Bernardo González Solano
De acuerdo a los últimos partes de guerra (en tiempo real entre Israel y la Franja de Gaza, sin eufemismos), y a las crónicas de los corresponsales en la zona, la sangrienta realidad supera cualquier intento novelístico. El bombardeo de misiles israelíes sobre los centros urbanos de la franja y de los cohetes de Hamás con destino al aeropuerto David Ben Gurión —a 17 kilómetros de Tel Aviv, donde arriban miles y miles de personas procedentes de todo el mundo—, no buscaban ponerle velitas al pastel, sino cirios a los muertos. La crudeza de los destrozos por un lado y las tremendas consecuencias que podría haber causado el estallido de un cohete en un avión cargado de pasajeros de todas las nacionalidades posibles, o en las instalaciones del propio aeródromo si las instalaciones de defensa israelí hubieran fallado en el derribo de uno de los artefactos lanzados por Hamás, nadie podría calcularlas. Si los islamistas de Hamás hubieran logrado su objetivo, no habría sido un “triunfo”, sino la chispa que prendiera una conflagración mundial. En esta “guerra israelí-palestina”, todos salen (salimos) perdiendo.
Todo esto trae a la memoria la más famosa novela del estadounidense Kurt Vonnegut (Indianápolis, 11-XI-1922-Nueva York, 11-IV-2007), Slaughterhouse-Five or the Children´s Crusade (Matadero cinco o la cruzada de los niños, Editorial Anagrama, Barcelona, 1999), cuya edición original apareció en 1969. En esta novela antibélica, Vonnegut escribió: “Después de una matanza sólo queda gente muerta que nada dice ni nada desea; todo queda en silencio para siempre. Solamente los pájaros cantan. ¿Y qué dicen los pájaros? Todo lo que se puede decir sobre una matanza: ¿algo así como pío, pío, pío?”. Y nada más. Porque, no es posible decir o escribir algo cuerdo sobre una matanza. Eso está sucediendo ahora en el Oriente Medio. En este clásico del absurdo —como absurdo es lo que sucede en aquella desgraciada parte del mundo—, el protagonista, Billy Pilgrim (alter ego de Kurt Vonnegut), un estadounidense de origen alemán, tras combatir en la Segunda Guerra Mundial, purgar pena de cárcel, ver miles de muertos y asistir al devastador bombardeo de Dresde, vía el novelista ofrece, a partir de sus propias experiencias, una representación de lo que ocurre literalmente cuando las autoridades se abandonan simultáneamente a su propio impulso. Por eso, la guerra entre Israel y Hamás debe terminar definitivamente, y no simplemente aplazarla.
Lo que sucede día a día en aquello lugares donde el estallido de los cohetes es lo único que preocupa a los habitantes de uno y otro bando, lo cuenta la prensa diaria. En este reportaje escrito a una semana de su publicación, hay que ir a fondo del problema. En su “Cuaderno de guerra”, Lluís Bassets escribe: ” Estamos ante una guerra asimétrica perfecta, empezando por los contendientes de un lado, el Ejército de un Estado democrático pero militarizado, que posee las armas mas sofisticadas del planeta y cuenta como aliado a la primera superpotencia; y del otro, un grupo terrorista ayudado por algunos países árabes y armado, sobre todo, por el Irán fundamentalista”.
El hecho es que cuando se escribe esta ISAGOGE (domingo 27 de julio) ya suman 1,147 muertos palestinos y 6,200 heridos; asimismo, 42 soldados israelíes han perdido la vida más un civil a causa del impacto de un cohete y muchos heridos. Como sucede en toda “guerra asimétrica”, el bando más débil sacrifica más y también da más valor a sus mínimos “triunfos”. Cada vez que suena la alarma en territorio israelí—ciudades o aeropuertos—, es un “éxito” para Hamás. Para el bando más poderoso, en cambio, cualquier pérdida por pequeña que sea es mucho más dura y tiene mayor significado.
Así las cosas, ¿qué sucederá mañana? Esa es la principal preocupación, aparte de lograr implantar un verdadero cese el fuego. Las adivinanzas no cuentan. Ambos contendientes, como siempre, aseguran tener la razón. Mientras puedan hacer su parte bélica, ninguno quiere que le tuerzan el brazo: Israel “oye” las demandas que le hacen el presidente Barack Obama y los otros líderes de la Unión Europea para mantener una tregua permanente, pero no “escucha” más que a las demandas internas que le interesan; Hamás, no acepta la tregua y continúan lanzando cohetes sobre Israel, desoyendo a la ONU y hasta sus propios socios árabes. Ad infinitum…
La presión diplomática estadounidense y europea sobre Benjamin Netanyahu es tremenda, amén la ejercida por los “halcones” de Eretz Israel. Los dirigentes de Hamás saben que sus arsenales de misiles tienen un fin perentorio, aunque a principios de esta contienda (martes 8 de julio), los expertos calculaban en 10,000 su provisión de dichos artefactos. Israel busca la neutralización y el desarme de Gaza, así como la destrucción de los túneles que los milicianos de Hamás han construido en su frontera. En tanto, los lanzamientos de misiles de Hamás continúan, todavía tiene reservas.
