Carlos Olivares Baró

El mundo de afuera es una metáfora de Medellín, pero más que todo una mirada a los perturbes desbordados del amor.

El Premio Alfaguara de Novela es, indiscutiblemente, el más importante galardón que recompensa el trabajo de los narradores de lengua castellana. Certamen con un jurado anual que ha sido presidido por escritores de prestigio internacional (Carlos Fuentes, José Saramago, Mario Vargas Llosa, Luis Goytisolo, Jorge Semprún…). El catalogo de los premiados se conforma por Sergio Ramírez (Margarita, está linda la mar, 1998), Eliseo Alberto (Caracol Beach, 1998) Manuel Vicent (Son de mar, 1999), Tomás Eloy Martínez (El vuelo de la reina, 2002), Laura Restrepo (Delirio, 2004), Antonio Orlando Rodríguez (Chiquita, 2008), Andrés Neuman (El viajero del siglo, 2009), Juan Gabriel Vásquez (El ruido de las cosas al caer, 2011) y José Ovejero (La invención del amor, 2013), entre otros destacados narradores de Hispanoa­mérica y España.
El mundo de afuera, del escritor colombiano Jorge Franco (Medellín, 1962) —autor de Mala noche, 1997; Rosario Tijeras, 1999; Paraíso Travel, 2002; Santa suerte, 2010— conquistó la Convocatoria XVII del Premio emplazado por el Grupo Santillana este año: empalme de lo fantástico con la historia de un secuestro real que conmovió a Medellín en 1971. Fábula en la que aparece una “princesa”, un castillo, música de Wagner y un bucólico bosque, la cual transcurre en un tono de comedia y violencia que hace referencia a Martin Scorsese, Howard Hawks, Quentin Tarantino y los hermanos Coen.
“Éste es el Medellín que me tocó vivir en la infancia, lo quise recuperar y rendirle homenaje. El rapto de Don Diego, sin estar liado al asunto del narcotráfico, logró conmover a la ciudad colombiana y mostrar su fragilidad ante la violencia, fue una suerte de premonición de lo que vendría: anuncio del terror que después se apoderó de toda Colombia”, comentó, al inicio de la entrevista para La Cultura en México, Jorge Franco.

