Jaime Luis Albores Téllez
El mundo de afuera, de Jorge Franco, Premio Alfaguara 2014, es un libro que trata el tema del secuestro de una forma extraña en cuanto a que estamos acostumbrados a leer en los diarios sólo los hechos y no la demencia del acto, como algo disparatado, de locos. El autor deja en claro —a través de esta historia— que el ser humano es capaz de cometer las más grandes locuras en su vida y todo por ver cumplidos sus deseos de amor, riqueza, éxito, etcétera. Que es capaz de mentirse primero así mismo para después poder mentir a los que lo rodean, como una forma de evadir sus innumerables preocupaciones que atormentan su vida. Y es así como en El mundo de afuera, nos presenta también una historia contraria a la razón, donde conocemos a seres que viven como en un cuento de hadas —como los Reyes de España— en un castillo, además tienen pajes, limosinas, que toman té en una terraza rodeada de fuentes, con monstruos de cemento que botan agua por la boca. Jorge Franco crea una atmósfera o un ambiente físico del lugar y la época, en los setenta, en Colombia, para que el lector vaya atando cabos, reuniendo antecedentes para sacar una o varias consecuencias: “La loma del castillo es empinada y se aleja con arrogancia del bullicio diario. Sólo tiene dos carriles pavimentados, un poco más anchos que los neumáticos de los carros. Se llama loma de los Balsos porque alguna vez estuvo sembrada de balsos desde abajo hasta la cima. Los aviones sacuden la tranquilidad de la montaña cuando vuelan pegados a la cordillera. Si alguien va en el lado derecho del avión, puede ver desde el aire el castillo y sus jardines. Y si tiene suerte, puede ver a la princesa saludando con la mano a los que vuelan sobre ella. Abajo, al fondo, el valle se parte en dos por un río que suelta olores y sobre el que revolotean los gallinazos atentos a lo que salga de las alcantarillas. La corriente lenta arrastra basura, excrementos y espumas, y a lado y lado vivimos un poco más setecientas mil personas en barrios simples y tranquilos. También hay fábricas que ensucian el aire con humo”. Y desde las primeras páginas sabemos que la narración va estar dirigida desde el punto de vista de los de afuera, de los que no viven en el castillo, unos seres con deseos de salir de la pobreza rápidamente, deseos que hacen perder la razón hasta dejarse arrastrar por las pasiones, como una inclinación impetuosa de sus emociones que los lleva a tener cierta conducta frívola, casi insustancial, pueril, como un berrinche incontrolable que da origen a la estulticia, a la complacencia para con las debilidades de los demás. Y es así que los personajes de esta novela, los de afuera, carentes de sentido común cometen sin cesar tonterías antes y durante el rapto que curiosamente afianzan la amistad entre ellos por la simple razón de compartir una simpatía mutua causada por el mismo deseo de salir de pobres rápidamente. Y los de adentro, los que viven en el castillo, demuestran la farsa de su existencia, como una trampa que se tienden así mismos y quedan atrapados en sus fantasías de grandeza al ver que se cumplen la mayoría de sus deseos. Y estos dos mundos, los de afuera y los de adentro, se unen cuando el personaje principal, Diego Echavarría Misas es secuestrado por El Mono. Donde los deseos de ambos mundos se convierten en obsesiones, en manías provocadas por ideas fijas de cumplir sus más íntimas ansias de ver quién somete a quien, hasta aceptar la muerte como destino.
El mundo de afuera es una historia desquiciada de un secuestro por unos seres obsesionados que quieren salir de pobres rápidamente.
Jorge Franco, El mundo de afuera.
Alfaguara, México, 2014; 312 pp.


