Sara Rosalía
No cabe duda de que a la realidad no le hace falta respetar el concepto que Aristóteles impone al arte: la verosimilitud. Todavía no me repongo de la sorpresa de leer en el periódico La Jornada, que una de las especialidades de la Facultad de Artes y Diseño de la UNAM, es el llamado arte forense. Se trata de que egresados de esa institución auxilien en delinear retratos hablados o en volver a su aspecto previo caras desfiguradas por golpes, torturas o accidentes o incluso, como sucede en los episodios de TV,reconstruyan rostros a partir del esbozo que ofrece una osamenta.
Bruno Ramírez Ornelas, quien imparte diplomados sobre el tema y es perito de la Procuraduría General del Distrito Federal desde hace 18 años, comenta:
Se trata de un mercado laboral que (…) ha abierto sus puertas a científicos sociales (antropólogos) y artistas (dibujantes pintores y fotógrafos), quienes ven en esa labor una buena fuente de ingresos, a veces paralela a la producción de obra propia.
En la Procuraduría capitalinadice en entrevista con ese diario los fotógrafos tienen hasta 300 llamados y hay unos tres fotógrafos por turno que habitualmente son solicitados unas 40 veces diarias cada uno.
Los de arte forense hacen “unos cinco o seis servicios al día”. Que son “ejecución gráfica de un retrato”, ya sea hablado o tomado de un video o incluso una progresión de edad en el caso de niños robados o personas desaparecidas o una reconstrucción facial, en que el artista forense es auxiliado por antropólogos o médicos.
En la Facultad de Filosofía y Letras se imparte también y para mi asombro la materia de Lingüística Forense. No, no se trata de hacer hablar a los muertos desde el más allá, sino auxiliar en la Procuraduría en los juicios orales. Esta especialidad se ha enfocado a detectar lo que se llama idiolecto que es la manera individual como empleamos el idioma en general, es decir, el código que compartimos. Todos hemos vivido la experiencia de tener un amigo que usa y abusa de ciertos términos o giros del idioma y que al mismo tiempo evita otros. Los escritores suelen ser modelos casi únicos. Por decir algo evidente el lenguaje mitológico de Góngora es ajeno al vocabulario litúrgico de López Velarde, se distinguen igualmente por su sintaxis, la de Góngora (como ha demostrado Dámaso Alonso) se vale del hipérbaton violento y López Velarde de abundancia de adjetivos para sus metáforas inusitadas. Bueno, eso lo estudiamos con la esperanza de captar en qué radica la singularidad de cada escritor y de paso su valor. Se puede emplear, y de hecho se usa la lingüística forense para detectar casos de plagio, es decir, en los terrenos del derecho de autor, pero eso es siempre un terreno resbaladizo, si el que plagió copió no se necesita un experto para probarlo, pero si el caso es dudoso ya es otro cantar. Los críticos de arte, la mayoría, se niegan a autentificar obras, se valen del conocimiento exhaustivo de las obras del artista en cuestión en las fechas de los materiales o técnicas empleados y pocas veces sólo en el estilo. ¿Pero, en los juicios orales?
Sin embargo, creo, no es ése el tema central. Yo lo vería muy bien en la Facultad de Derecho, ya que en realidad, la lingüística forense también se ocupa del estudio de los términos legales, de las diferencias entre “convenio” y “contrato” que a usted y a mí nos pueden sonar a lo mismo, pero no a un abogado. El arte forense me imagino forma o debería formar parte de las materias de antropología. Los fotógrafos forenses siempre han existido, sólo que antes no se requería una licenciatura de arte para serlo.
El maestro Ramírez Ornelas que me sugirió estas líneas al leer su entrevista, piensa que es un salvavidas para el desempleo.
Los artistas egresan de sus escuelas con la idea bohemia de que pintaran tres obras al mes, las venderán y así se la pasarán el resto del año con una copa de vino en la mano. Pero eso no sucede porque no existe un mercado de arte tan amplio, además de que el mismo artista a veces no sabe cómo insertarse en él.
Ese es el problema. La Facultad de Filosofía y Letras que nació como Escuela de Altos Estudios, es decir, como el posgrado de la Universidad Nacional era, en la intención de Pedro Henríquez Ureña, José Vasconcelos, Antonio Caso, Alfonso Reyes o Antonio Castro Leal, por mencionar unos cuantos de los que la fundaron, una escuela para crear profesores de literatura y no artistas, que ahí existieran grandes escritores como maestros y que de ahí surgieran también grandes escritores vino después. La ahora llamada Facultad de Artes y Diseño no es otra que la antigua Escuela Nacional de Artes Plásticas que surgió a partir de algo todavía más conocido y legendario: la Academia de San Carlos. Mi amigo Armando Torres-Michúa del que tiene su nombre uno de los salones del edificio de San Carlos en el Centro Histórico siempre se opuso a que la ENAP se dejara ganar espacio para el Diseño, porque era la puerta para que los alumnos se fueran a la publicidad, que bien puede, y es justo, que tuviera sus propias escuelas como hay en la UNAM la Facultad de Comercio y Administración de Empresas. En breve y de nuevo, no ampliar las escuelas de publicidad a costa de las artísticas.
Pero el tema va más allá. No es extraño que con la delincuencia organizada señoreando en el país se piense que una manera de trabajar es retratar a las víctimas, incluidos los muertos y participar en los juicios orales. Hay se dice en esa entrevista 20 mil peritos ejerciendo en el país y ¿juicios orales cuántos existirán? No es casual que los jóvenes egresados no encuentren trabajo como maestros de literatura o como escritores o artistas. Ésos no le hacen falta a nadie.