EDITORIAL
La reunión entre el presidente de México, Enrique Peña Nieto, y de Estados Unidos, Barack Obama, tuvo como marco una guerra energética que está modificando el orden mundial. México, como país petrolero, está en medio de ese conflicto y tiene que hacer lo necesario para no ser aniquilado.
¿Hablaron Peña y Obama de la nueva guerra mundial por el petróleo? Se antoja que un tema central de la reunión —aunque no publicitado— entre ambos mandatarios tuvo que ser, necesariamente, la construcción de una estrategia México-Estados Unidos, para hacer frente a la guerra que ha declarado la OPEP a los países que no son miembros de esa organización.
El dramático descenso del precio internacional del crudo forma parte de la estrategia que encabeza Arabia Saudita para impedir que Estados Unidos siga inundando los mercados con su petróleo de esquisto; tipo de crudo que ha permitido a Estados Unidos convertirse en los últimos tiempos en un peligroso competidor.
El reino saudí utiliza la baja demanda mundial de petróleo —consecuencia de la crisis económica generalizada— para elevar la oferta de crudo y provocar, en consecuencia, la baja de los precios.
Cabe señalar que los países de la OPEP no sólo han expresado su preocupación por el aumento de la producción petrolera norteamericana sino por la reforma energética aprobada en México el año pasado.
¿Por qué? Porque una alianza petrolera entre Estados Unidos y México, países que comparten en el Golfo de México reservas estratégicas, puede hacer que la OPEP deje de ser, como hasta hoy, el referente único en materia de precios.
Según Citi Research, México podría, con inversión extranjera, aumentar su producción petrolera en casi cuatro millones de barriles diarios, lo que lo convertiría en uno de los productores más importantes del mundo.
Puede destacarse que la reunión Peña-Obama se produjo también dentro de un escenario regional histórico: cuando se ha iniciado la normalización de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba.
Cuba, junto con México y Estados Unidos, comparte los yacimientos transfronterizos conocidos como Hoyos de Dona, ubicados en el Golfo. Se calcula que del lado mexicano existe una reserva de 50 mil millones de barriles; lo mismo del lado norteamericano, mientras que en la Dona Oriental, sobre la cual Cuba tiene derechos, la trasnacional Repsol estima que existen seis mil millones de barriles en el fondo marino.
En términos muy fríos, meramente geográficos, México, Estados Unidos y Cuba forman parte de un triángulo donde se encuentra una de las reservas petroleras más importantes del planeta.
Estados Unidos aspira, desde George Bush padre y seguramente desde antes, a construir una sociedad entre sus vecinos para romper la dependencia que tiene hasta hoy con los países de la OPEP.
Detrás de esta guerra petrolera siglo XXI hay poderosos intereses en juego. Otra vez, como en muchos otros momentos de la historia, las potencias utilizan el “oro negro” para modificar el escenario geopolítico a su favor.
Así como Arabia Saudita utiliza el precio del crudo para seguir controlando el mercado e impedir que Estados Unidos se empodere como país petrolero, Estados Unidos utiliza las condiciones para frenar la expansión rusa en el mundo, especialmente en América Latina, y ciertos consorcios presionan a México para obtener beneficios de la reforma energtica aprobada. er beneficios de la reforma energnes para frenar a olando el mercado e impedir que Estados Unidos asuma un lideraética aprobada.
No sería extraño, por lo tanto, que haya intentos externos para desestabilizar a México e impedir que llegue la inversión extranjera. Así, ocurrió, por ejemplo, durante la Revolución Mexicana y, más tarde, cuando se llevó a cabo la expropiación petrolera.
Temas como Ayotzinapa, migración, seguridad y derechos humanos formaron parte de la agenda Peña-Obama, pero sería ingenuo suponer que no hablaron de la “nueva guerra”. Sobre todo cuando ésta ha comenzado a reordenar la economía mundial y de la cual México, quiera o no, forma parte.