Desertores se unen a insurgentes
Carlos Guevara Meza
En los primeros días de junio algo pasó en Siria que quizá sea un anuncio de lo que vendrá. En una pequeña ciudad de 50 mil habitantes en una remota provincia agrícola colindante con Turquía, murieron 120 policías y militares en actos de violencia. El gobierno de Bashar el Assad lo atribuyó a grupos “terroristas” y “pistoleros” vinculados a la insurrección contra el régimen, lo cual no deja de llamar la atención pues es el más alto número de bajas reconocidas por el gobierno desde que se iniciaron las revueltas en ese país. La versión de los insurrectos es otra: la terriblemente célebre milicia Shabiha (por sus crímenes contra opositores) ordenó a los soldados abrir fuego contra la población civil; muchos de ellos se negaron y de hecho se cambiaron de bando lo que generó fuertes enfrentamientos armados, e incluso combates en forma en toda la ciudad, además de una ola de asesinatos, entre los militares y milicianos afines al régimen contra los soldados desertores y los civiles. Las 120 bajas declaradas sería la suma de los muertos uniformados de ambos bandos.
Ninguna versión ha podido ser confirmada independientemente por el cerco informativo que el régimen ha impuesto con mano de hierro durante las revueltas. Queda claro, sin embargo, que hubo cierto número importante de defecciones, pues los insurrectos no habrían podido hacerse de armas ni trabar combate contra tropas bien entrenadas por sí solos. Y aunque así fuera, queda claro en cualquier caso que el gobierno perdió totalmente el control de la provincia al menos por un tiempo, lo que implica su debilitamiento interno.
La respuesta del gobierno fue aparatosa: envió a las tropas de élite que están bajo el mando directo del hermano del presidente (bien conocido por su carácter violento y su crueldad, al grado que la opinión pública internacional rumora que, por ello, el padre de ambos no lo eligió como su sucesor). Las tropas se desplegaron con lujo de violencia, precedidas por días interminables de bombardeos aéreos y de artillería pesada, dejando a la pequeña ciudad de Jisr al-Shughur prácticamente arrasada (según agencias internacionales a las que el gobierno sirio permitió el acceso después del ataque). La mayoría de la población logró huir hacia la frontera turca, pero al parecer algunos de los insurrectos se quedaron a presentar batalla (lo que explicaría la duración del acontecimiento, más de una semana). Y la cosa aún no termina, pues las tropas han anunciado su avance hacia la cercana ciudad de Maaret al Numan, que también ha estado bajo bombardeo, y en la que, según el gobierno, se habrían refugiado los rebeldes huidos de la primera.
Sea que la revuelta, que hasta ahora era civil y pacífica (a pesar de la brutal represión del gobierno), haya decidido armarse; o que sectores del ejército estén desertando, la “batalla de Jisr al-Shughur” (como la llaman algunos medios) puede ser el momento crucial de la revolución siria y quizá señale el inicio de una guerra civil. La región en que ha sucedido esto tiene todas las condiciones para convertirse en un territorio rebelde, como ocurre en Libia, entre ellas la cercanía con Turquía, miembro de la OTAN y cuyo discurso oficial ha cambiado sustancialmente en los días recientes (de una posición neutral y mediadora, a la denuncia de los excesos del régimen). Lo que aún no cambia es la ambivalencia de las potencias occidentales.