Discurso en la Universidad de Stanford
El presidente Felipe Calderón encabeza la guerra sucia. Si se quieren pruebas, allí está su discurso de la Universidad de Stanford, California, en el cual golpeó el “régimen autocrático” del PRI, porque a su juicio controlaba todo, “perpetraba masacres y desaparecía a sus opositores”.
Orador en una graduación de estudiantes de esa universidad, Calderón afirmó que sus esfuerzos de campaña de niño eran inútiles porque “el gobierno nos roba(ba) los votos y las victorias”.
Algunos jóvenes y catedráticos que escuchaban a Calderón conocen su historia, en primer término, la campaña de 2006, tras la cual fue acusado por los perredistas, principalmente por Andrés Manuel López Obrador, de hurtar esos comicios. No lo bajan de “presidente espurio”.
Al hablar de la “cruzada heroica y épica” al lado de su padre, el cristero Luis Calderón Vega, Calderón dijo que en la era priísta, “los estudiantes como ustedes eran masacrados (amén de que) muchos oponentes del régimen simplemente fueron desaparecidos”.
No dijo Calderón cuántos estudiantes fueron muertos y dónde. Si se refirió al conflicto de 1968, las cifras oficiales señalan 38 muertos y en la golpiza a muchachos por los Halcones de Luis Echeverría —10 de junio de 1971— no se tuvieron informes de decesos. Son fechas que no se olvidan.
Cuando hablaba Calderón, alrededor de la Universidad de Stanford giró durante 15 minutos una avioneta con una pancarta que decía: “No más sangre, 40 mil muertos, How Many More? (¿cuántos más?).
El número de tantos caídos en la guerra contra el narcotráfico es espeluznante y pretendió soslayarla el Presidente al afirmar, en San Diego, que los culpables de los muertos en nuestro país son los fabricantes de armas. ¿Y cuántos de los artefactos bélicos ha decomisado su gobierno?
La fantástica historia
Calderón narró que él, su padre y una hermana suya hicieron una “cruzada heroica y utópica” porque de niño gustaba “tocar en las puertas y gritar lemas de campaña a través de un sistema de sonido antiguo en el techo de un automóvil antiguo”.
Según él, la fuerza de la democracia empezó a crecer y, con ésta, el fraude electoral también, hasta que un día dijo: “¡Ya basta!” Lleno de ira acudió a su padre quejándose de sus esfuerzos inútiles, y de los robos de votos y victorias. Pero el autor de sus días le manifestó: “Entiendo tu enojo, pero lo estamos haciendo (los esfuerzos) porque se tiene que hacer, es nuestro deber moral ante el país”. Conmovedor.
Mientras la avioneta continuaba sus vueltas con la denuncia de los muertos, Calderón elevó la voz y afirmó que, según pronosticaba su padre, nadie del PAN llegaría a la Presidencia, aunque “la única manera de cambiar a México era la de hablar a la conciencia de la gente del pueblo”. Conmovedor.
Remató el orador: “Don Luis Calderón no pudo contemplar la transformación profunda de México hacia la democracia y varios años después, contra todo pronóstico, me eligieron presidente de México”. Fantástico.
Sin embargo, el nuevo héroe de la democracia olvidó algunos detalles de su historia. El mismo contó a sus amigos, entre ellos César Nava —7 de noviembre de 2009— que Luis Calderón fue “correo de los cristeros y en una canasta de doble fondo, entre el pan y las tortillas, trasladaba correspondencia o cartuchos a los del movimiento”.
Y don Luis Calderón, a quien llamaban El Pildo, dijo en su autobiografía grabada que entregó a los cristeros “viejas pistolas, cartuchos y vendas médicas…”.
También olvidó el Presidente que don Luis Calderón contendió siete veces para diputado federal por el PAN y ninguna ganó. Al final logró la curul, pero por vía plurinominal. Renunció al PAN en 1981 debido a los bandazos del partido.
Tampoco dijo Calderón en Stanford que para rendir protesta como presidente entró por la parte posterior de San Lázaro y apareció entre las cortinas, ayudado por los priístas, los autócratas, como hoy los llama.
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