Carmen Galindo
De hecho, vi muchas veces a Efraín Huerta, pero nos tratamos poco. No así a su familia. A Eugenia, economista, la conocí, la conocimos mi hermana Magdalena y yo, apenas entramos a la UNAM. A Carlos Pereyra, quien fue su marido, nos lo presentó, incluso antes, Hugo Hiriart porque ambos estudiaban Filosofía.
A Andrea, la conocimos más tarde. Carlos Monsiváis acostumbraba tener como amigas a una pareja de hermanas. Las primeras (para ellas acuñó el pleonasmo de las hemanitas–sisters que heredamos) fueron las hermanas Rueda, Lucero Isaac y su hermana Yolanda, y después de nosotras fueron Eugenia y Andrea las inseparables de Monsiváis. A David lo conocimos tiempo después. Lo que me consta y lo digo ahora para que David lo sepa, cuando le renunció un grupo amplio de colaboradores de La cultura en México, suplemento de la revista Siempre! el súper cronista me confió: “al único que sentí fue a David” y añadió sin mencionar nombres, “los demás no me importan”. La razón no es especialmente halagadora para David Huerta, pues su argumento fue “porque lo conozco desde chiquito”. Y ya que hablo de Monsiváis, recuerdo que me regaló, con un elogio de viva voz, entusiasmo que no era habitual, una plaquette de “El Tajín”, que por supuesto conservo.
A quien tratamos más fue a Thelma Nava, la segunda esposa de Efraín. Mi padre, productor de cine, conocía a Thelma y la apreciaba desde que platicaba con ella en la oficina de Salvador Amelio, en la distribuidora Películas Nacionales. Más tarde, en Manos fuera de Nicaragua, grupo de solidaridad con el sandinismo, el presidente era el maestro Fernando Carmona y las vicepresidentas eran Thelma y mi hermana Malena. En la Brigada Roque Dalton, de apoyo a la guerrilla salvadoreña, la presidenta era Thelma y yo era la vicepresidenta. A Efraín lo conocí mucho antes en un coctel en la Alianza Francesa de San Ángel. No le caímos bien, nos trató como a hijas de productor de cine y por otro lado, mi padre tampoco simpatizaba con la feroz crítica contra el cine nacional de Efraín. Años después, coincidimos en el periódico El Día y varias veces nos vimos principalmente en comidas de aniversario.
La palabra alba
Gracias a Pável Granados le pude echar una mirada a una publicación de la Biblioteca México en que mi maestro Antonio Alatorre escribe sobre el libro fundamental de Efraín: Los hombres del alba. Me voy a referir a este ensayo, que me aclara David Huerta, es la primera nota que se escribió sobre el libro y apareció –me dice- en Pan, la revista jalisciense que fundaron Alatorre, Juan Rulfo y Juan José Arreola. Ahí, Alatorre plantea que la palabra “alba” cambia completamente su significado y para mí, que Alatorre localiza no uno de los muchos recursos de Huerta, sino su mecanismo fundamental, porque este expulsar a la palabra de su significado lo singulariza.
Quisiera, ahora, poner otro ejemplo semejante al de Alatorre para corroborar su uso frecuente en el poeta. En uno de los más célebres textos de este libro, el llamado “Declaración de amor”, que dedica a la megaurbe compara a los hombres con “nardos podridos”,[1] la palabra nardo evoca esbeltez, garbo, blancura y aquí, otra vez, la palabra está sacada de su contenido hermoso y positivo para modificarse con el adjetivo “podrido”. (El terreno está minado, en la terminología marxista se ha identificado siempre al alba, la aurora o el amanecer con la revolución, de ahí que en fecha muy cercana se haya reprochado a José Revueltas la frase de no amanecerá nunca que reitera en Los días terrenales (1949) y en El cuadrante de la soledad (1950)).
