Sara Rosalía

 Cuando uno no sabe cómo empezar es siempre mejor hacerlo desde el principio. Manuela Garín es una mujer que el primero de enero de este 2014 cumplió cien años. Ella, porque ha sabido hacer amigos entre los jóvenes, invitó a Manuel Diego, un historiador, a que la visitara algunas tardes y para distraerlo de su enfermedad comenzó a contarle, al compás del recuerdo, aspectos de su vida. Un buen día, Manuel Diego comenzó por pedirle permiso de traer una grabadora y, recuérdense que él es historiador, le dio la sorpresa con un libro terminado que Doña Manuela considera todo el mérito es de Manuel Diego y él que sólo surgió el libro porque ella sabe contar.

El pequeño volumen pertenece (o debía pertenecer) a lo que hoy llaman testimonio de vida o incluso microhistoria, porque en afán democratizador los historiadores han decidido reunir materiales sobre cómo ha vivido la gente común y silvestre la historia. Así, en su centro de investigación, Luis Prieto ha impulsado estudios sobre cómo vivió la revolución un pueblo que no fue escenario estelar de la historia o ya de lleno en la llamada Antropología Social el recuento de experiencias en un pueblo de migrantes de Michoacán. En resumen, los historiadores no sólo se ocupan de las grandes figuras de la historia, sino de los otros que la vivieron sin ser los protagonistas principales los que acompañaron la historia.

Sin embargo, el caso de Manuela Garín cabe y no en este apartado de la historia, porque Doña Manuela funda escuelas de matemáticas en algunos estados de la república y escribe libros de texto para esta especialidad, lo que la coloca, al menos, como figura protagónica de la historia de la ciencia en nuestro país. Y, además, Doña Mane, como le dicen, como le decimos, se coloca, entre bambalinas, en el movimiento estudiantil de 1968, lo que ya pertenece a la historia con mayúsculas. En esas páginas, la maestra Garín cuenta que cuando los presos del 68 estaban ya sentenciados cumpliendo condenas en Lecumberri, Moya Palencia, como secretario de Gobernación, mandó llamar a su marido, el ingeniero Raúl Álvarez mediante un recado con su hermano José Rogelio. En la imposibilidad de localizar a su esposo que estaba en unas obras en Jalisco, Doña Manuela discutió con Moya Palencia la salida de un grupo de presos, entre ellos su hijo Raúl, hacia Chile. (En realidad a Perú, como cuenta Doña Mane, pero eso es un detalle). Total, ahí está el testimonio de Manuela Garín sobre la negociación que llevó a la ex carcelación de los presos políticos del 68. Por supuesto, que Mane cuneta cómo iba y venía a Lecumberri para preguntar a los presos sobre qué debía demandar para su salida. Por ejemplo, la lista de Raúl fue con el criterio de que salieran los que tenían las condenas más altas.

Como la vida es sorprendente, Doña Mane cuenta cómo, aunque nació en España, fue registrada en la Habana y al casarse con el ingeniero Álvarez adquirió para siempre la nacionalidad mexicana. Otros hechos sorprendentes, un joven que invitado por la familia descubre que poseen un piano, les pide permiso para ir a ensayar a su casa, A la hora de la comida, la madre de Mane le dice al joven con naturalidad que los acompañe a comer. Pasado un rato, la señora va en busca del muchacho que no aparece y lo encuentra llorando. Al preguntarle la causa, el jovencito afirma que nunca ha sido invitado a sentarse a una mesa con blancos. Le reiteran la invitación y el joven asiduo a la casa y la familia no es otro que el cantante, pianista y compositor Bola de Nieve. (el de Mamá Inés o el Botellero). Y para probarlo, en el libro una foto de Mane adolescente en la playa con Bola de Nieve.

En una ocasión Raúl Álvarez Garín, en mi opinión el principal dirigente del 68 y hoy presidente del Comité de la Verdad, andaba buscando a un amigo que suponían desaparecido por sus actividades políticas: Alfonso Zelaya. Un muchacho en ese entonces llamado Fidel Castro se comunicó con los padres de Raúl para decirles que dejaran de andar averiguando, porque no estaba desaparecido, vale decir en manos de las autoridades mexicanas. Como es sabido por la historia, Alfonso Zelaya es el único mexicano que participó en el viaje del Granma a Cuba. Esas averiguaciones conducen a que Raúl acabe preso y sus padres interceptan a Echeverría, entonces subsecretario de Gobernación, a quien conocían, -quien les aconseja que fueran con el Procurador y que “Mane le llore un poco”. Ella cuenta que a ella y a la mamá de Daniel Molina, que estaba desaparecido con Raúl, no les costó trabajo llorar, porque lo hacían todo el tiempo hasta que en efecto, les entregaron a sus hijos.

Ya se contó aquí cuando el premio Cervantes a Elena Poniatowska cómo Mane introdujo a Elena a Lecumberri con el nombre de Ester Garín, su hermana radicada en Monterrey, y cómo las autoridades mexicanas amenazaron con quitarle la nacionalidad mexicana y deportarla a Cuba. Una vez que una investigadora méxico-norteamericana estuvo aquí para publicar los artículos periodísticos de Rosario Castellanos me enteré que de algún modo la mamá de Raúl era “cubana”, le dije a Mane no sabia que eras cubana, te imaginas me contestó lo que hubiera dicho el gobierno en el 68 si se hubiera sabido eso.

Muchas otras cosas se cuentan en este testimonio de vida excepcional, sobre todo su papel como mujer de ciencias hasta alcanzar la condición de maestra emérita de la Facultad de Ingeniería a la que se sumó, por considerarla también suya, la Facultad de Ciencias de la UNAM.