Miguel Ángel Muñoz

Nada me desengaña,
el mundo me ha hechizado
Quevedo

El hiperrealismo es una de las grandes corrientes artísticas contemporáneas. Sus manifestaciones y aportaciones al arte han sido incontables en las últimas cinco décadas. El hiperrealismo, igual que otras escuelas, nació como un culto simbólico a la innovación. Uno de los puntos básicos de toda escuela es la creencia de que todo se agota, lo cual tiene que llegar a terminar con su tradición. El pintor Carlos de Villa fue uno de los seguidores más fieles de esta escuela, situada en la posmodernidad, por ser la única que sobrevivió a las vanguardias al asumir el relativismo de las formas y la narratividad de las mismas. Estudió arquitectura, pero pronto se decidió por la pintura, aunque supo mezclar ambas artes a lo largo de su trayectoria. Lo recuerdo siempre con el ansia de conocer, de descubrir nuevos horizontes. Por eso el dramaturgo Hugo Argüelles —de quien hizo un retrato excelente— decía que “adentrarse a la obra de Carlos de Villa es una aventura que invita a perderse en ella”. Ricardo Garibay apuntó: “La obra del maestro De Villa es audaz y terriblemente original”.
El aire cosmopolita que rodea la obra de Carlos de Villa, su personalidad extrovertida y sugerente, nos acerca a realidades aparentemente frívolas —como los personajes del cine hollywoodense que tantas veces retrató— y por eso, lo primero que se nos ocurre al ver un cuadro suyo es pensar que su mundo está lleno de historias relatadas con un preciosismo que sobrepasa cualquier aproximación realista. “Las imágenes de la realidad —decía Octavio Paz— que nos entregan la memoria y la imaginación son reales, incluso si la realidad no es enteramente real”. De Villa hizo de la realidad un mundo “irreal”, que lo transformó en cada uno de los personajes que pueblan sus cuadros. Digo que va más allá del realismo porque reproduce imágenes, desborda pasiones y obsesiones, en fin… se dice que el arte sirva para conocernos, vernos o reflejarnos y si no lo logra ¿para qué sirve? Para De Villa, la pintura es una composición de personalidades, presentes en cada uno de los cuadros, espacios y vibraciones distintas, a las que el pintor convoca por medio de la realidad y la vida. Pero también refleja una luz o un sentido místico, que a veces perturba y nos conjura a revivir o renacer al final de toda su obra. Lo enigmático hiperrealista atrae desde el abierto conflicto que se observa entre la expresividad desatada de los colores. Las viejas vanguardias modernistas también acosan oblicuamente a la obra de Villa. Por ejemplo, en el caso del color, es notoria la influencia de los impresionistas; en la composición, la presencia de la fantasía surrealista o el montaje de imágenes al estilo de Max Ernst. Un arte fuera de cualquier traza de tiempo y lugar.
Pero la voluntad de formas de las viejas vanguardias adquiere en la pintura de Carlos de Villa una dimensión nueva, no sólo contemporánea, propia del fin del siglo XX y principios del XXI violento y definitivo en su capacidad de destrucción. Pintar es intentar llegar a la profundidad de las cosas.
El mito de los personajes en la obra está referido casi siempre a un estado de cosas en que la realidad es una oquedad absoluta, una sátira. La creación, como quería Platón, surge de la voluntad de un Dios que quiere una multiplicación del bien. Eso es, en efecto. Una creación: la multiplicación de objetos en cuadros y la prodigiosa manera de desarrollarlos.
Otro punto fundamental en su obra es la forma narrativa que se encuentra en algunos de sus cuadros y collages —en los dedicados a Frank Sinatra, Charles Chaplín o Sylvester Stallone— donde refleja temas como el sexo y la violencia. Su obra está poblada por el cine, por la fantasía literaria, por el pop —muy al estilo del artista italiano Mimo Rotella— y la poesía; De Villa decía al igual que André Gide: “los extremos me tocan”. A diferencia de la obra de otros grandes hiperrealistas como Claudio Bravo, Antonio López García, John Salt, Robert Bechtle, Ralph Goings, Alex Grossm, Malcolm Morley o Don Eddy; De Villa muestra una influencia de los mitos en los diferentes personajes, reflejando en cada cuadro la presencia de medios masivos de comunicación en el arte y la cultura en general. Afortunadamente los pintores no necesitan traducción. El idioma de las formas y los colores incide directamente sobre nuestra sensibilidad y genera una respuesta que no requiere de interpretación racional.
El artista aseguraba ser fiel al clasicismo para después realizar con toda libertad lo que se quiera. Y recuerdo con nostalgia como decía sobre cómo veía el arte actual: “Estamos llenos de oportunistas, quienes piensan que portar un pincel los hace ser pintores, debemos dejar el comercialismo y convertirnos en verdaderos artistas ya que el posmodernismo debe ser un renacimiento”. De Villa creó sin discusión una manera directa y viva de ver las cosas. Imágenes simples y compuestas, perspectivas fantaseadas, incongruencia visual, abstracción orgánica, automatismo, azar, frottage y collage; pero sobre todo, una habilidad para transformar el objeto casual en un nudo de significaciones estéticas.
También propuso una sobrevivencia del arte, con base universal, que no pierda de vista al hombre y su historia personal, desde una posición multisignificante. El posmodernismo es el placer de la pintura en la representación del mundo, a través de las imágenes preexistentes. El placer que proviene de la conciencia de la realidad se ha convertido en una experiencia de segunda mano; por ende, Carlos de Villa tomó para sí y para su obra los derroteros de las imágenes fotográficas en este mundo tan cambiante. Un arte, así, de angustiada comunicación emotiva, de sublimación visual de las experiencias personales de una vida delirante. Un arte de reflexión, en definitiva, alejado del alegre virtuosismo del modernismo tardío y de las limpias superficies cromáticas de a figuración y la abstracción. En suma, Carlos de Villa fue un artista fuera de su tiempo, un solitario en su lucha constante en su estudio, un poeta de la realidad que me llevó a descubrir un realismo sin fronteras. Un viajero incansable: viajamos juntos por Roma, Venecia, París, Madrid, Barcelona, Londres, y en cada ciudad descubrimos no sólo el arte, sino la amistad y la soledad de estar en otra pate del mundo. Su muerte repentina dolió mucho, el arte perdió a un pintor, yo a un amigo entrañable. ¡Qué decir más! El arte es difícil; para fortuna de pocos.

miguelamunozpalos@prodigy.net.mx