Bernardo González Solano
“Esto no es un accidente, es un crimen”, aseguró el primer ministro de Australia, Tony Abbot, al exigir una investigación independiente sobre el derribo de un avión comercial (Boeing 777, con 298 personas a bordo) de la compañía Malaysia Airlines (vuelo MH17) el jueves 17 cuando volaba en el espacio aéreo de Ucrania con destino a Kuala Lumpur. El primer rumor decía que la aeronave había desaparecido de los radares —tal y como sucedió el 8 de marzo pasado con el MH370, otro Boeing 777 con 239 pasajeros, de la misma compañía al cubrir la ruta entre Malasia y China, desaparición que hasta el momento continúa sin esclarecerse—; en su cuenta de Twitter escribió: “Malaysia Airlines has lost contact of MH17 from Amsterdam. The last known position was over Ukrainian space. More details to follow”. Los servicios de inteligencia estadounidenses afirmaron, en base a análisis satelitales, que un misil derribó la aeronave de pasajeros. Sospechan que se trata de un sistema de misiles tierra-aire de mediano alcance “Buk”, de tipo SA-11 o SA-20, que disponen los ejércitos de Ucrania y de Rusia, y que los separatistas prorrusos se agenciaron.
Después, el infierno. Lo irremediable. Imposible encontrar supervivientes. Como si la compañía malaya estuviera embrujada. Se dice que el transporte aéreo es el más seguro, puede ser, siempre y cuando un avión no se encuentre en su camino con un misil.
En una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad de la ONU, en Nueva York, la embajadora estadounidense Samantha Power afirmó: “El avión…fue probablemente derribado por un misil tierra-aire, un SA-11, operado desde una zona controlada por separatistas en el este de Ucrania”. Agregó: “las milicias prorrusas disponen de la tecnología necesaria paras ese tipo de ataques y ya han derribado aviones ucranianos durante el conflicto que mantienen desde hace varios meses”. Apuntó que el día que el Boeing fue derribado, “se vio a rebeldes con sistemas de misiles SA-11 en la misma zona” y que algunos jefes milicianos anunciaron en redes sociales haber derribado un avión, mensajes que más tarde serían borrados. Y el portavoz del Pentágono, almirante John Kirby, precisó: “Tenemos pruebas muy sólidas de que el avión fue derribado por un misil SA-11, disparado desde una posición controlada por separatistas prorrusos…”
En una conferencia en la Casa Blanca, el presidente Obama confirmó lo dicho por la embajadora Power: “Esta es una tragedia global, tiene que haber una investigación internacional creíble sobre lo que ha pasado”; aseguró que el vuelo MH17 fue “derribado” por un misil en una zona controlada por los rebeldes y calificó la muerte de los 298 pasajeros como “tragedia de dimensiones inefables”…”los ojos del mundo están sobre Ucrania, nos vamos a asegurar de que la verdad salga a la luz”; y denunció que los separatistas han recibido “un flujo constante de apoyo” por parte de Rusia que incluye armamento pesado y sistemas antiaéreos, “no es posible que los separatistas hayan operado sin el sofisticado entrenamiento y el equipamiento de Rusia”.
El drama dio paso, como siempre, a la mezquindad humana. Desde que se conoció la noticia, tanto Kiev como los prorrusos iniciaron una intensa campaña mediática para quitarse de encima la responsabilidad. Ninguno quería aparecer como el culpable de 298 asesinatos. El servicio secreto de Ucrania filtró a través de la BBC unas grabaciones en las que un líder de las milicias rebeldes hablaba con un funcionario moscovita reclamando la “autoría del derribo”. Desde el Kremlin se aseguró que sus radares detectaron una salva de misiles ucranianos segundos antes de que el avión de Malaysia Airlines cayera a tierra. El ministro de Defensa ucranio se defendió: “no usamos misiles tierra-aire en la operación contra los separatistas del Este. Además, el avión estaba fuera del alcance de la fuerza aérea ucraniana”. Declaraciones exculpatorias. Ambos se culpan mutuamente. Sólo las pruebas físicas sacarán a flote la verdad. La gran incógnita es saber quién quiso derribar una aeronave de pasajeros. Nadie gana derribando un avión lleno de inocentes. Unos y otros se deslegitiman ante la opinión pública internacional y ante su propia ciudadanía. De ahí el cruce de acusaciones entre ambas partes y Moscú tratando de ocultar la mano del gato.
Si la investigación que procede se hace de manera “independiente y objetiva”, como reclaman propios y extraños, deberá dilucidar la trayectoria que siguió el misil, el punto de partida, quién domina la zona desde la que se disparó y hasta el número de serie del BUK. Y, quién dio la orden de lanzarlo. Todo se puede saber. El problema es que los implicados quieren hacer su propia investigación, desde Malasia, Ucrania, los prorrusos y Moscú. Además, hay que agregar la de la Organización para la Seguridad y la Cooperación de Europa (OSCE), que ha llegado a un acuerdo con jefes milicianos para que les faciliten un pasillo de seguridad que les permita llegar a la zona del derribo sin mayores problemas, pues lo primeros enviados solo encontraron impedimentos para hacer su labor.
