Gonzalo Valdés Medellín

Emmanuel Carballo, protagonista constante de las letras mexicanas, testigo presencial de la historia literaria del siglo XX, falleció en la Ciudad de México el pasado domingo 20 de abril víctima de un infarto agudo al miocardio. Autor del ya clásico Protagonistas de la literatura mexicana del siglo XX (reeditado por Alfaguara en 2004) y merecedor de infinidad de premios y reconocimientos como la Medalla Alfonso Reyes, el Premio Nacional de Lingüística y Literatura, el Premio Mazatlán, ambos en 2006, entre otros muchos, perteneció al Sistema Nacional de Creadores de Arte del fonca.
Cercano a cumplir 85 años el próximo 2 de julio, Emmanuel Carballo vivió entregado a su pasión por las letras. Hombre fuerte, pese a que los avatares propios de la edad que a veces lo amenazaban y en no pocas ocasiones lo pusieron al borde de la muerte, por ejemplo cuando en los noventa tuvo que librar una ardua batalla con la próstata, decía: “Sí, me enfermo rápido, pero igual de rápido me levanto. Me recupero más rápido de lo que tardo en enfermarme”, no obstante haber manifestado en su Homenaje en Bellas Artes, a mediados de los noventa: “Soy un escritor condenado a muerte”. “Bueno, eso todos” —comentó a su vez el dramaturgo Hugo Argüelles—; y el caso es que del año 1996 al 2003 en que falleció el dramaturgo, Emmanuel Carballo sobrevivió para bien de las letras nacionales hasta este año 2014.
Siempre recibía en la sala de su casa de El Contadero, donde lo visité con regular frecuencia en la época del Semanario punto o con cualquier motivo que nos uniera en empresas literario-teatrales o literario-periodísticas. Lo importante, decía Emmanuel, era “echarnos un café y platicar”. Café que él mismo preparaba, siempre contento de nuestro reencuentro. Y es que no podíamos evitar tantas remembranzas amistosas, desde que nos conocimos allá a principios de los años ochenta. —¿Quién nos presentó?, me preguntó Emmanuel una vez. —La vida —le respondí, a quien considero mi maestro en toda la extensión de la palabra.
Y recordé y recuerdo la primera vez que nos encontramos en la redacción del suplemento Sábado de unamásuno, cuando todavía lo dirigía Fernando Benítez. Era 1982 y Emmanuel, pese a andar por ahí de los cincuenta años, tenía la reciedumbre de un joven de veinticinco. Además sabía atraparnos con su plática; y hacernos partícipes de la vida cultural. Era amigo de Huberto Batis, que me había adoptado como pupilo, y quien entonces era Jefe de Redacción de Sábado, y la amistad, por consecuentes razones, se entabló entre Emmanuel y yo. Fue cuando me invitó a colaborar a la sección Cultura del semanario punto, de la cual era el editor. Ahí comencé a ejercitarme como crítico de teatro, aun cuando ya había hecho mis pininos en las páginas de cultura de unomásuno. De ahí pa’l real, la amistad fue creciendo. Emmanuel no era un editor lejano. Al contrario, entre más cerca estaba de sus entonces jóvenes colaboradores, mejor se sentía. Ahí, en las páginas de punto confluimos una gran cantidad de entonces jóvenes escritores y periodistas culturales, a los que Carballo dio no sólo su confianza, sino también su experiencia en empresas como las revistas Ariel y Revista Mexicana de Literatura (esta última dirigida al alimón con Carlos Fuentes); o como colaborador en los suplementos culturales México en la cultura de Novedades y La Cultura en México de Siempre!, pero también como director de los suplementos de Ovaciones y en El gallo ilustrado de El día.
Mucho teníamos que aprenderle al creador de iniciativas señeras para la literatura latinoamericana como Editorial Diógenes y Empresas Editoriales, que había abierto hacia nuevas tendencias en el panorama de la novela, el cuento, el ensayo y la poesía de México y América Latina, impulsando temas entonces puntillosos como la después conocida como “literatura gay” al publicar Después de todo de José Ceballos Maldonado o la novela de Reinaldo Arenas El mundo alucinante, sobre Fray Servando Teresa de Mier…, por sólo poner unos ejemplos, entre los que es imposible no mencionar a la Literatura de la Onda, y a las primeras autobiografías de las entonces jóvenes promesas de la literatura mexicana, Carlos Monsiváis, entre ellos.
