Mudos testigos de la devoción a la Virgen de Guadalupe
La arquitectura es la ordenación de la luz;
la escultura es el juego de la luz.
Antoni Gaudí
José Alfonso Suárez del Real y Aguilera
Una vez más la inquietud se apodera de los defensores del patrimonio urbano de la ciudad al constatar el deterior que guardan los 15 monumentos que se ubican en la Calzada de los Misterios, histórica vialidad que unió Tenochtitlán con tierra firme.
A instancias de Francisco Marmolejo e Isidro Zuriñana, devotísimos del rezo de los quince misterios que conforman el rosario —culto vinculado a la histórica Batalla de Lepanto, en donde la Armada Española venció a los infieles en 1571—, el arquitecto Cristóbal de Medina recibió, en diciembre de 1675, la encomienda de edificar el mismo número de ermitas dedicadas a cada uno de los misterios en la calzada que unía la capital de la Nueva España con la villa y el santuario de Guadalupe.
Edificados en breve lapso, los misterios fueron dignificados y bendecidos para el culto en las vísperas de la fiesta de la Asunción, celebración patronal de la diócesis capitalina, el 14 de agosto de 1676. A partir de ese momento, el rezo del rosario se integró al ritual propio de los peregrinos que acudían al templo que albergaba el ayate frente al cual el obispo Zumárraga se había postrado ante el milagro de las rosas un día de diciembre de 1531.
La presencia de estos hitos urbanos con los que la fe y devoción honraba momentos significativos de la vida de la Virgen María y de Jesús, agrupados en temas gozosos, dolorosos y gloriosos, provocaron su identificación popular como Calzada de los Misterios por sobre su nombre oficial de la Calzada de Santa Ana o de Piedra, que es como se ubica en los primeros planos de la ciudad novohispana.
El crecimiento de la devoción hacia la Virgen de Guadalupe conllevó el incremento de peregrinaciones hacia su santuario y consecuentemente el rezo del rosario frente a las ermitas o humilladeros que siguieron siendo mudos testigos de los ritos correspondientes a cada una de sus advocaciones.
Con la introducción de los caminos de fierro, la recia Calzada de los Misterios fue elegida para albergar el Ferrocarril de Veracruz, cuyo paso y peso comenzó a dañar los monumentos a grado tal que siete de los 15 —tres dolorosos y cuatro gloriosos— se perdieron y fueron sustituidos por réplicas a fin de ser bendecidos por Juan Pablo II en su visita de 1999.
A tres lustros de esa última intervención resulta imperativo que en una nueva alianza entre la autoridad civil y religiosa, entre INAH, INBA y las delegaciones Cuauhtémoc y Gustavo A. Madero, se determine atender y restaurar estos monumentos que testimonian una expresión irrepetible de esa ordenación y juego de luz que identifica la arquitectura religiosa, la que en manos del catalán Gaudí adquirió, en pleno siglo XX, dimensiones similares a los misterios de esta importante calzada capitalina.