La dilucidación del acto “terrorista” tendrá consecuencias. No solo en los vuelos comerciales sobre Ucrania. El bando (loco) que dio la orden de disparar el misil perdería cualquier tipo de apoyo internacional. Si fueron los prorrusos —como parece—, pasarían a ser denominados por la prensa internacional como “terroristas” y no “separatistas”, cambio que desde el principio del conflicto Kiev ha tratado de lograr.
El drama del MH17 internacionalizó el conflicto entre rusos y ucranianos, amén del cinismo del que hace gala el dueño del poder en la gigantesca Rusia. El minuto de silencio observado, el viernes 18 de julio por la mañana, en el Kremlin, en presencia del presidente Vladimir Putin, en memoria de las 298 víctimas del ahora histórico vuelo del avión de Malaysia Airlines, debidamente incluido en las redes sociales por la inevitable fotografía, oculta otro “silencio”, más profundo y más inquietante: una inquietud compartida, más allá de la tragedia humana, por los países occidentales (que por fin parecen reaccionar), en esta extraña guerra que se libra en Ucrania desde hace seis meses; las hostilidades no estaban calculadas para que llegaran tan lejos. El conflicto no debía internacionalizarse, como ya sucedió. Aunque Estados Unidos continúa distraído, cada vez más reacio a asumir riesgos y menos dispuesto a ejercer de líder mundial y sin que a la vista esté algún país deseoso de ocupar ese hueco. Por lo que es probable que el número de “zona calientes” en el planeta aumenten y que los “incendios” cada vez sean más fuertes. Los ejemplos en el Oriente Medio –Israel, la Franja de Gaza, Siria, Irak, Egipto, Arabia Saudí, etcétera–, y en la frontera entre Europa y Rusia; China y su proceso mundialista que no presuponga enfrentamientos directos con nadie: Japón, Corea del Sur, Taiwán, Corea del Norte (hasta ahora su protegido), así lo hacen pensar.
El diferendo en Ucrania debía quedar como un affaire entre “ucranianos”, verdaderos o falsos. Los dos “grandes hermanos”, supuestamente, vigilando el curso de los vientos tanto al Este como al Oeste. Sin embargo, no fue por falta de expertos, que advirtieron de desvíos imprevistos, en una zona donde se amontonan armas pesadas de todo tipo. Cualquiera que sea el responsable del abominable crimen de derribar un avión comercial, la Unión Europea es, de ahora en adelante, parte del conflicto, porque la mayoría de las víctimas del vuelo MH17 eran ciudadanos europeos (holandeses, 189 —entre ellos el famoso investigador médico contra el sida, Joep Lange–; británicos, 10; alemanes, 4; belgas, 4, y otros dos por verificar). Europa ya no puede seguir actuando como si se tratara de una lejana guerrilla local. O hacerse el “loco”.
Los dirigentes de la UE deben ponerse de acuerdo sobre la línea que adoptarán frente al presidente Vladimir Putin y aceptar que esta línea puede tener un costo, para unos y otros. Para los países occidentales en su conjunto, el desafío por enfrentar es el de un nuevo tipo de guerra, la “guerra híbrida” —soldados sin uniforme, sino con ropa verde—, que Rusia utilizó con éxito en Crimea y un poco menos en el sudeste de Ucrania. Frente a esta táctica, la potencia militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el Hard Power, no es suficiente, subraya Robin Niblett, director del Instituto de Investigación Chatam House, en el periódico inglés Financial Times del viernes 18 de julio. Además, el “arma” de las sanciones contra Moscú utilizada por Estados Unidos y la Unión Europea, es una posible respuesta, pero no debe ser la única.
Las crónicas dicen: “primero fue una fuerte explosión, después empezaron a ‘llover’ los cuerpos”…uno de los cadáveres cayó a través del techo de la casa de Irina Tupolova, que cuenta: “ella aterrizó en la cocina, mostrando el cuerpo desnudo de la mujer aún dentro de la casa”. A unos 100 metros de la vivienda de la anciana Tupoleva, decenas de cuerpos yacen en los campos de trigo y de girasoles…Escombros, cadáveres y partes de los mismos estaban esparcidos por toda la zona…Los rescatistas aseguran que ya han encontrado la mayor parte de los muertos, algunos intactos otros mutilados. Pero las autoridades de Kiev dicen que los separatistas han ocultado muchos cadáveres y estos lo niegan. La historia de siempre. VALE.