Alatorre identifica la palabra alba con los recuerdos e incluso el alma del poeta. Detecta en Huerta una especie de “ceguera parcial”, un “daltonismo” que todo lo convierte en gris, que yo, por mi cuenta y riesgo, pienso que recuerda la nada de la filosofía sartreana, o, en los hechos, con la neblina o tinieblas de la posguerra. Alatorre relaciona a este poemario Los hombres del alba con la paleta oscura de Orozco y cuando alude al rojo de este pintor evoca la “sangre seca” de Huerta.
El poeta del absoluto amor y de la urbe
Se ha dicho y con justa razón que Efraín Huerta es el poeta del amor, del erotismo, de la mujer amada y poseída. ´El mismo lo difunde en unos de sus famosos poemínimos. Se llama, pues obviamente ahí lo leyó: “Pequeño Larousse:
“Nació
en Silao
1914
autor
de versos
de contenido
social”
Embustero
Yo sólo
escribo
versos
de contenido
sexual[2]
También se dice, y con razón, que es el poeta que declara ya su amor o ya su odio a la ciudad de México, que atrapa in fraganti a la Avenida Juárez o a San Juan de Letrán, que habla de la patria, como López Velarde, en épica sordina.
La gran urbe que habrán de describir novelas como El sol de octubre (1959), de Rafael Solana; Casi el paraíso(1956), de Luis Spota, y por supuesto, La región más transparente(1958) de Carlos Fuentes tienen su correlato y su precursor en la poesia de Huerta. Por otro lado, no quiero dejar de añadir que más que las novelas de la gran urbe, pienso en esas obras, como las del sexenio alemanista, reflejan una burguesía en ascenso, el estallido de la insolente desigualdad social y anuncian lo que vendrá después, en nuestros días.
Bitácora de la izquierda
A Los hombres del alba se le ha hecho el libro central de la poesía de Huerta e incluso se le ha llegado a considerar paralelo a Muerte sin fin de José Gorostiza. La mayoría, el propio Efraín, han disminuido al poeta político. Al contrario, y sin desoír lo que se ha dicho hasta aquí sobre el poeta del amor y de la urbe, me quisiera referir a sus poemas políticos. Si en Neruda existe su memorable “Canto de amor a Stalingrado”, Efraín lo acompaña con su poema “Stalingrado”. Esa batalla fue decisiva en la Segunda Guerra Mundial, más que el llamado Día D de la invasión de Normandía, y abrió el camino para la derrota nazi que los soviéticos consumaron en Berlín, el 9 de mayo de 1945.
Pero quiero traer a su memoria otros poemas políticos de Efraín. En esos años, los de la guerra fría, y ante la amenaza nuclear, había una intensa campaña por la paz que era la consigna principal de los partidos comunistas. Uno de sus poemas, que Huerta dedica a su hija Eugenia y a Carlos Pereyra, su yerno por esos años, me parece de lo más logrado y emotivo. Se titula: “Hoy he dado mi firma para la paz”. Nos cuenta que dio la firma “bajo los altos árboles de la Alameda” y a quién más se la podría dar, tratándose de Efraín, sino a una muchacha, “una joven con ojos de esperanza”. Son, con la suya al calce, “un mar de firmas que ahogan y aturden/ al industrial y al político de la guerra”.[3] (Los secuestrados de Altona, de Sartre, acusa, como el poema de Efraín, a los protagonistas no obvios, los que se enriquecen con la fabricación y mercado de armas).
Y regreso al poema de Huerta. Ese día, el poeta no ha firmado ni sus poemas, ni sus artículos, ni documentos burocráticos que lo esclavizan. La frase, que es el leitmotiv que regresa una y otra vez, (como en la Rapsodia sobre un tema de Paganini de Rachmaninoff de El peñón de las ánimas) es “hoy he dado mi firma para la paz”y esa firma, que llama la del poeta, se añadirá a otras:
Hoy he elevado en una el número mundial de firmas por la Paz
Y estoy contento como un enamorado,
como un árbol de pie,
como el inagotable manantial
y como el río con su canción de soberbios cristales[4]
Ese es un hermoso y alegre poema político, y todo porque dice el ritornello “Hoy he dado una firma, la mía, para la paz”. Sin grandilocuencia, y acompañando a una acción colectiva que supone se realizará en cien países y que reunirá cien millones de firmas. (Aquí, claro, como suele ocurrir en la poesía, cien equivale a infinito).
