Nuevo orden mundial

Mireille Roccatti

La evolución del conflicto ucraniano parece encaminarnos a un agudizamiento de la crisis en la región, el cual tiene aristas globales que nadie puede desconocer. La dinámica de la crisis sólo reafirma que la influencia de Rusia y la defensa de su área de influencia de seguridad nacional no tendrán marcha atrás.

Al derrumbe del muro de Berlín en 1989 siguió el colapso del mundo socialista y la diáspora de la republicas aglutinadas en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, a grado tal que el aparente fin del mundo bipolar y la denominada guerra fría llevaron a afirmar a algún despistado teórico estadounidense que nos encontrábamos ante el fin de la historia, y que la victoria capitalista nos encaminaría a un mundo global liderado únicamente por Estados Unidos y sus aliados.

La realidad de la aldea global fue distinta, se conformaron bloques económicos que realinearon fuerzas, basados en fortalezas y debilidades económicas y el reparto de los mercados mundiales, restando prioridad al componente ideológico. En ese contexto, la irrupción de China como potencia económica movió el tablero geopolítico y el procesamiento de los conflictos regionales comenzó a obedecer a circunstancias coyunturales.

Lo anterior, sin demerito de acciones de fuerza deslegitimadas en el ámbito del derecho internacional, como la invasión de Estados Unidos a Irak, o su agresiva política de cooptar su área de influencia a los países balcánicos fomentando su pulverización, a la vez de agigantar a la OTAN, el instrumento de alianzas ofensivas-defensivas de cooperación militar que se confrontaba con el casi extinto Pacto de Varsovia.

En este lapso, en otras regiones del mundo, testimoniamos el derrumbe de las dictaduras derechistas y el regreso por la vía de electoral de formaciones democráticas más cercanas a la izquierda en América Latina y África. Y más recientemente, los procesos inmersos en la revolución del jazmín en países musulmanes, que significó la caída de monarquías centenarias o de regímenes autoritarios militaristas, en el poder desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. En estos conflictos —como expresamos anteriormente— procesados coyunturalmente, presenciamos la grosera intervención militar francesa en el norte de África, haciendo el trabajo sucio de plomería a los intereses norteamericanos, lo cual constituye una mancha para Francia.

Y precisamente en el escenario del Medio Oriente, en donde el milenario conflicto entre árabes y judíos tiene en permanente estado de alerta al mundo y lo ha llevado varias veces al borde de un conflicto incluso nuclear, se gestó la resurrección de Rusia. La burda maniobra para derrocar el régimen sirio, lo cual altera los precarios equilibrios de la región, motivó la toma de una decisión firme de apoyo al gobierno sirio y la reaparición rusa en el escenario mundial como dique de contención al avance de los intereses occidentales.

El conflicto y crisis ucraniana forma parte de esta nueva construcción de equilibrio e intereses que se observa a nivel global. Rusia se muestra dispuesta a recobrar su esfera hegemónica y revertir el proceso de acotamiento que se venía impulsando para convertirla en potencia media sin poder a nivel mundial. La gota que derramó el vaso fue el proceso de integración de Ucrania a la Unión Europea y sobre todo su ingreso a la OTAN. Lo que no consideraron los planificadores de ese movimiento estratégico es que la población ucraniana tiene un fuerte componente de integrantes de origen ruso, lo que, al polarizarse las posiciones por el acercamiento europeo, la llevó al borde de una guerra civil. La estratégica posición geográfica de Ucrania, desde el punto de vista militar, que permite el control de acceso a reservas petroleras, de gas y a los más grandes reservorios de agua dulce del planeta, aunado a su condición de gran proveedor de cereales, llevó a Rusia a defender con todo esa posición en el tablero del ajedrez mundial.

Y, paradójicamente, en Crimea, donde inició el colapso del régimen zarista hace un siglo, hoy Rusia vuelve por sus fueros, recupera la península, y posteriormente presenciamos en las provincias de Donetsk y Lugansk, con el mismo mecanismo, primero un referéndum, luego la independencia de la zona, después una petición de anexión a Rusia, lo cual en los hechos es una desmembración de Ucrania. Adicionalmente, y no es una cosa menor, los gobernantes ucranianos paneuropeos han tomado una posición neonazi que debieran considerar seriamente sus patrocinadores estadounidenses y europeos. En conclusión, estamos testimoniando la construcción de nuevos equilibrios para instaurar un nuevo orden mundial.