“No ayuda en nada creer que todos los priistas son rateros”
Buenos y malos
José Elías Romero Apis
Existen dos formas esenciales de concebir los asuntos de lo político. Una de ellas es sencilla y simplona. Es lineal y plana. Es primitiva y muy inútil para las soluciones. Algunos lo han llamado “pensamiento político elemental” y se caracteriza por un maniqueísmo que conduce a pensar que existen dos bandos definidos donde se puede encuadrar a todos los hombres.
De esa manera, todos los de su país, de su religión, de su raza, de su partido o de su familia son virtuosos mientras que todos los ajenos son perversos y pervertidos. Todos los de su grupo son perfectos. Todos los de su equipo son ejemplares. Todos los de su banda son los mejores.
La otra forma de pensar es compleja y elaborada. Puede ser lineal pero, también, cuadrática o cúbica. Es superada e idónea para las resoluciones. Se le ha llamado “pensamiento político depurado” y se le identifica por un pluralismo que permite considerar que el encuadramiento humano no es nada más binario. Que en todos los nichos hay hombres de alteza y de bajeza. Que no existen fronteras definidas para la virtud y el pecado. Que en todos lados hay buenos y hay malos.
Todo esto no se refiere al talento o a la estulticia. Hay elementales inteligentes y tontos, lo mismo que depurados de ambos signos. Hay inteligentes que son ingenuos así como hay depurados que son ladinos. La inteligencia es una capacidad de la psique.
Tomemos algunos ejemplos. Un político muy elemental de los tiempos cercanos podría encontrarse en Ruholla Jomeini. Su concepción del mundo era exclusivamente binaria. En ella no había tercera dimensión. Pero el paradigma supremo de lo elemental podría encontrarse en Adolfo Hitler. Su país, su raza y su partido eran la frontera distintiva de todos los seres humanos. Para el Fuhrer era vil y despreciable todo lo que no fuera alemán, ario, nazi y perteneciente a su Tercer Reich.
Por el contrario, un buen ejemplo de pensamiento depurado se alojaba en Franklin Roosevelt. Para él, los hombres se identificaban por algo distinto de su simple naturaleza primaria y original. Por eso no le resultaba un problema aliar Estados Unidos con los comunistas rusos y en contra de los capitalistas japoneses. Le quedaba en claro que no todos los comunistas eran enemigos de Estados Unidos así como no todos los capitalistas eran sus amigos.
Por eso, en el terreno de lo real y concreto, es preocupante y peligroso concebir y operar los rudimentos de lo político bajo la óptica lineal y binaria. No nos ayuda en nada creer que todos los priistas son rateros, que todos los panistas son tontos o que todos los perredistas son salvajes. Nada más falso e inexacto. No se diga suponer que todos los uniformados están del lado de la ley, que todos los empresarios buscan el bienestar general o que todos los abogados perseguimos la justicia.
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