La muerte de Osama Bin Laden

Carlos Guevara Meza

La muerte de Osama Bin Laden ha tenido una gran cantidad de implicaciones y provocado un sin fin de debates. Incluso la Defensora del Lector del diario español El País, se vio en la necesidad de publicar un largo texto (“Bin Laden: acatar la versión oficial” por Milagros Pérez Oliva, El País, 8 de mayo de 2011), explicando las razones por las que se utilizó en el titular de la noticia respectiva el término “liquidado” en lugar de “asesinado” o “ejecutado”, tratando de quedar en una posición intermedia entre ambos términos, uno que implicaba un crimen (lo que no sería el caso por tratarse de un proscrito que ofreció resistencia al arresto, según lo que se sabía al momento de informar su muerte), y otro que implicaba un legítimo acto judicial (lo que tampoco era el caso por no habérsele juzgado y condenado por un tribunal establecido). La situación no se presenta en otros idiomas donde el término “matado” (y no simplemente “murió” o “fue muerto”) no es incorrecto o inusual. La implicación de esta discusión en términos periodísticos tiene que ver con el título del artículo de la Defensora del Lector: se trató o no de acatar y difundir la versión oficial. En otras palabras, discernir si el diario produjo información o propaganda.

Pero la discusión terminológica muestra algo más: un espacio fantasmal e indeterminado donde el matar a una persona no es ni asesinato ni ejecución, ni crimen ni condena. Un espacio que, según el filósofo italiano Giorgio Agamben, es justo donde se establece la fundamentación del poder en el mundo actual. “Soberano es aquel que puede establecer el estado de excepción” decía el jurista nazi Carl Schmitt (que lo diga un teórico del totalitarismo ya debería ponernos en guardia) y es justo la excepción de lo que se trata ese espacio. El problema, reflexiona Agamben, es que en el Estado moderno la excepción es la regla. El término “bandido” señalaba originalmente a aquel que “es citado por bando” es decir por proclama del soberano, de manera que cualquiera podía presentarlo a las autoridades y si el “bandido” era herido o muerto, no se consideraba un crimen. El “bandido” está puesto “fuera de la ley” por el soberano, lo que significa que no la obedece, pero sobre todo, que la ley no lo protege. “Se busca vivo o muerto” es lo que implica el bando. Bin Laden era el “bandido” por excelencia. Y así fue “matado”.

“Bandidos” han sido y son todavía aquellos “sospechosos” que pasaron por el campo de prisioneros de Guantánamo o por la prisión de Abu Grhaib, sujetos de torturas y humillaciones. Pero después del 11 de septiembre, en un sentido estricto, lo fuimos todos: sometidos a revisiones de nuestras pertenencias y nuestros cuerpos, sin orden judicial previa, e incluso obligados a quitarnos parte de la ropa para subir a un avión en cualquier parte del mundo. También están “fuera de la ley” los millones de refugiados reducidos a no tener otro derecho que a alimentarse, sólo a seguir viviendo.

Sin duda debemos preocuparnos y ocuparnos, del terrorismo y el crimen, pero no menos preocupación debe causarnos el que un Estado pueda proclamar y hacer valer sus “bandos” en cualquier parte del mundo y para todos. O que un gobernante, al respecto de una guerra o un conflicto interno, o incluso en la lucha contra el crimen, hable de “daños colaterales” refiriéndose no a ventanas rotas y autos dañados, sino a personas inocentes “matadas” durante las acciones. O que todos nosotros nos consideremos una excepción incluso cuando nos pasamos un alto y nos ve un policía.