Ejemplo imperecedero
Raúl Jiménez Vázquez
Hace unos días falleció Raúl Álvarez Garín, el líder histórico del movimiento estudiantil de 1968, quien ocupa ya un sitio de honor en el imaginario colectivo. Su innegable brillantez, congruencia, visión, tenacidad, valentía permanecerán por siempre en la mente y el corazón agradecido de muchos mexicanos.
Gracias a él y a otros destacados líderes congregados en el Comité 68, como Félix Hernández Gamundi, Carolina Verduzco, la Nacha y otros más, el miedo y el silencio impuestos a bayoneta calada no se convirtieron en un trágico olvido, pues tuvieron el arrojo de manifestarse año con año, alzar la voz para exigir justicia y mantener viva la memoria histórica, aquélla que se pretendió sofocar mediante la imposición de la muy torpe narrativa oficial de que los agresores habían fungido como los salvadores de la patria. Todo ello hizo posible la reivindicación de las víctimas de los aberrantes crímenes de Estado perpetrados el 2 de octubre de 1968, el 10 de junio de 1971 y durante la llamada “guerra sucia”.
La dimensión histórica de este titánico esfuerzo y la derrota definitiva e irrevocable de quienes ejercieron la brutal violencia de Estado se evidencian con la reforma a la Ley del Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales, por virtud de la cual se adicionó el 2 de octubre “aniversario de los caídos en la lucha por la democracia en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco en 1968” a las fechas de duelo institucional.
A lo anterior se suma la hazaña de haber llevado a juicio al expresidente Luis Echeverría en relación con la matanza de Tlatelolco. Se trató de una acción inédita puesto que nunca antes un extitular del Poder Ejecutivo había sido compelido a rendir cuentas ante las instancias de carácter penal. En el fallo final dictado por el Poder Judicial federal se concluyó que la masacre estudiantil constituyó un genocidio en los términos del artículo 149 bis del Código Penal Federal y de la convención de la materia, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948, ya que a través suyo se pretendió destruir a un grupo nacional opositor a un régimen hegemónico de tintes autoritarios.
Este extraordinario triunfo de ninguna manera se pone en entredicho con la libertad decretada a favor del acusado aduciendo carencia de pruebas de su presunta responsabilidad, puesto que ello fue con las reservas de ley, esto es, no hubo exoneración alguna, y con el mandato expreso a la PGR en el sentido de que se continúe con la averiguación previa a efecto de que, en su caso, se proceda a un nuevo ejercicio de la acción penal.
Álvarez Garín no se olvida. Su ejemplo imperecedero, sus sabias lecciones de vida y su profundo amor a la verdad y a la justicia están más que nunca vigentes. Son la refulgente estrella polar que debe guiar las movilizaciones ciudadanas que es menester emprender a fin de que no queden impunes las horrendas matanzas, los execrables crímenes de lesa humanidad perpetrados en contra de jóvenes indefensos en Tlatlaya e Iguala.
