Con vocación de bombero
Humberto Musacchio
Con Michoacán a medio zurcir, la federación se embarca en otro proyecto pacificador. Ahora es en Tamaulipas, entidad que es víctima de las mafias criminales tanto como de la ineptitud de su improvisado gobernador. Se confirma de este modo que la autoridad central tiene vocación de bombero.
El despliegue de fuerzas represivas en Michoacán obligó a alguna de las bandas delictivas a replegarse. Otras optaron por participar del esfuerzo ciudadano y se colaron en las autodefensas. Como está ampliamente documentado, civiles armados cargaron con la parte mayor y más peligrosa del combate a los criminales para que, efectuada la tarea hasta donde eso es posible, se pretendiera desarmar a la población y dejarla nuevamente expuesta a la acción de los matones.
Por fortuna se impuso la prudencia y algunos contingentes han sido incorporados a una especie de milicia, con permiso para portar armas largas. Lamentablemente, lejos de buscar la concordia, se ha desatado una persecución contra los líderes menos dóciles y esa hostilidad navega en contra de todo intento pacificador.
Dicho en corto, en la entidad michoacana todavía hay mucho por hacer, pues las soluciones firmes sólo pueden derivar una mejora general de la economía nacional —no sólo regional—, de la creación de empleos permanentes y bien pagados y del impulso a una nueva cultura que deje atrás antivalores derivados de la violenta situación en que se sumió el estado.
No está concluido el trabajo en un lugar cuando el gobierno federal ya se metió en Tamaulipas. Al respecto, hay que decir que la violencia ha llegado a extremos que hacen impostergable la intervención del centro. No es cuestión de gusto ni hay alternativa. O se pone orden en Tamaulipas o corre peligro la existencia del orden general e incluso la preservación de la democracia que nos hemos dado, que, defectuosa y todo lo que se quiera, es la que hemos podido construir.
Como en Michoacán, el desastre tamaulipeco era conocido, estaba cantado. La imposición como gobernadores de personajes sin el necesario perfil sólo podía augurar un empeoramiento de las condiciones económicas y sociales. Y así ocurrió. De ahí que ahora la Federación corra en auxilio de la entidad fronteriza. Quizá, como en Michoacán, se nombre otro virrey o procónsul, pero hay el riesgo de que ese intento de abarcar cada vez más exhiba la esterilidad del esfuerzo, la imposibilidad de apretar lo necesario.
En este sexenio se está jugando la continuidad del Estado mexicano tal como lo conocemos. ¿Lo sabrán las autoridades?