Ricardo Muñoz Munguía

 La poesía de Ricardo Ariza es como una parvada de aves que fueron espantadas por un golpe de la memoria. Es así que la visión, nutrida con la memoria, encumbran el tema que se aborde. Con esto, el libro de Ariza, En donde la memoria arda, se vuelve una flama intermitente que guía la mirada al fondo de lo que atiende, como el caso expuesto en los primeros versos de “cada palabra”: “Cada palabra es un rostro que nos mira/ a través de los umbrales de la noche,/ cada palabra es un viaje hacia uno mismo,/ y una caída y un recuento de mudanzas”. La palabra, la razón que nos traslada, imagen que se vuelve un ramillete de brazos que nos jalan al significado y la esencia de lo que se trate.

La labor creativa de Ariza recorre panoramas completos, es decir, abarca con sus versos la raíz del tema que le ha jalado la atención hasta llegar a la corona de los mismos. Y lo ha conseguido desde muy joven. La inquietud —y virtud— que lo ha llevado al terreno de la poética, él lo ha sabido sostener. Eduardo Hurtado lo señala de forma magnífica en el prólogo al libro que hoy nos ocupa: “Desde temprano, la poesía de Ricardo Ariza se ha nutrido de una clara y persistente vocación memoriosa. Atravesando desde el origen por la experiencia y el ejercicio simultáneo de la imaginación, el quehacer de memorar soporta y articula sus poemas. Combinados en dosis minuciosas, el recordar y el recrear disponen la fórmula idónea para restituirle a la existencia una vivacidad inaugural”.

En donde la memoria arda es un poemario con escenas que atraviesan por el territorio de los sueños, de la cotidianidad, del recuerdo, del viaje…, que hurga “en los pasillos del corazón” y aterrizan en el espíritu creador de Ariza.

Cierro con una imagen valiosa, precisamente con la que abre el libro: “En donde la memoria arda podrá volver/ la noche de un verano ya remoto”.

 Ricardo Ariza, En donde la memoria arda. Eternos malabares, México.