El discurso de Barack Obama ratifica la política del ex presidente George W. Bush y del Pentágono de aceptar en sus filas a migrantes indocumentados para servir en las guerras de la industria bélica con la esperanza vana de recibir la nacionalidad estadounidense

 

Federico Campbell Peña

El seis de mayo, en el Fuerte Militar Campbell, estado de Kentucky, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, reconoció que su ejército recluta migrantes sin documentos para enviarlos a Afganistán. Ante decenas de marines y con el vicepresidente Joe Biden a su lado, Obama dijo: “Creo que las ceremonias de naturalización que he tenido en la Casa Blanca de miembros del ejército han sido inspiradoras. A pesar de que aún no son ciudadanos, estos hombres y mujeres firmaron para servir. Uno fue un joven llamado Granger Michael de Papua Nueva Guinea, un marine que fue a Irak tres veces. Esto dijo respecto a convertirse en ciudadano estadounidense: “Lo desearía. Acabo de amar a este país.”

Los Marines no son buenos oradores. Otra fue una mujer, Perla Ramos. Nació y creció en México, vino a Estados Unidos poco después del 11 de septiembre (2001) y se unió a la Marina. Dijo: ” Estoy orgullosa de tomar su bandera, y la historia que escribimos día con día”.

Perla Ramos es una de tantas mujeres que se enrolaron en las fuerzas armadas para conseguir la nacionalidad. Lo mismo pasó con Marina, de la comunidad rural Llano de la Unión en Tonatico, y con Juan Carlos Elizarrarás de Ixtapan de la Sal. Ambos emigraron a Waukegan, Illinois, y allí se enrolaron al ejército.

El discurso de Obama ratifica la política del ex presidente George W. Bush y del Pentágono de aceptar en sus filas a migrantes indocumentados para servir en las guerras de la industria bélica (United Defence, Bell Helicopters, Carlyle Group), fabricadas en octubre del 2001 en Afganistán, marzo del 2003 en Irak y marzo del 2011 en Libia.

A la vez, Obama impulsa que el Congreso la aprobación de la Dream Act, que regularizaría a miles de jóvenes indocumentados, la mayoría mexicanos, si se enrolan en el ejército o cursan la Universidad. De esta manera, se les daría un estatus migratorio como residentes y ciudadanos tras pronto regresen, acaso vivos, acaso muertos, de Afganistán, Libia, Corea del Sur y otras misiones en el exterior.

Padres opuestos a la guerra, con hijos fallecidos rechazan la Dream Act y apelan a que los jóvenes no caigan en las garras del ejército estadounidense. Fernando Suárez del Solar es el vivo ejemplo de esto, al dar conferencias en secundarias, colegios y universidades contra esta iniciativa y en su sitio web. (www.guerreroazteca.org).

En Zacatecas, existen 30 familias con hijos veteranos de Irak. Dos de ellos en pésimas condiciones mentales en San Alto, cuya tía, una activista migrante, no sabe qué hacer. Martha Suárez de Familias Mexicanas por la Paz, entregó en 2010 una carta a la entonces gobernadora Amalia García para que se les diera atención siquiátrica gratuita no sólo a los dos de San Alto, sino a otros de Fresnillo, Zacatecas y Jerez. No hubo respuesta.

Martha Suárez, Fernando Suárez (quienes no son parientes), insisten en que el gobierno de México, vía el Instituto de los Mexicanos en el Exterior (IME), dependiente de la SRE, demande al Pentágono la cifra exacta de los soldados mexicanos y de origen mexicano fallecidos en las guerras de Bush y Obama.

Una cifra que rebasa los 700 cadáveres, una lista dolorosa con el recuerdo de Ernesto Ricardo Guerra, de Guanajuato muerto a los 19 años en Irak, o Jesús Suárez del Solar, de Tijuana, muerto el 27 de marzo del 2003 en el sur iraquí cuando el capitán le ordenó caminar por una zona llena de minas estadounidenses hasta que pisó una, se desangró y murió en el desierto.

Hasta ahora, ni la cancillería ni presidencia de la república han exigido a Washington esta cifra ni han hecho ninguna campaña a través de los consulados de México en Estados Unidos para que los jóvenes migrantes no se afilien al ejército estadounidense y sigan siendo carne de cañón de la industria militar, con la esperanza de conseguir la ciudadanía, muchas veces, conferida “postmortem”.