Sara Rosalía
No cabe duda de que la segunda mitad del siglo XX fue dominada por la no ficción. El detonador fue A sangre fría, donde Truman Capote relata, con afán documental, el asesinato de una familia. Que el autor se enamorara de uno de los asesinos condenados a muerte y fuera acompañado en la aventura con Nelle Harper Lee, autora de Matar un ruiseñor, añadió otro ingrediente de no ficción que provocó una zaga al menos de dos películas, aparte de la basada en A sangre fría.
Los creadores del llamado Nuevo Periodismo, como Gay Talese y Tom Wolfe, recorrieron el camino en sentido contrario. Se trataba de poner las técnicas o recursos literarios al servicio del periodismo. En vez de la forma impersonal, supuestamente objetiva del periodismo habitual, comenzó a predominar la primera persona e incluso el punto de vista, recurso fundamental de la literatura del siglo XX. En Los ejércitos de la noche, de Norman Mailer, el escritor juega un doble papel, el de autor y protagonista, ambos con su nombre real. Sin embargo, el predominio del diálogo, va a ser el sello distintivo. Tom Wolfe, cuyo fuerte es la crítica de arte, consideró, con agudeza, que el Nuevo Periodismo partía de la escuela realista del siglo XIX y él mismo fue llamado el Balzac de Park Avenue.
En México, y en otras partes de América Latina, se estaba incubando un fenómeno similar. Hasta no verte Jesús mío, de 1969, novela de Elena Poniatowska que proviene de una larga entrevista, pero sobre todo La noche de Tlatelolco, que se publica como testimonio de historia oral, abren nuevos caminos a la literatura mexicana. A su vez, Carlos Monsiváis calificó a su obra, desde Días de guardar, de 1971, como crónica, un género periodístico. Eso sí, como el Nuevo Periodismo, consideró que la crónica tenía un valor literario.
En 1971, Vicente Leñero escribe en la revista Claudia, “Raphael, amor mío”, el cual califica como reportaje cuento, pues quien narra es una joven que escribe en su diario que escuchó el concierto de Raphael en la Alameda y luego, en el centro nocturno El Patio. En su relato Los periodistas, imita deliberadamente el guion cinematográfico. Todavía más interesante es su teatro documental, pues, en Pueblo rechazado recupera el tema de la relación entre psicoanálisis y religión, tal y como sucedió en la vida real en el convento benedictino de Gregorio Lemercier, en Cuernavaca. Siempre a partir de la no ficción, o de la realidad o del periodismo, su novela Asesinato se basa en la muerte a hachazos del matrimonio Flores Muñoz. En Los albañiles, su novela que mereció el Premio Biblioteca Breve, alrededor de la muerte del velador de una obra en construcción se maneja la polifonía, vale decir el relato a varias voces o puntos de vista.
Sus obras más recientes se titulan Gente así y Más gente así. En esos libros, como Leñero se niega a revelar cuáles son ficticios y cuáles son reales, el lector puede o no tomarlos como “tajadas de vida” o meras imaginaciones. Sobre todo en el primer libro, se descubre un compacto grupo de escritores católicos: Miguel Ángel Granados Chapa, Ignacio Solares, Javier Sicilia, fray Tomás Gerardo Allaz Julio Scherer y, por supuesto, el propio Vicente Leñero. Ficciones o no ficciones, el conjunto de relatos son una lectura fascinante, ya porque se trata de anécdotas (la forma más popular de la literatura oral), fragmentos biográficos que nos permiten el placer voyeurista de espiar la vida ajena, saber o corroborar chismes. En resumen, una delicia.
En El martirio de Morelos se aventuró Leñero en el teatro histórico, otro género híbrido, entre lo real y lo imaginario, y de nueva cuenta en la fuente oral, pues asegura el dramaturgo que se sustentó en las declaraciones de Morelos ante sus jueces. Esta obra, dirigida por Juan José Gurrola, cerró su temporada, porque Gurrola, que interpretaba a Morelos se presentó borracho a la función, pero muchos suponen que la causa fue la forma en que el dramaturgo trataba la figura del benemérito. Sin embargo, el escándalo mayor y más reciente fue su guion El crimen del padre Amaro, basado en la novela homónima de José María Eca de Queiroz.