Lector acucioso, alguna vez me confesó que la frase “quemarse las pestañas”, en él había sido una realidad fecunda: “Yo sí me quemaba las pestañas, leía y leía sin parar, porque tenía una avidez y una necesidad tremenda de conocer lo que se había escrito en mi país. Y leí y he leído todo, todo lo que he podido…”, eso me dijo allá por 1989 cuando le celebramos sesenta años de vida con un homenaje en el que dramatizamos Protagonistas de la literatura mexicana del siglo XX con una puesta en escena que me tocó la fortuna de dirigir por primera vez. Y digo por primera vez porque luego la experiencia se repitió en 1990 y después, con actores de Guadalajara, en 1996. Chucho González Dávila, gran dramaturgo mexicano, llegó al Museo Universitario del Chopo a presenciar la maratónica representación donde Emmanuel se interpretaba a sí mismo, mientras Hugo Argüelles y José Antonio Alcaraz habían interpretado a Salvador Novo, Héctor Martínez Tamez a Julio Torri y a Juan José Arreola, Lourdes Villarreal a Elena Garro… “¡Qué barbaridad, el teatro conquistó a la literatura!”, gritó efusivo Dávila al concluir la representación. Y esa era modestamente la intención. Y creo que lo logramos, Emmanuel actuando y yo dirigiendo, y ambos adaptando. La experiencia fue extraordinaria. Además, Emmanuel era un actor incontrolable, daba rienda suelta a sus dotes histriónicas. Y develamos una placa en el Chopo (que ojalá ahora con las remodelaciones no se pierda, pues dicen que la aventaron a la bodega) que develaron Hugo Argüelles y el eminente actor Rodrigo Puebla, ambos amigos ya desaparecidos.
La época de punto concluyó a principios de los noventa. Fue también una época que no puedo describir sino como maravillosa. Se ejercía la crítica, se levantaba ámpula en torno a diversos temas de actualidad en la cultura y el arte mexicanos. El director de punto, Benjamín Wong Castañeda, muchas veces me comentó sentirse orgulloso de la relevancia que tenía la sección de Cultura entre los lectores, al grado de que el semanario llegó a tener muy buena venta debido a la fuerza que adquirió la sección de Cultura con Carballo. Ahí dieron sus primeros pasos escritores que hoy son reconocidos internacionalmente como Jorge Volpi, quien hace poco platicando, me comentó que fue ahí con Carballo, en punto, donde publicó su primer texto.
“Siempre quise apostar por el talento —solía decir Carballo—; darme a la búsqueda de gente con talento, era esencial”. El autor del poemario Eso es todo (Eduardo Soto Millán hizo canciones hermosísimas de varios de estos poemas); del libro de crítica Notas de un francotirador, de las memorias Ya nada es igual, y de tantísimos títulos, siempre fue un obsesionado con la honestidad del creador, misma que apuntala así en su prólogo a Protagonistas de la literatura hispanoamericana (Alfaguara, 2007), al referirse a los escritores por él entrevistados en dicho volumen, y que van de Jorge Icaza a Julio Cortázar “uno de los escritores más talentosos y modestos que he conocido” —subraya el crítico—, de Mario Benedetti a Gabriel García Márquez y Alejo Carpentier: “Todos, y en particular cada uno de mis entrevistados —señala Carballo—, poseen las características que exijo a un escritor de nuestros días y de nuestros países: que no engañe al lector dándole gato por liebre, es decir que no le ofrezca productos adulterados por productos genuinos; que se comprometa lealmente y sin aspavientos inútiles con las causas de su pueblo y de todos nuestros pueblos; y que su obra sea, hasta donde esto sea posible, un punto y aparte en la historia de nuestras letras: que abra un postigo, una ventana, una puerta por los que podamos ver con nuevos ojos la realidad en que estamos inscritos y que deseamos cambiar radicalmente”.
Parecerían estas palabras encontrar lugar en mi memoria cuando en la redacción de punto Emmanuel me aleccionaba en notas que yo tomaba por el puro placer de escucharlo: “El crítico debe saber decir al pan pan y al vino vino. No temer enfrentar la realidad de que dos más dos son cuatro. Tener la suficiente visión para no pedirle peras al olmo, y al mismo tiempo para atrapar el fruto del árbol antes que se caiga de maduro. Claridad de juicio, pensamiento diáfano… eso es la crítica…”.
Emmanuel Carballo ha sido para mí un entrañable maestro, y fue un amigo, en mi primera juventud, como él mismo solía decir de sus grandes amigos “de tiempo completo y horas extras”. Nunca entró al mundo del ciberespacio. Pero seguía escribiendo “a lápiz o con bolígrafo y luego me pasan en limpio…”, y continuaba pensando que la literatura mexicana tiene un bastión fundamental en la luminosa obra de Alfonso Reyes, su maestro, y a quien siempre se ligó en tiempo y espacio recordándolo, leyéndolo, enseñándolo a las nuevas generaciones.
Visionario, contestatario, Emmanuel Carballo apostó siempre por el engrandecimiento de nuestra historia literaria, legándonos desde hace más de medio siglo, una obra excepcional en terrenos de la crítica literaria y de la cual, sin duda sus Protagonistas… es y será una de las arcas imperecederas de nuestro acervo literario.
Queda también el recuerdo del amigo, de ese ser humano tan disfrutable y tan extraordinario conversador, con quien compartí tantísimas experiencias de vida, a quien tuve el privilegio de dirigir en teatro y de prologarlo (para Voz Viva de México de la unam): Emmanuel Carballo, protagonista.
La vida nos alejó algún tiempo, pero la amistad y las obras emprendidas a mancuerna siempre quedaron enrizadas en mi memoria y en mi existencia. Fue mi maestro, indudablemente. Y más allá de todo preconcepto, me queda su legado de sabiduría, inteligencia fecunda y amor por la literatura que siempre me han acompañado.
Descanse en paz, Emmanuel Carballo.