Mientras los dirigentes internacionales buscan, sin comprometerse demasiado, la aquiescencia de los dos bandos para lograr una tregua, por primera vez en la historia la Internet tiene un lugar destacado en el conflicto. Frente a la sangrienta guerra —que coincide con el aniversario del centenario de la Primera Guerra Mundial, el lunes 28 de julio—, infinidad de “internautas” judíos y árabes decidieron movilizarse en las redes sociales denunciando lo absurdo del conflicto.
Bajo el hashtag #JewsAndArabsRefuseToBeEnemies (#Judíos y árabes rechazan ser enemigos), personas de todo el mundo han publicado en Twitter y Facebook fotos y microvideos para recordar que los dos pueblos pueden vivir en paz. Este movimiento se inició el 11 de julio por dos estudiantes estadounidenses, Abraham Gutman, de 23 años, y Dania Darwish, de 21. Ella es siria y musulmana, él es judío neoyorquino. Para denunciar lo absurdo del conflicto decidieron fijar su amistad en la web e iniciar esta campaña. Ojalá que la red pueda conseguir lo que no han logrado los esfuerzos diplomáticos.
Por su parte, el criticado secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, que se ha trasladado al lugar del conflicto, así como lo ha hecho el Secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, a diferencia de la gran mayoría de los dirigentes internacionales que únicamente hablan, hablan y hablan, también declaró: “Digo a todas las partes, a los israelíes, como a Hamás y a los palestinos, que es moralmente condenable matar a su propio pueblo. Ahora mismo es tiempo de sentarse alrededor de una mesa en lugar de matarse entre sí”.
Muchos piensen que este conflicto no tiene solución, porque está en una región incendiada donde el lenguaje habitual es el uso de las armas. Sin embargo, el enfrentamiento entre Israel y Hamás es el único que todavía dispone de canales para sentarse a una mesa, como lo demuestran las negociaciones que se mantienen en El Cairo, aunque no sea este el mejor momento de Egipto para actuar como mediador. Es cierto, esos intentos han fracasado. Por lo mismo, es necesario mayor compromiso de la comunidad internacional (más medrosa que nunca) para respaldar esos intentos y se conviertan en un primer paso real que permita un acuerdo. En una guerra sin ganadores todos pierden.
Por otra parte, aunque relacionado con estos hechos, el viernes 25 de julio, el legendario nonagenario israelí, Shimon Peres, puso fin a la carrera política más larga de la historia de su país, después de siete años como intachable Presidente, Jefe del Estado, dando paso al nuevo mandatario judío, Reuvén Rivlin. El veterano expresidente —uno de los fundadores de la nación judía en 1948 por disposición de la ONU—, al despedirse dijo: “Mis ojos han visto a Israel en sus horas más difíciles y también en sus momentos de éxito y de mayor exaltación espiritual”; y agregó a su sucesor —el décimo en el cargo—, y a los miembros del parlamento: “De David Ben Gurión (el Padre Fundador del Estado hebreo) aprendí que en la guerra no hay alternativas, hay que ganarlas; sin embargo, cuando ya se crea una oportunidad para la paz, no hay que dejarla escapar”. Shimon Peres sabe de lo que habla. La izquierda y la derecha israelí no olvidan que hace apenas veinte años, las “revolucionarias ideas pacifistas” de Peres erizaban la piel a medio país. Una de esas ideas dieron pie a los acuerdos de Oslo de 1993 que firmó junto al hoy presidente palestino, Mahmud Abás, lo que le valió recibir al año siguiente el Premio Nobel de la Paz junto a los ya fallecidos Isaac Rabin —asesinado en Tel Aviv el 4 de noviembre de 1995 por un derechista judío cuando encabezaba un acto multitudinario en pro de la paz— y Yaser Arafat, aunque el sueño de un “nuevo Oriente Medio” no ha llegado a realizarse.
La necesaria y urgente negociación de un cese el fuego debe servir no solo como un paréntesis hasta la siguiente escalada bélica, sino como el primer paso para salir de una confrontación sangrienta en la que todos son derrotados. En Gaza, cualquier acción militar tiene una altísima posibilidad de dañar a inocentes. No se trata de evitar la hipócrita condena internacional, sino los terribles daños a civiles, y el constante desgaste de la propia oblación israelí ante una guerra interminable. VALE.
