El tono inusual de Colosio

Félix Fuentes Medina

Colosio no iba a transformar México y menos de un día a otro, pero sí habría intentado disminuir la pobreza e impulsar el desarrollo. No mintió cuando dijo en su discurso cumbre del 6 de marzo de 1994 que veía un México con hambre y sed de justicia.

En alrededor de 40 pláticas que tuve con él percibí ese deseo vehemente de atender a los pobres y borrar la vergüenza priista, por “no ser sensibles a los grandes reclamos de nuestras comunidades”.

Mi trato con él comenzó cuando se inició como diputado federal, en 1985, y nuestro lugar preferido era el restaurante Passi, de la entonces Zona Rosa. Allí me nutría de información de la Secretaría de Programación y Presupuesto, de la cual era titular Carlos Salinas de Gortari. Supongo que ya eran amigos.

Durante su periodo de presidente del PRI, a partir de 1988, nuestros encuentros fueron constantes y me beneficiaba con la información confidencial del partido. Le dolió, sin duda, la derrota en la elección para el gobierno de Baja California.

El 29 de enero de 1994 fui invitado a una gira con Colosio a Metepec y Huixquilucan, municipio éste de mi origen, en el Estado de México. Con otros invitados se nos condujo a una casa artesanal de Metepec, donde el candidato presidencial era retratado junto a una imagen del árbol de la vida.

“¡Qué haces aquí…!” —dijo el sonorense en cuanto me vio—. “Pues soy tu invitado” —le respondí. Tan afable como siempre hizo bromas, me tomó del brazo y quiso que nos tomaran la foto frente al símbolo de la vida. Es la gráfica donde Colosio luce una chamarra roja.

Luego se nos llevó a los invitados al templete desde el cual dirigió el candidato un encendido discurso, de su estilo, y preocupado por la situación nacional en esos días, ante una multitud apretujada en una larga calle de Metepec.

De salida a Huixquilucan, Colosio ordenó que me llevaran a su camioneta Blazer, donde él ya estaba al volante. Me coloqué a su lado y dijo sentirse contento por el entusiasmo de la gente que advertía en su campaña.

“O, ¿cómo la ves tú?” —preguntó. Le comenté la situación de conflicto que sucedía en Chiapas por los manejos de Manuel Camacho Solís con el obispo Samuel Ruiz y el encapuchado líder del EZLN.

Los periódicos, le dije, destacaban el asunto de Chiapas y el intenso manejo mediático de Los Pinos, mientras las notas de la campaña priista aparecían en espacios reducidos y en medios electrónicos casi no se escuchaban.

Asido a dos manos del volante y sin quitar la vista de la carretera Toluca a México, que ya habíamos tomado, Colosio dijo con fuerza: “¡Lo sé, Félix, pero me la van a pagar esos hijos de la chingada!”

Me sacudió el tono inusual de Colosio. Yo ignoraba el punto de conflicto a que se había llegado, como consecuencia de la nominación del nacido en Magdalena de Kino. Y no tuve que preguntar a quiénes se refirió con tan dura expresión.

Tuve un último encuentro con Colosio, en sus oficinas del PRI, dos días después del discurso del 6 de marzo, en el Monumento a la Revolución. Esa vez esperé 30 minutos en la antesala, lo cual no había sucedido antes.

Me recibió, sin invitarme a tomar asiento. Lo vi con el rostro adusto, tenso. Y como había otros priistas, en espera de hablar con él, sólo le hice una pregunta: “¿Ese discurso lo conocía el presidente Salinas?”

“Se lo mandé la noche anterior… te ruego que escribas dos o tres artículos de ese texto… es importante que lo hagas y nos vemos pronto.”

Nos dimos un abrazo. Fue la última vez que nos vimos.