Lo sabemos todos
Félix Fuentes
En las familias de los 43 normalistas es comprensible el deseo de ver vivos a sus hijos, así estén convencidos en lo profundo de sus seres que eso no sucederá porque una turba de policías y hampones de Guerrero les dieron muerte y los incineró.
La matanza de asombro mundial no debe repetirse jamás, pero tampoco que anarquistas y pandillas de desadaptados aprovechen el dolor de madres y padres para cometer actos vandálicos ante el desdén de autoridades federales.
Hoy proliferan versiones y crónicas horrendas de cómo fueron sometidos los 43 estudiantes. A partir de la entrega de los jóvenes por policías de Iguala y Cocula a los Guerreros Unidos, aquella noche del 26 de septiembre, siguió una secuela de espanto.
Ya en poder de ese cártel, el hampón Ángel Casarrubias ordenó los homicidios a Jaime El Chuky y en una brecha de la comunidad de Pueblo Viejo fueron abatidas diez de las víctimas.
Los relatos de quienes abrieron fuego sobre los estudiantes y la quema con diesel de sus cuerpos rebasa cualquier historia de horror que hayamos leído o visto en películas.
En el inicio de esa brutalidad, policías y bandas delictivas de Guerrero dispararon a las cabezas de los jóvenes y ya en fosas previamente abiertas los rociaron de diesel para iniciar la maldecida quema.
El procurador Jesús Murillo Karam ofreció los testimonios de tres sicarios que relataron detalles de las ejecuciones y la colocación de restos calcinados en bolsas que después fueron arrojadas al río San Juan.
No queda duda del tétrico final de los estudiantes, realizado por órdenes del exalcalde José Luis Abarca y su esposa María de los Ángeles Pineda. Ya están detenidos, junto con los principales matones del cártel Guerreros Unidos, quienes recibirán penas de varios decenios.
Si los familiares de las víctimas no están conformes con esas capturas, podrían emprenderla contra dirigentes del PRD que tuvieron fuertes nexos con Abarca, a partir del gobernador con licencia, Ángel Aguirre, y el exlíder del PRD, Jesús Zambrano.
El inocente Andrés Manuel López Obrador se deslinda de sus artimañas, creyéndose diferente a los perredistas y lo imita Zambrano, pese a que éste ayudó a Abarca a ocultarse en una casa del empresario Berumen, quien fue beneficiado con contratos del sol azteca durante lustros.
Los habitantes de la ciudad de México no tienen culpa de los asesinatos de Guerrero y menos soportar desmanes de pandilleros.
Desde su aparición, en el primer día de gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, los anarquistas enmascarados mantienen su ritmo vandálico. Han atentado contra las vidas de granaderos, apedrean edificios públicos, incluido el de la PGR, e incendian vehículos, como el Metrobús y la estación Ciudad Universitaria. Quisieron penetrar a Palacio Nacional y para ello quemaron una de las puertas que dan al Zócalo.
¿Por qué tanta pasividad ante los subversivos? ¿Es por miedo a un conflicto social mayor? ¿Por ello se les deja en libertad? Si es así, estamos perdidos.
