Julio Scherer García (1926-2015)
Humberto Musacchio
Hay periodistas de época, nombres que llenan periodos largos de la vida nacional, hombres de pluma que en condiciones difíciles hallan la manera de romper barreras, de ir más lejos que los demás. A esa raza, en diferentes contextos y con muy diversas orientaciones pertenecen Lizardi y Francisco Zarco, Flores Magón y Salvador Novo, José Pagés Llergo y Julio Scherer García.
La muerte de Scherer marca un momento de México en el que lo viejo ya no funciona y lo nuevo todavía no aparece. Su deceso coincide con la aparición de un periodismo que, en buena medida gracias al mismo Scherer, ya no trata al Presidente de la República como un santón, sino como una figura pública cuya actuación está sujeta a análisis y crítica.
Igualmente, la desaparición física del fundador de Proceso ocurre cuando el Estado mexicano surgido de la revolución está totalmente desdibujado y se encuentra sumido en una crisis terminal, incapaz ya de proveer soluciones a los problemas sociales de la hora, uncido cada vez más vergonzosamente al gobierno del país vecino —el del norte—, pasmado ante la magnitud de los problemas que genera la misma realidad presente.
A Scherer le debemos un formidable jalón en la modernización del periodismo mexicano. Sus días al frente de Excélsior llevaron a un cambio que abrió rutas nuevas para el quehacer informativo e igualmente para el desglose de la función pública y para la crítica directa, sin rodeos, al poder y sus personeros.
Por supuesto, aquel Excélsior, que para muchos llegó a ser el mejor periódico de lengua española, no fue obra de un solo hombre, sino, como suele ocurrir, de la confluencia de muchas voluntades. Junto al entonces director de Excélsior y compartiendo su ansia renovadora estaban Manuel Becerra Acosta, Miguel Ángel Granados Chapa, Miguel López Azuara, Vicente Leñero y el más formidable equipo de reporteros y opinadores que se haya reunido en un diario mexicano.
Scherer era el líder, pero sus colaboradores más cercanos impidieron que tomara medidas erróneas o que siguiera líneas equivocadas. Porque, a fin de cuentas, los grandes hombres están hechos de la misma materia endeble que los demás y su propia relevancia agranda también sus limitaciones.
No siempre estuvo Scherer a la altura del momento. Su ambigua relación con Becerra Acosta o con Granados Chapa, la forma grosera de excluir a Froylán M. López Narváez y Carlos Marín, la excesiva condescendencia primero y la intolerancia después con varios reporteros que acabaron por salir de Proceso e incluso la forma de hacerse de la propiedad de la revista muestran a un Julio más pequeño que su imagen pública.
De cualquier modo, fue el hombre que estuvo en el momento justo y en el lugar indicado, que actuó con determinación y que, en tiempos de un presidencialismo exacerbado, ante la adversidad política se sublimó corriendo todos los riesgos. Eso le ganó un alto lugar en la historia de nuestro periodismo. Nadie podrá regateárselo.


