Camilo José Cela Conde
Madrid.– Desde que Carolus Linneo colocó a los seres humanos en el género Homo, es ése el lugar que ocupa nuestra especie desde el punto de vista taxonómico. La forma, no obstante, en que la evolución por selección natural dio paso a dicho género, que compartimos con otros miembros de nuestro linaje como pudieron ser los neandertales, ha sido objeto de controversia entre los especialistas desde que se impuso el paradigma darwiniano.
La conferencia conjunta de este año de la Paleoanthropology Society y la American Association of Physical Anthropologists ha arrojado nuevos datos acerca de ese tránsito evolutivo gracias al anuncio hecho por Lee Berger, de la universidad de Witwatersrand (Johannesburgo, Sudáfrica) y sus colaboradores del hallazgo de fósiles procedentes de la cueva de Malapa, situada a unos 15 kilómetros al nordeste del yacimiento de Sterkfontein, en Sudáfrica, que cuenta con una edad de cerca de 2 millones de años. Los nuevos hallazgos corresponden al menos a cuatro individuos e incluyen un cráneo bastante completo de un adulto. La especie a la que han atribuido Berger y sus colaboradores esos ejemplares es la de Australopithecus sediba, definida el año pasado por el mismo paleontólogo de Witwatersrand gracias a un hallazgo casual hecho por su hijo de nueve años, unos huesos que, tras ser excavados, resultaron corresponder al esqueleto parcial de una hembra adolescente.
Los australopitecos no se consideran pertenecientes a nuestro género; disponen del suyo propio. Se trata de homininos, eso sí, es decir, de seres pertenecientes al linaje humano después de que esa línea evolutiva se separase de la de los chimpancés. El problema que plantea el A. sediba es que, pese a que se supone que los australopitecos son seres más primitivos que nosotros, los Homo, el aspecto de los dientes y la cadera del A. sediba es muy moderno, similar al de los miembros de nuestro género. De ahí que se haya planteado que los sedibas fuesen antecesores inmediatos de los primeros homos. Pero las fechas no cuadran. Los primeros ejemplares de nuestro género, los Homo habilis, tienen al menos medio millón de años más que los Australopithecus sediba. ¿Cómo puede ser que un antecesor sea más joven que sus descendientes?
El enigma tiene dos posibles interpretaciones contrapuestas. O bien los rasgos distintivos de Homo no son tales, y fueron fijados por los australopitecos antes de la aparición de nuestro género, o se trata de condiciones que se fijaron dos veces en el camino evolutivo: cuando surgió nuestro género y, por segunda vez, más tarde, de manera casual, en esos australopitecos tardíos. Como siempre sucede en el campo de la paleoantropología, hay argumentos y opiniones para todos los gustos. Cabe esperar que los hallazgos de Malapa, en vez de resolver la cuestión, la conviertan en aún más intrincada y ardua. La evolución obra así: esbozando salidas adaptativas que no conseguimos entender del todo. Los sediba no son, en ese sentido, ninguna excepción.