Tras la derrota de Alemania y el Imperio Austrohúngaro, Europa volvió a sacudirse en medio de una reconstrucción difícil. Este sismo social llevaría a crear nuevas realidades que seguirían demostrando la gran fuerza eurocentrista que seguía emanando sus ondas en las aguas de la fuente de la discordia.
Francia y Gran Bretaña mostraban un gran respeto por la famosa Realpolitik, creada por el Káiser Bismarck, que permitió durante finales del siglo XIX, mantener una paz, aunque forzada, pero ciertamente real. La Weltpolitik con la que Guillermo II buscó ampliar la influencia germana, no sólo trajo nuevas contradicciones políticas al status europeo, sino que lo tambaleó al tal grado que se creó una nueva cara del suelo europeo, basado en nuevos pactos, acuerdos y principios ideológicos.
La weltpolitik prevalece
A Francia realmente lo que más le preocupaba era garantizar su propia seguridad. El simple hecho de que a cualquiera que se le ocurriera cambiar la política para fundamentar un nueva guerra era motivo de gran preocupación, sobre todo en un momento en que se comprobó que los conflictos podían ser menos duraderos, pero cada vez más destructivos. Gran Bretaña, con múltiples colonias ultramarinas también abrazaba más los conceptos de la política real, que le permitían justificar sus anhelos expansionistas. Sin embargo, ambas potencias sabían que el cambio ya estaba dado y que la nueva política, la Weltpolitik o política mundial, no tenía retorno a los conceptos anteriores a la Gran Guerra. Se dice incluso que hasta hubieran preferido mantener el estatus del imperio austrohúngaro con tal de hacer prevalecer esa paz armada que permitía a los imperios respetarse de alguna forma.
Los intereses de Francia
Francia procedió a hacer uso de su nuevo estatus de victorioso y pidió la recuperación de Alsacia-Lorena (invadida por los alemanes durante la guerra), pese a que la mayoría de la población hablaba alemán. También exigió el Sarre, colindante con suelo francés, en una reivindicación que más bien buscaba desmembrar a la toda la región fronteriza conformada en torno a la Renania, para convertirla en estados con influencia gala.
Tratados secretos
Estos movimientos en el tablero europeo ya habían sido previstos durante la guerra. Gran Bretaña, Francia y Rusia hicieron una secreta repartición de Europa, sólo que ahora, los acuerdos estaban basados en el nacionalismo, un movimiento que sabían que sería bien aceptado por otras potencias. París obtuvo el consenso de Rusia para afrancesar a Renania; en compensación, el gobierno francés autorizó a Moscú vía libre para apoderarse de Polonia (Acuerdo Sykes-Picot de 1916). Ese mismo tratado también autorizaba a Francia y Gran Bretaña a repartirse todas las provincias árabes del Imperio Otomano Turco. Italia, que no quiso entrar a la guerra en favor de Alemania y la Triple Alianza, también se vio beneficiada al acordar con Londres un pacto con el que impuso su soberanía a millones de tiroleses germanos, así como a los serbios y croatas de Dalmacia. Tras un tratado con Rumania firmado el 17 de agosto de 1916, Roma también recibiría Transilvania, la mayor parte del Banato de Temesvar y la Bucovina, ésta última era una región ubicada entre Ucrania y Rumania, cuya población no hablaba rumano, en su mayoría. Japón también entró a los pactos secretos, el 16 de febrero de 1917, en la última fase de la guerra, cuando la Triple Entente, le cedió los derechos sobre la provincia china de Shangtung, que era el principal baluarte comercial que tenía Alemania en Asia.
Un destino entre manos
Mientras tanto, en Gran Bretaña, la división del Austria-Hungría ya se barajaba en las manos de un grupo eslavófilo a cargo de R. W. Seton-Watson, quien favorecía la creación de nuevos estados étnicos frente al debilitamiento de lo que llamaba el “imperialismo germano”. En Medio Oriente, el coronel T. E. Lawrence también lanzó una ofensiva ideológica inglesa para incitar a la rebelión de pueblos árabes contra el régimen turco. En ambos casos, los políticos ingleses prometieron a líderes de esas regiones como los emires Feisal y Hussein, la creación de reinos independientes. Incluso se les prometió a los judíos un hogar nacional en Palestina con la finalidad de abandonar la causa de las potencias centrales. Los dos últimos años de la guerra, también se pelearon en la palestra política, y se usaban tantas estrategias buenas, malas y engañosas, como fueran para lograr una sola finalidad: la victoria. Se llegó incluso a prometer cosas que excedían la realidad. Británicos y franceses no dudaron en ofrecer títulos de propiedad a cumplirse cuando se ganara la guerra. Promesas que superaban la existencia lógica de los territorios habidos, lo cual creó aún más conflictos cuando esta llegó, ya que no había tierras suficientes para hacer cumplir lo prometido (¿alguna coincidencia con la situación actual en Medio Oriente?
Fin de las monarquías
El año de 1917 transcurrió entre la necesidad de los imperios centrales por lograr una victoria que les permitiera negociar un fin de la guerra de manera decorosa y con menos imposiciones y las ansias de la Alianza occidental por iniciar una nueva visión europea que no sólo ayudaría a desmembrar a sus enemigos, sino a desmoronar a las monarquías que intentaban sobrevivir a la catástrofe armada. Ambas potencias reivindicaban ahora la autodeterminación de los pueblos, algo que les daría una gran fuerza ideológica para empezar la rebeldía contras las familias monárquicas. A final de cuentas, el asesinato de un monarca, el Archiduque Francisco Fernando, había sido el detonante que necesitó para materializar a la Primera Guerra Mundial y empezar el debilitamiento de la política imperial que prevalecía en toda Europa. Fue en ese año también cuando Rusia se retiró de la guerra para atender un conflicto interno: la Revolución Rusa.
Rusia abandona la guerra
En febrero de 1917, una rebelión popular puso en jaque al Zar Nicolás II. Un mes después, su régimen se tambaleó ante la fuerza inusitada de sus opositores, a quienes para colmo se habían sumado sus propias fuerzas de seguridad. Su abdicación en favor de su hermano, el gran duque Miguel Alexandrovich, fue rechazado por él mismo y, con ello, se dio por terminado el reinado ruso para vislumbrar el nacimiento de un gobierno provisional a cargo de un político socialista moderado, Fyodor Kerensky. Este nuevo líder ruso decidió continuar la guerra, pese al disentimiento de la mayoría. En junio de ese año, reconoció la independencia de Polonia, antes de lanzar una ofensiva contra los alemanes, la cual no fructificó. Francia aprovecharía esta situación para empezar a crear un gran estado polaco con tendencia progala. A finales de octubre, Vladimir I. Lenin también reivindicó el principio de autodeterminación diseminado por Francia y Gran Bretaña, y llevó a cabo una movilización popular que terminó derrocando a Kerenski dos semanas después. Las monarquías alemana, austrohúngara, otomano turca y rusa habían sido disueltas como de plumazo en cuestión de un par de años.