Tragedia de Iguala

 

 

Dios ha ordenado al tiempo que consuele

a quienes sufren una desgracia.

Joseph Joubert

 

José Fonseca

La terrible atrocidad de Iguala ha sacudido a la sociedad mexicana, es cierto; pero también lo es que ha sido capitalizada por los grupos que se han sentido agraviados por el gobierno peñista, igual que por quienes, por prejuicios ideológicos, luchan por debilitarlo.

Todos, incluido el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto tienen un problema. A este gobierno le quedan cuatro años, luego quienes primero tienen que romper el asedio son los miembros del gobierno federal.

Impensable que los adversarios, los explícitos y los solapados vayan a permitir que la atrocidad de Iguala sea olvidada. Después de todo ha sido la coartada perfecta para la catarsis y el desahogo de rencores.

Aunque no tengan razón sus adversarios, el gobierno peñista tiene que darle vuelta a la hoja. Mantener la difícil comunicación con los familiares de las víctimas, pero no quedarse atrapado en la inmovilidad.

Hay que tomar medidas, aunque sean costosas, para que la atrocidad de Iguala no se repita. Y también ignorar a los críticos que no les dejarán en paz.

Los problemas de México son complejos, lo han sido siempre. En muchas etapas de nuestra historia los gobiernos han enfrentado bandas criminales que agobian a los ciudadanos. Con dificultades, sí, pero con determinación se han superado cada una de esas etapas, aunque los resultados hayan sido insatisfactorios.

No hay soluciones simples a los complejos problemas de hoy. Menos las habrá cuando las discusiones sobre qué hacer son enturbiadas por los intereses cortoplacistas que caracterizan a todas las democracias.

Debemos reconocer que la democracia nunca se ajusta al ideal. No existe el mundo idílico en el cual los intereses políticos y económicos hacen a un lado sus ambiciones de poder para atender las soluciones a los problemas de la nación.

Gobernar en la democracia significa la disposición al diálogo, la tolerancia, la disposición a transigir sin humillarse, la disposición a hacer compromisos y, sobre todo, a conformarse con lo posible, no con lo deseable.

En eso la democracia se parece mucho a la vida.

 

jfonseca@cafepolitico.com