Carmen Galindo

Se cumplieron en este año de tantos aniversarios, los 130 años del nacimiento de Pedro Henríquez Ureña. Tal vez, porque murió en Buenos Aires se publican aquí y allá los testimonios de Borges y de Sábato que con su fama vuelven a traer a la memoria al extraordinario dominicano. En México, cumplió tareas fundamentales. Para mí, que fue el fundador del Ateneo de la Juventud y lo digo porque en la colección, esa chiquitita que sacó el Fondo de Cultura Económica, su hermano Max cuenta que cuando eran unos jovencitos en la Dominicana formaron lo que llamaron precisamente el Ateneo de la Juventud y que en nuestro país pasó más tarde a ser el Ateneo de México. Lo formaron unos cien intelectuales, de Manuel M. Ponce a Saturnino Herrán sin faltar Julián Carrillo, Martín Luis Guzmán o en ese momento el joven Alfonso Reyes. El estado mayor de este grupo cultural, eran precisamente Pedro Henríquez Ureña, José Vasconcelos y Antonio Caso.

La antología como criterio

Pero la importancia del crítico dominicano no radica de ninguna manera en haberle dado la fe de bautizo al grupo, sino en que fue su guía. No hay nada en común entre Ezra Pound y Henríquez Ureña, salvo que pensaban que la vastedad de la literatura obligaba a una selección a rajatabla. Pound reduce las lecturas necesarias a un joven poeta a unos cuantos clásicos, Henríquez Ureña gustaba de las antologías, de tal modo que impulsa a inaugurar la editorial Porrúa con Las cien mejores poesía líricas mexicanas (1914), obra creada por “Los Castro”, quienes eran Antonio Castro Leal, Manuel Toussaint y Alberto Vásquez del Mercado, como quien dice el relevo generacional del Ateneo, los Siete Sabios. A este nuevo grupo cultural, hay que mencionar por lo menos a dos más que no participaron en la antología, Alfonso Caso y Vicente Lombardo Toledano.

No sobra añadir que Henríquez Ureña participó en la prehistoria del Ateneo. Es decir, cuando este grupo de intelectuales se llamaba Sociedad de Conferencias, y en esa etapa participa con una plática sobre el independentista puertorriqueño Eugenio María Hostos, quien, junto con José Martí, eran amigos de la casa familiar, integrada por la poetisa Salomé Ureña y de Francisco Henríquez y Carvajal, quien fue brevemente Presidente de la República Dominicana derrocado por una invasión estadounidense.

Sus libros de texto, de largo alcance

Cuando Lombardo Toledano ocupa la gubernatura interina de Puebla, invita a Pedro Henríquez Ureña, como responsable de la Educación y éste crea unos libros de texto con selecciones de poesías que son adoptados en las escuelas de otros estados o sirven de modelo para todo el país. (Importante es mencionar que está casado con Isabel Lombardo Toledano y que su hija, Natacha radicará en México, pues por un largo tiempo fue esposa de Pablo González Casanova. Su hija Sonia también radica en nuestro país.)

La estancia de Pedro Henríquez Ureña en México es breve, sólo va de 1906 a 1913, pero también tiene un papel fundamental en la creación de la Escuela de Altos Estudios, que destinada a ser el posgrado de la Universidad Nacional, se convertirá con los años, enriquecida por el exilio español, en la Facultad de Filosofía y Letras, donde nacen las carreras universitarias de Humanidades.

En la enseñanza de la literatura en la UNAM, dos de sus libros las Corrientes literarias de la América Hispánica e Historia de la Cultura en la América Hispánica, son fundamentales, pero sin duda el más leído es Seis ensayos en busca de nuestra expresión, que ha servido de base para plantear los problemas centrales de la literatura de América Latina y de biblia para los jóvenes escritores al abordar a los enemigos de la promesa literaria. Su tesis doctoral sobre la Versificación irregular en la poesía castellana es simplemente asombrosa por su carácter totalizador y porque le abre la puerta a la metodología estilística que le toma, por primera vez, el pulso a la literatura.

Murió cumpliendo con su deber, es famoso que regresaba de la Universidad a su casa y al subir al tren se desplomó junto a otro profesor que lo invitaba a sentarse junto a él. Un médico, también profesor, que viajaba ahí certificó su muerte. Su hermano Max, autor del clásico Breve historia del modernismo, también murió en las escaleras de la Universidad en camino para impartir su clase.

Pero tal vez, falte decir que Pedro Henríquez Ureña es cuidadoso hasta el extremo. Parece el carpintero que conocedor de su oficio, mide dos veces para cortar una. Y sin embargo, sus ojos atentos a América latina sean tal vez lo que lo singulariza, pues cuando observa un cuadro de Rubens en algún museo europeo, nos avisa que ahí aparece, de modo insólito, una guacamaya, ave americana. Ve a Rubens como no lo ven otros, desde nuestra orilla.