra que avanza, envuelve y desarraiga, y llega siempre entre las ramas que se desvanecen, como la nube por tu pensamiento. Avanza, retrocede, da un rodeo… petrificando el bosque con su canto, corriendo entre los árboles nocturnos.
—Caminas como un árbol, como un río. Vuelas como mil pájaros, tu risa…
—Hablando solo como el viento loco.
Alta como el otoño caminaba —un caminar de río que se curva, un caminar entre las espesuras— al mundo con sus mares y sus montes.
Camino por las calles de mí mismo. Invisible camino sobre espejos que en un abismo brusco se termina. No hay nadie, cae el día, cae el año… Caigo en el instante, caigo al fondo. Caigo sin fin desde mi nacimiento, caigo en mí mismo sin tocar mi fondo: “¡Caer, volver, soñarme y que me sueñen!”. Busco sin encontrar, escribo a solas presagios que se escapan de la mano al reino de pronombres enlazados, escritura del viento en el desierto que se cubre de signos, el silencio.
Arrancado a la nada de esta noche: el delirio, el relincho, el ruido oscuro. Ardo sin consumirme, busco el agua. “¿O es al revés: caer en esos ojos donde bebían luz los gorriones?”. Voy por las transparencias como un ciego: un paraje de sal, rocas y pájaros; horas de luz que pican ya los pájaros; otros ojos futuros, otra vida; el pan vuelve a saber, el agua es agua.
Dormí sueños de piedra que no sueña, bajo un sol sin edad, y tú a mi lado: dormías enroscada entre las sábanas, cuerpo del mundo, casa de la muerte, los amores feroces, el delirio. Mis pensamientos sólo son sus pájaros, y tus pechos, tu vientre, tus caderas verdad de dos en sólo un cuerpo y alma: adonde yo soy tú somos nosotros. El mundo nace cuando dos se besan… y al cabo de los años como piedras. Es cada amanecer y yo amanezco.
Tu falda de cristal, tu falda de agua… es transparente por tu transparencia: como mi pensamiento vas desnuda. Mis miradas te cubren como yedra, adolescente rostro innumerable; tus labios, tus cabellos, tus miradas, y las felicidades inminentes. Vestida del color de mis deseos (son de piedra, tu boca sabe a polvo).
Al caer en el llano ceniciento, caen sobre la yerba: el cielo baja:
—¡Tiéndete al pie del árbol, bebe el agua!
—Tu cuerpo sabe a pozo sin salida. Y en tus ojos no hay agua, son de piedra… Voy por tus ojos como por el agua, agua que con los párpados cerrados mana toda la noche profecías.
Busco el sol de las cinco de la tarde, rostro de llamas, rostro devorado, como el viento cantando en el incendio. Y no hay nada detrás de sus imágenes, sino un pensar en llamas, al fin humo. Emerge de sí mismo, sol de soles: roca solar, cuerpo color de nube: una presencia como un canto súbito. Se contempla en la nada, el ser sin rostro. Fluyo entre las presencias resonantes, plenitud de presencias y de nombres, indecible presencia de presencias…
El adulterio en lechos de ceniza. Fulgor de la desdicha como un ave: “déjame ser tu puta”, son palabras que repiten mi imagen destrozada. Los dos se desnudaron y besaron. Los dos se desnudaron y se amaron.
El mundo se despoja de sus máscaras (invisibles, las máscaras podridas). Muestra tu rostro al fin para que vea. Tu boca sabe a tiempo emponzoñado, un racimo ya seco, un hoyo negro… Tus palabras afiladas cavan cementerio de frases y de anécdotas. Lo que pasó no fue pero está siendo: no hay nada en mí sino una larga herida: y mortal que da penas inmortales.
Piso mi sombra en busca de un instante: todo se quema, el universo es llama: “dónde estuve, quién fui, cómo te llamas”. No hay nada frente a mí, sólo un instante. Cada minuto es nada para siempre. Todos los siglos son un solo instante… ¿No pasa nada cuando pasa el tiempo?
Mejor el crimen. Mejor comer el pan envenenado; y a la copa de sangre del verdugo, un gargajo, mejor ser lapidado. Y el grito de la víctima… son llamas que nadie contestó: ¿por qué me matan? Y su grito y el grito del verdugo. Y caíste sin fin, quebrada y blanca, de la muerte vivaz y enmascarada. Un montón de ceniza y una escoba. Su muerte ya es la estatua de su vida.
No hay redención, no vuelve atrás el tiempo (un siempre estar ya nada para siempre). Quiero seguir, ir más allá, y no puedo. Los muertos están fijos en su muerte. Recojo mis fragmentos uno a uno: a perpetua cadena condenado, y en el fondo del hoyo los dos ojos sus horrores vacíos acumulan, desde su soledad, desde su muerte.
He olvidado mi nombre, mis amigos. Miradas enterradas en un pozo. Tu silencio dé paz al pensamiento.