Ahora resulta que #TodosSomosMireles. La detención del exvocero de las autodefensas en Michoacán hizo que hasta los cínicos salieran de las catacumbas. Es el caso del exgobernador Leonel Godoy quien, muy orondo, se pavoneaba, mientras algunos líderes perredistas le advertían al gobierno federal que no ha habido avances en materia de seguridad.

¿Y acaso con Godoy sí hubo? O se debe decir exactamente lo contario: que fue precisamente durante su sexenio cuando más forma y expansión tomaron grupos delictivos como La Familia Michoacana y los Caballeros Templarios, cuando más creció la extorsión y el secuestro. Pero, sobre todo, cuando el país fue testigo del desparpajo con el que se arropó al hermano del entonces gobernador, César Godoy, diputado en fuga, acusado de tener vínculos con el “narco” más poderoso de la región: La Tuta.

Sí, es cierto, toda esa información es de sobra conocida, pero olvidada. Sobre todo por los políticos cínicos, que apuestan a la amnesia, a ese Alzheimer que forma parte de la idiosincrasia nacional para exhibirse, sin pudor, como líderes morales.

Los pasados gobiernos de Michoacán “resolvieron” a su manera el problema de la delincuencia organizada y la aparición de las autodefensas. Lo hicieron siendo omisos y permisivos con la violación de la ley y el consecuente debilitamiento de las instituciones. Lo hicieron cediendo soberanía territorial y política al poder del crimen. Lo hicieron así a cambio de que esas organizaciones operaran como promotores electorales.

Juan Manuel Mireles es producto de ese mundo en el que un liderazgo social se construye al margen de la legalidad. La estrategia del gobierno federal para combatir la violencia en Michoacán puede tener todas las fallas y debilidades que se quiera, pero tiene una prioridad: recuperar los espacios físicos e institucionales que la delincuencia ha venido arrebatando al estado y al país.

Para decirlo de manera simple: era Mireles o era la estrategia de pacificación para rescatar Michoacán; era Mireles o era la ley.

En la reconstrucción de la legalidad una pieza indispensable es la congruencia y consistencia. Hoy todo indica que el éxito del comisionado para la Seguridad y Desarrollo, Alfredo Castillo, pasa necesariamente por la pronta detención de La Tuta.

 

Es obvio que la aprehensión de ese delincuente no va a resolver todos los problemas de la entidad, pero sí puede apuntalar de manera estratégica la credibilidad del gobierno federal. Se trataría de un golpe político que, en esta parte crítica del proceso, es imprescindible que se produzca para quitarle banderas y pretextos a los cínicos.

Michoacán sigue siendo nota roja. El mesianismo de Mireles y los hechos sangrientos dominan los espacios en medios de comunicación. Se advierte la ausencia de una estrategia mediática dirigida a informar sobre lo que el gobierno federal ha llamado “solución integral”.

   La pacificación, como se sabe, nos solo depende del envío de soldados y policías. Hay otro ejército, más importante que el tradicional, que, se espera, trabaje en la reconstrucción o construcción de escuelas, en el desarrollo del campo, en la atención social y que debería de estar ocupando, en lugar de Mireles, las primeras planas de los diarios.

En Michoacán, el gobierno mexicano ya no sólo libra una guerra en contra del crimen organizado sino contra los cínicos y mesiánicos que acaparan, por cierto, la atención de la prensa. La presencia de Andrés Manuel López Obrador en Michoacán, pidiendo la liberación de Mireles a quien, como ha trascendido, debe estar ofreciendo la candidatura al gobierno del estado, agrega más leña a la división y la violencia.