—Todos los lectores te asocian a la novela y a la película Rosario Tijeras. ¿Esta novela es un rompimiento con Rosario?
—No, de ninguna manera. Le debo mucho a esa novela que fue llevada al cine con gran éxito en todo el mundo. Sí, es cierto, me he convertido en el “autor de Rosario Tijeras”, a veces olvidan mi nombre y me identifican por las referencias de Rosario. En El mundo de afuera recreo los años setenta de Medellín; todo lo que cuento está basado en hechos auténticos: existe el castillo, fue verdadero el secuestro de Don Diego, El Mono y su pandilla… La protagonista Isolda es, quizás, una metáfora dibujada desde los acuses de lo real.
—Percibo una suerte de espejo entre los actos de El Mono y los gestos de Isolda. Me parece que son personajes que confluyen. ¿Cómo configuraste la psicología de ambos?
—Investigué mucho. Fui vecino en la vida real de un castillo análogo, donde vivía Don Diego Chavarría con su esposa, tuvieron una hija que falleció muy pequeña. En El mundo de afuera hay dos planos narrativos: uno, trazado en la fantasía; y, otro, más crudo y duro, que aborda el secuestro. Los dos planos se van entretejiendo hasta alcanzar una atmósfera que se columpia entre el cuento de hada y la violencia. El Mono, líder de la banda, de apariencia fuerte y ruda, gradualmente revela sumisión frente a su madre: inseguro en su carácter vive en una total vaguedad sexual y está rodeado de unos malhechores muy tardos. Quizá por eso se habla de influjo de los hermanos Coen. En el fondo intenté escribir una historia de amor obsesiva y desbordada en la que El Mono juega un papel clave. Isolda trenza una suerte de figuración, objeto de deseo de El Mono.
—¿Novela coral? El narrador transita de la tercera persona a un uso indirecto de la primera. Es sorprendente la eficacia de los diálogos, no exentos de humor.
—Sí, es una narración múltiple en las perspectivas del relator. Me interesaba diferenciar los tonos en cada circunstancia, por eso hay un cierto lirismo, cierto acuse idílico, cuando el narrador aborda el castillo y a Isolda, y determinado impute violento y caricaturesco en las escenas del Mono y su banda integrada por personajes estrafalarios y, hasta cierto punto, torpes.
—“Prosa amanerada”, me atrevo a decir de los capítulos del castillo. ¿Estás de acuerdo?
—Lo amanerado quizás huyendo de lo artificioso: pero, subrayando un estilo con el cual el lector se familiariza a lo largo de la novela. Planos que recrean elementos típicos del relato fantástico, de los cuentos de hadas infantiles. Bruma lírica, diría yo configurada en una tonalidad de música obstinada desde apuntes clásicos.
—¿Tú y Fernando Vallejo son pioneros de una generación de escritores colombianos que aborda el narcotráfico?
—Por supuesto, formo parte de una generación, heredera quizá del autor de La Virgen de los sicarios. Hay escritores contemporáneos conmigo que están muy activos, pero me cuesta deliberar una determinada afiliación; estamos dispersados por el mundo. Existen etiquetas, pero cuando uno escribe no lo hace en términos de género u ordenaciones, sólo sabes que vas por un tema en concreto, no me preocupo por eso. Mientras sea un dictado de la imaginación lo sigo clasificando como novela y eso para mí es suficiente. Si alguien quiere hablar de un periodo en Colombia, por ejemplo, de “relatos sicarescos” —en los que incluyen a Rosario Tijeras y a La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo—, es válido, aunque yo no estoy de acuerdo. Categorizaciones, a lo mejor, necesarias para el examen de las obras, simples referencias. Las tipificaciones las da el tiempo, los medios: factores extraños, lejanos, a las intenciones de los escritores. Admiro la prosa rabiosa y tajante de Vallejo en novelas emblemáticas de la literatura colombiana actual. Comparto con él una misma geografía literaria, Medellín. No comparto algunas de sus maneras de abordar la novela, pero es un escritor que respeto mucho.
—Recibiste elogios de Gabriel García Márquez. Dijo que te consideraba su relevo natural. ¿Qué significa eso para ti?
—Representó un gran compromiso y por supuesto un reto. No tengo afiliación alguna con el cosmos del realismo mágico explorado con maestría por nuestro Premio Nobel. Recibir esas aprobaciones de García Márquez me hizo, quizá, tomar más en serio mi carrera como narrador. García Márquez es una referencia obligada para cualquier escritor colombiano e incluso de lengua castellana. Lo admiro y lo respeto, sus libros me ayudan a tener una perspectiva del oficio, cabal y consecuente, de cómo se debe contar una historia. Él es un gran contador de historia, sus novelas me han servido para aprender a contar historias.
—¿Planes fílmicos para El mundo de afuera?
—Todavía nadie me ha propuesto nada, el libro acaba de ser editado. Prefiero tenerla aún fijada a lo literario. El cine es otro lenguaje, con la particularidad de su masividad. No descarto aceptar un buen guión y un buen director. Escribo pensando en conformar un libro, es decir, me interesa contar una historia en el ámbito de las palabras. Mis novelas, las que han sido llevadas al cine, han tenido muy buena recepción por parte de públicos de diferentes latitudes. El mundo de afuera es hasta el día de hoy, una novela y nada más.

El mundo de afuera ha tenido promociones en Madrid y México, parte de la gira que organiza Santillana por toda Hispanoamérica y algunas ciudades de Estados Unidos para divulgar el libro triunfador. En México la presentación tuvo lugar en la Universidad del Claustro de Sor Juana del Centro Histórico de la capital mexicana, el pasado jueves 5 de junio con comentarios de los escritores Jorge Volpi, Jorge F. Hernández y Jorge Fernández Menéndez complementados con una lectura dramatizada bajo dirección del académico y dramaturgo Raúl Quintanilla. “Me sigue asombrando el amor por la literatura de los mexicanos”, comentó al final de la ceremonia el novelista laureado originario de Medellín.

Jorge Franco, El mundo de afuera. Alfaguara, México, 2014.