La poesía de Efraín es una auténtica bitácora del sentir de la izquierda mexicana e internacional. Ahí está el poema que dedica a Angela Davis, la de los posters, la imagen viva e indiscutible de que black is beautiful. Efraín toma en préstamo frases del corrido de Cananea para decir que la agarraron los sheriffes al estilo americano y el epíteto que la acompaña es “Angela adorable Davis”. El préstamo del popular corrido sirve para ejemplificar otro recurso frecuente en el poeta, lo que los retóricos llaman cita o sea una frase de otro escritor incrustada en cursiva o sin señal o aviso previo en el texto propio. Huerta suele hacer uso de estas expropiaciones que lo revelan como lector atento que homenajea a otros y como creador colectivo.
No falta, no podía faltar la “Cantata por el Che Guevara”, a quien rememora en el momento de su asesinato en Bolivia. No puedo dejar de añadir que la literatura de México y en general la de América Latina suele ser inmediata, al estilo de “sobre el muerto, las coronas”. (Y casi siempre, el muerto es literal). A la Cuba revolucionaria dedica, entre otros, el que se titula “Farsa trágica del presidente que quería una isla” y que nos entrega el verdadero rostro de John F. Kennedy. En “Mi novia Praga” habla de la ciudad, pero también de Lily y de sus besos. En otro poema, en fin, se refiere al “pasaporte de Paul Robeson”, porque se trataba del único norteamericano arraigado en Estados Unidos, razón por la cual se le había retirado su pasaporte. (En beneficio de los jóvenes aclaro que luchó por los derechos civiles de los negros, fue pro soviético y dirigió “La internacional” cuando se cantó en el Congreso de Valencia, fue perseguido por el macarthismo y por el FBI. Pero tal vez, todos estos datos sean prolijos y baste decir que es el bajo que escuchamos al oír la más famosa grabación de “Old Man River”). Junto a Robeson, Efraín menciona a Chaplin, el actor que retornó a su natal Inglaterra, víctima, como Robeson, de las acusaciones del comité del Senador McCarthy. (También Paul Robeson tiene un espacio en el Canto general de Neruda).
Es difícil expresar lo que remueve emocionalmente la poesía política de Efraín Huerta, porque va recorriendo al lado, o mejor, con toda la izquierda, cada momento de la historia, cada incidente, cada instante de la lucha social. Aunque ciertamente también estaba al pie de la realidad de todos los días, la de todos nosotros y no sólo de la izquierda. Blanca Estela Pavón, la pareja de Pedro Infante en Nosotros los pobres, es el tema de uno de sus poemas cuando la actriz muere en un accidente aéreo. (Es él quien bautiza a la Doña como María de todititos los ángeles Félix). Sorprende que le extienda pasaporte a su poesía a palabras tan ausentes de literatura como los concamines, los leones o los rotarios, en referencia a los que integran la Confederación de Cámaras Industriales, y a dos agrupaciones los leones y los rotarios (clubes sociales les llamaban) que reunían a altos ejecutivos y empresarios). Los rotarios, al menos, eran copia al carbón del país del norte y los leones, no sé si copia o sólo eran a su imagen y semejanza. El título de uno de sus libros, Circuito interior es textual de la vía así llamada en la ciudad de México.
Un poema tan importante como “La muchacha ebria”, es sin duda “Barbas para desatar la lujuria”, donde se dan la mano el poeta culto y el popular, el que está al pie de la realidad y de la vanguardia. (He tratado en otros textos cómo los poetas del partido comunista, hablo de Neruda, Vallejo y Huerta, como podría hacerlo de Louis Aragon ode algunos de los estridentistas, entre otros, son, al contario del prejuicio de la derecha, los de vanguardia).
