Javier Galindo Ulloa

A Guadalupe Aragón Ramírez

José Emilio Pacheco es ante todo un poeta que mira la realidad de su país desde su propia experiencia como ser humano, porque convierte en poesía cualquier cosa simple y concreta en torno a la existencia del hombre, con el propósito de manifestar una lección de vida. Muestra de ello es su libro Miro la tierra, el cual sintetiza la temática de su estilo poético.
La imagen del polvo es una referencia literaria muy presente en la poesía de José Emilio. Además de utilizarla como un elemento de atmósfera, es una forma de definir su propio ejercicio poético; es decir, el poeta compara esta pequeña materia, microscópica y aparentemente frágil pero que viaja por todo el universo, con la expresión de sus poemas. La poesía, como el polvo, viaja constantemente por el mundo, se halla a la vuelta de la esquina, en la conversación, en nuestro modo de vida y, por supuesto, en el contenido humano de sus libros; en pocas palabras, es eterna y universal.
En su poema “México: vista aérea”, incluido en su libro Irás y no volverás, Pacheco escribe estos versos que pretenden definir el universo de la geografía mexicana y el suyo propio, desconcertado por su país y por el tiempo que le ha tocado vivir: “Somos una isla de aridez/ y el polvo/ reina copiosamente/ entre su estrago/ Sin embargo/ la tierra permanece/ y todo lo demás/ pasa/ se extingue/ se vuelve arena/ para el gran desierto”. Estas palabras nos permiten reflexionar acerca del paso del tiempo, de la existencia a la nada y los últimos reductos que acarrea el viento hacia un más allá incierto. La imagen del hombre se reduce ante el reino del polvo, que sólo trasciende al ser nombrado por la poesía. En ella se hallan los valores que pretenden ser reprimidos por los distintos gobiernos y dictaduras como la libertad, la igualdad social y la democracia. El poeta, al ver devastado su lugar de origen, también ve perdida la moral y su pasado; su única esperanza es este anhelo de eternidad a través del lenguaje poético.
En este sentido, la poesía es un concepto difícil de definir, porque aunque permanece, viaja en compañía de la duda y la incertidumbre. Muestra a la naturaleza con una verdad poética sin máscaras y sin adornos retóricos. El polvo es un elemento democrático porque conserva un determinado orden y organismo en cualquier lugar escondido o lejano, sin respetar ni excluir a nadie del territorio. Así consiste el anhelo de la poesía de José Emilio Pacheco al ver destruido los edificios y la naturaleza de su país. Sólo la poesía es una vía para encontrar la igualdad de valores y de sentimientos en medio de un espacio devastado por la mano del hombre y el tiempo.
Desde esta perspectiva, el poeta mexicano estructura el poemario Miro la tierra, amplía la idea del reino del polvo como el último reducto del terremoto de 1985 y el elemento poético que ilustra el ambiente de la ciudad destruida; tiene el propósito de definir el lenguaje como la única posibilidad de entendimiento entre los ciudadanos que sobrevivieron a este derrumbe. Lo que se construyó, lo que se conservó en la memoria y lo que vivieron las personas fallecidas, se convierte solamente en imágenes descritas por el poeta desde su perspectiva literaria y moral. Miro la tierra rescata las escenas más lamentables de la gente enterrada entre los escombros, que dejaban ver la desigualdad social y la situación lamentable de las familias que vivían en edificios deteriorados por el tiempo. La amenaza de la muerte se mira desde la tierra, que ha cumplido su venganza de enterrar a los vivos. La tierra mira al hombre en su pobreza, en su riqueza innecesaria; reacciona para que otros la respeten.
La mirada del poeta se construye desde la descripción de los elementos simples de la materia, de la comparación de otras referencias históricas de la época y del pasado y de las mismas ruinas en que se puede hallar la verdad de la situación infernal en que se encuentra la Ciudad de México; pero esta verdad es propia del poeta que la imagina y la reconstruye con las herramientas de la poesía y las referencias literarias de la tradición romántica. En la medida que describe esta ruina infernal, el poeta mide la moral y la inteligencia del hombre ante la destrucción de la ciudad y la suya propia.
En Miro la tierra, el infierno actúa sobre la misma tierra, transforma la naturaleza y el destino de los hombres que no encuentran otro apoyo más que en el abismo. Dice el poeta: “Se alza el infierno para hundir a la tierra” y más adelante manifiesta en estos versos: “El día se vuelve noche,/ el polvo es el sol/ y el estruendo lo llena todo”.
El poeta identifica al hombre como parte de un sueño de la naturaleza, un símbolo de vida que transcurre en determinado tiempo para ser reemplazado por otros elementos que perduran, como es el polvo: “Somos naturaleza y sueño. Por tanto/ somos lo que desciende siempre:/ polvo en el aire”.
Esta imagen del “polvo en el aire” nos remite a la idea de Alfonso Reyes sobre lo que reina en el universo, lo que mide la conciencia de los hombres y lo que genera el estudio de la ciencia y el sentido panteísta de esta pequeña materia. Se pregunta Reyes en su ensayo Palinodia del polvo: “¿Será que el polvo pretende, además, ser espíritu? ¿Y si fuera el verdadero dios?”.
De esta forma, José Emilio intenta definir el ambiente dantesco del terremoto: “Crece en el aire el polvo,/ llena los cielos./ Se hace de tierra y de perpetua caída./ Es lo único eterno./ Sólo el polvo es indestructible”. Según la visión del poeta, Dios es semejante al polvo, su reino surge y aumenta debido a la destrucción de la materia. Existe una revolución divina, social y humana. El polvo gobierna la naturaleza por ser el origen del universo, en el sentido laico y científico; así también gobierna la conciencia del hombre a partir de su propia ruina moral; es decir, todo lo que se ha perdido repercute en la memoria del que camina entre los escombros. Dios abandona a sus hijos, y el hombre sólo se guía por su propia voluntad para ascender a los cielos, deseando ser eterno como el polvo viajero.
Miro la tierra vive al margen de la historia del terremoto (un hecho histórico que sólo sirve de partida para reflexionar e imaginar la muerte) y manifiesta a la vez la historia del poeta desde su experiencia. Como dice Luis García Montero: “Cada persona tiene una ciudad que es el paisaje urbanizado de sus sentimientos”. El poemario es una autobiografía moral en el que Pacheco juzga el presente para elogiar un pasado y una memoria que se ha perdido desde varias décadas. El terremoto vino a consumar lo que se ha destruido en tiempos anteriores. Expresa el poeta: “Terminó mi pasado./ Las ruinas se desploman en mi interior./ Siempre hay más, siempre hay más./ La caída no toca fondo”. El anhelo de eternidad sólo se representa en los elementos simples de la realidad, los pequeños elementos que ordenan el universo a partir de su propia destrucción: “El polvo del derrumbe vibra en el aire./ Es invisible aunque su peso asfixia./ ¿No ha de llegar el fin de la catástrofe?/ El polvo y las moscas ¿serán los amos de la Nueva España?”.

Fragmento del ensayo del mismo título, incluido en Pasión por la palabra. Homenaje a
José Emilio Pacheco. Coordinadores: Edtih Negrín y Álvaro Ruiz Abreu. México, UNAM-UAM, 2013, que ya circula en librerías.