Mientras afirmaba que los miles de refugiados que llegan a las costas de Europa necesitan aceptación y ayuda, no políticas egoístas que generan conflicto social y ponen vidas en peligro, el papa Francisco pidió este martes a esa nación que elabore una política inmigratoria unificada y justa.
Francisco habló ante el Parlamento Europeo (PE) durante una visita breve en la que presentó su visión para Europa, un cuarto de siglo después de que san Juan Pablo II habló desde Estrasburgo a un continente aun dividido por la Cortina de Hierro.
Francisco, que fue ovacionado de pie antes y después de su discurso, dijo que quería transmitir un mensaje de esperanza a europeos desconfiados de sus instituciones, agobiados por la crisis económica y espiritualmente a la deriva en una cultura que en su opinión ha dejado de valorar la dignidad del ser humano.
“Una Europa que ya no está abierta a la dimensión trascendente de la vida es una Europa en peligro de perder lentamente su alma”, dijo y exhortó a los legisladores a promover políticas de creación de empleos y aceptación de los inmigrantes.
“no podemos permitir que el Mediterráneo se convierta en un vasto cementerio”, manifestó.
El papa se ha referido con frecuencia a los inmigrantes que buscan una vida mejor en Europa. A mediados de 2013 fue a la pequeña isla italiana de Lampedusa a solidarizarse con los miles de migrantes que llegan allí y a rendir homenaje a los que han muerto en el intento.
Francisco advirtió que la falta de una política migratoria coherente “contribuye al trabajo esclavo y las tensiones sociales persistentes”.
También dijo que Europa solo podrá afrontar los conflictos derivados de la inmigración por medio de “leyes adecuadas para proteger los derechos de los ciudadanos europeos y que garanticen la aceptación de los inmigrantes”.
Desarrollo cultural de la humanidad
Francisco recordó a Europa su “responsabilidad en el desarrollo cultural de la humanidad” y llamó ante el Consejo de Europa a que tenga una “correcta relación entre religión y sociedad”.
El pontífice se dirigió a los miembros de la Asamblea Parlamentaria de la institución y dijo que Europa debe “reflexionar sobre si su inmenso patrimonio humano, artístico, técnico, social, económico y religioso es un simple retazo del pasado para museo”.
Además se preguntó si los europeos todavía pueden “inspirar la cultura” y planteó que el Viejo Continente tiene ante sí el reto de “globalizar” su “multipolaridad” porque “las culturas no se identifican necesariamente con los países”.
Jorge Bergoglio destacó la aportación que puede hacer el cristianismo al desarrollo cultural y social europeo y que la sociedad se beneficiará de una “reavivada relación” entre religión y sociedad.
El papa argentino habló sobre el “individualismo que nos hace humanamente pobres y culturalmente estériles” y dijo que de aquél nace “el culto a la opulencia, que corresponde a la cultura del descarte en la que estamos inmersos”.
“Hoy tenemos ante nuestros ojos la imagen de una Europa herida, por las muchas pruebas del pasado pero también por la crisis del presente”, expresó ante la institución intergubernamental europea más antigua y que representa a 47 Estados.
Así mismo, consideró que el Viejo Continente “ya no parece ser capaz de hacerle frente con la vitalidad y la energía del pasado. Una Europa un poco cansada y pesimista que se siente asediada por las novedades de otros continentes”.
Bergoglio recordó la trágica historia europea del siglo XX y que en la pasada centuria, antes de crearse el Consejo de Europa, el continente vivió el “conflicto más sangriento y cruel que recuerdan estas tierras”, en alusión a la II Guerra Mundial.
Cuánto dolor y cuántos muertos se producen todavía en este continente, que anhela la paz pero que vuelve a caer fácilmente en las tentaciones de otros tiempos”, expresó el Papa a los parlamentarios del Consejo de Europa.
Dijo que la Iglesia Católica “considera que la carrera de armamentos es una plaga gravísima de la humanidad y perjudica a los pobres de modo intolerable”, antes de añadir que la paz “también se quebranta por el tráfico de seres humanos”.
Entre otros aspectos que retomó en su discurso -el segundo de su viaje a Estrasburgo-, el pontífice rogó por una “nueva colaboración social y económica” en el continente, “libre de condicionamientos ideológicos”.
Destacó además el “grave problema del trabajo, especialmente por los elevados niveles de desempleo juvenil que se produce en muchos países -una verdadera hipoteca para el futuro- pero también por la cuestión de la dignidad del trabajo”.
Por último, el pontífice instó al confrontamiento libre entre “toda instancia civil y religiosa” aunque teniendo en cuenta el respeto a la “separación de ámbitos” y la “diversidad de posiciones”.