La ortodoxia comunista
Mucha inquietud causa saber si Huerta era realista socialista. La verdad es un sobresalto infundado, porque basta leerlo para saber que no es así. (Por otro lado, no sobra añadir que Alexei Tolstoi escribe una de las mejores novelas que he leído nunca, Pedro I, la cual es realista y escrita por un escritor socialista. Y sin duda, uno de los más reconocidos escritores de la literatura universal es Sholojov y no sólo por su obra el Don apacible, sino por Ellos murieron por la patria, sobre la Gran Guerra Patria para ellos o Segunda Guerra Mundial para nosotros, todas dentro de la corriente del realismo socialista, diga lo que diga George Lukács). También basta leer a Efraín Huerta para saber que admiró, como todos los comunistas de otros tiempos, a Stalin.
Desde la perspectiva del Partido Comunista de México, el pleito contra Revueltas y Huerta no era que fueran o no realistas socialistas, lo que incomodaba a los jerarcas del Partido e incluso a los militantes, era que Huerta y José Revueltas estaban dando pasos fuera de la ortodoxia marxista hacia la filosofía existencialista, que en ese entonces tampoco estaba tan cerca del marxismo como lo estuvo con Sartre en tiempos más recientes. En Revueltas es hoy completamente admitida esta influencia y de hecho fue reconocida por él mismo en el prólogo a sus obras completas de Empresas Editoriales, texto que hoy precede a Los muros de agua, de Editorial Era. Yo creo que en Efraín se advierte esta presencia del existencialismo nada menos que en obras tempranas como Los hombres del alba, aunque no tanto en obras posteriores.
Aqui creo que debe abordarse el tema de la marginalidad de Huerta que él mismo pregonaba. Nadie quiere decir que no sea un buen poeta, e incluso uno de los mejores. Lo que él sentía, y así lo expresa en sus poemas, es la lucha ideológica en la literatura mexicana que a ratos sólo es advertida por las huestes combatientes. Los escritores más famosos se ocupan de “ningunear” y a veces, si se puede, hasta desaparecer a sus adversarios ideológicos. No siempre la izquierda pierde. Diego Rivera y Frida Kahlo, combatidos hasta la destrucción de su obra, son la prueba. Revueltas se ve arrinconado con el membrete de “edición del autor” y consecuentemente la casi nula distribución de su obra. Efraín no tiene todas las ediciones que podría suponer la lectura de su poesía.
Los poemínimos o entre lo culto y popular
Estas obras en miniatura recuerdan el encanto, la línea precisa y sintética de los hai-kai, popularizados aquí por José Juan Tablada. No me extraña que hubieran sido tan del gusto de Lezama Lima, porque comparten, con Paradiso, el gusto por lo popular y lo culto. Cada poemínimo, tiene un subtexto, a veces culto, a veces popular, pero siempre hay una complicidad, un referente que se sugiere, pero no se nombra de manera directa. De alguna manera, continúa estas incrustaciones que toma Huerta en préstamo de otros autores (“bajo tu clara sombra”, de Paz es uno de ellos), pero en los poemínimos la relación no es directa, sino oblicua, por lo que requiere la complicidad del lector, quien tiene que descubrir que el poema trasluce un versículo bíblico, un refrán o una alusión a un poema de otro. Y olvidaba lo más importante, por lo general estos versos recorren todos los tipos de humor: la ironía, el juego de palabras, la alusión sexual y lo que se le ocurra.
Y unas cuantas líneas para decir que a causa de mi biblioteca en tránsito, recurrí a un ejemplar de su poesía completa, la editada por el Fondo de Cultura Económica, y uno o varios lectores de la Biblioteca Samuel Ramos habían adjuntado a muchos, pero muchos de sus poemas, una “palomita” para mostrar su admiración. Así fue como releí, palomeada, la poesía de Efraín Huerta en su centenario.
[1] Efraín Huerta. Poesía completa. Pról. de David Huerta, (ed. al cuidado de Martí Soler). México, Fondo de Cultura Económica, 1988. P.106.
[2] Ibídem. P. 339-340.
[3] Ibídem. P. 167.
[4] Loc. cit..