EDITORIAL
Este año se cumple el IV Centenario de la segunda parte de la obra cervantina El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Por ese motivo, México debería adoptarlo como emblema para reconstruir el tejido social y combatir la crisis moral, sobre todo entre los jóvenes.
Hoy México necesita del Quijote. Nadie, como este personaje, encarnación de la justicia, la libertad, los derechos humanos y la paz, podría ser útil para concientizar sobre la importancia de construir una cultura sustentada en los valores humanos, ajena a la violencia y repelente a la anarquía.
La obra cervantina está más actual que nunca. Hace unos días, el magistrado del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación Flavio Galván invitó a la revista Siempre! a participar en un programa de televisión —producido por el órgano especializado—titulado El arte de juzgar.
Un proyecto en el que participaron todos y cada uno de los siete magistrados, y cuyo propósito fue analizar la presencia que ha tenido el derecho, la jurisprudencia, lo mismo en la plástica que en la literatura y en otras manifestaciones culturales.
A la revista Siempre! se le invitó para hablar de su símbolo, del Quijote, personaje que ha ocupado las portadas de aniversario desde su fundación en 1953.
El ejercicio permitió encontrar un interesante paralelismo entre el derecho constitucional electoral y los principios defendidos por el Caballero de la Triste Figura.
Así como el juzgador electoral protege y promueve la democracia a través de la defensa de la libertad, la legalidad, la equidad y los derechos humanos, Cervantes deposita en los bártulos de su personaje las mismas causas y principios.
A partir de este comparativo, Don Quijote emerge como el primer ombudsman de la humanidad. Y en ello hay cierta lógica porque al tratarse de una figura propia del Renacimiento, inspirada ya no en la divinidad medieval sino en la irrupción del derecho civil y la ciencia, se presenta ante los ojos de la humanidad como un claro defensor de la dignidad de los hombres.
Otro hallazgo encontrado en de El arte de juzgar son las tesis vanguardistas contenidas en varias de las innumerables alocuciones de Alonso Quijano. Para el Quijote, tener un buen gobierno no sólo es responsabilidad de las autoridades sino de todos y cada uno de los individuos que habitan una ciudad, país o comunidad.
Con ello, se asoma al concepto moderno de la democracia, por cierto poco desarrollado en México y que tiene que ver con la corresponsabilidad entre ciudadanía y gobierno.
A México le vendría muy bien que Don Quijote montado en Rocinante cabalgara entre las marchas de protesta que hoy proliferan en el país para hacer entender que la crisis nacional que hoy se vive no tiene un solo autor, ni un único responsable.
Pero regresando a El arte de juzgar, la conclusión de ese programa sui géneris fue que el arte no sólo está presente en una tela de óleo, en una piedra convertida en escultura o, como en este caso, en las páginas inmortales de la literatura sino en los principios quijotescos que un juzgador electoral o cualquier otro juez adopta, por convicción, para impartir justicia.
El magistrado y el Quijote coinciden en sus propósitos: ambos se plantean a fondo la justicia para construir, el primero, desde un tribunal, y el otro por los caminos de la vida, un mundo más democrático y justo.