Guillermo Gutiérrez Nieto

La representación de los gobernantes y, en una época más próxima, de los Estados en el extranjero se ha realizado a través de agentes cuyo enrolamiento ha revestido las más diversas modalidades con el paso del tiempo. Así, durante siglos se pasó de asegurar que ellos tuvieran conocimiento en filosofía, cartografía, poesía, incluso caligrafía hasta garantizar su manejo de las relaciones públicas, su conocimiento del latín, de la negociación y la argucia para obtener información trascendente para los reinos o Estados que representaban.

El advenimiento de la Revolución Francesa, la etapa final de los últimos imperios europeos (redefinidos con la Convención de Viena de 1815), y la configuración paulatina del Estado contemporáneo, motivaron nuevos rumbos en la práctica de las funciones de los gobiernos, y el ejercicio diplomático no fue la excepción. La emergencia de los ciudadanos como nuevos actores en el ámbito público, permitió la inserción de nuevas generaciones de diplomáticos, a diferencia de antaño, cuando esos cargos generalmente los desempeñaron los familiares de la nobleza, miembros de la aristocracia y, en menor medida, de las fuerzas armadas.

En los prolegomenos de la Revolución Francesa por el continente europeo, destaca lo ocurrido en Prusia, durante el régimen de Fedérico el Grande, donde se inicia el reclutamiento y el adistramiento regularizado de servidores públicos;. De esta manera, al finalizar el siglo dieciocho ya se aplicaba en todo el servicio civil prusiano un sistema de méritos coordinado por una Comisión Superior Evaluadora centralizada, la cual garantizaba la profesionalización y la movilidad dentro del régimen de la época.

Dentro de esta misma tendencia, en 1754 surge en Austria la la Academia Diplomática de Viena primer referente de formación de cuadros para el servicio diplomático de un país. La Emperatriz María Teresa (1740-1780), a iniciativa de su Canciller W. Anton Kaunitz, decidió contar en su Corte con personal experto en lenguas y cultura de las regiones o imperios donde asignarían a sus representantes diplomáticos, preponderantemente en las principales ciudades del Imperio Otomano, para lo cual establecio la Real Academia de Lenguas Orientales (incorporada a la Universidad de Viena), convirtiéndola en el referente universal primigenio en la preparación de agentes para desempeñar responsabilidades internacionales. Aunque su leitmotiv fue el aprendizaje de idiomas extranjeros, desde su origen y hasta la fecha imparte el conocimiento necesario para para proteger y promover los intereses políticos y económicos de Austria; para ello, con el paso del tiempo se ha ofrecido la máxima capacitación en Jurisprudencia, Historia y Política, además del aprendizaje en negociacion y buenos modales, aunado al desarrollo de un alto sentido moral y de  compromiso con su país.

En México, la atención por formar servidores públicos dedicados a ejecutar la política exterior es de vieja data, sin embargo su materialización apenas alcanza cuatro décadas. De acuerdo a Jorge Alfonso Fuentes (“El Servicio Exterior: una historia de convergencias”. Apuntes de Política Exterior. Instituto Matías Romero, 2005), fue José María Gutiérrez Estrada, Secretario de Relaciones Exteriores durante los gobiernos de Santa Anna y Miguel Barragán, quien por primera vez planteó la necesidad de profesionalizar al servicio diplomático-consular mexicano. Aunque durante su gestión realizó diversas reformas, la más importante fue la creación de una escuela diplomática. Así, según este autor, en la Memoria de la Secretaría de Estado y del Despacho de Relaciones Interiores y Exteriores de 1835, el entonces Canciller anunció que:

“se establecerá en la capital, bajo la inmediata inspección del Ministro de Relaciones, un Colegio Diplomático, en el cual se enseñe pública y gratuitamente derecho natural, político, de gentes, y marítimo, historia general, geografía, economía política, y con especialidad la parte que se roza con el comercio, francés, inglés, alemán y diplomacia práctica. Los profesores de este establecimiento (excepto los de lengua) serán todos individuos del Cuerpo Diplomático, en estado de disponibilidad, así como el director y el vicedirector, sin disfrutar por eso de otra asignación ni gratificación, que su pensión (…) ”

Desafortunadamente esta propuesta no pudo concretarse por los avatares de nuestra historia nacional y las prioridades que desarollaron los responsables de las relaciones internacionales de México. Así, al igual que en otros países, por muchos años el servicio diplomático mexicano se engrosó con personalidades cercanas a los grupos políticos que gobernaron nuestro país, intelectuales y personalidades públicas de la época, la mayoría de los cuales actuaron como representantes de los gobernantes, más que del país, (Ministros Plenipotenciarios) y fueron auxiliados por personal local en sus respectivas adscripciones para el desempeño de sus tareas. También exisitió un flujo interno de personas provenientes de instituciones educativas vinculadas con el  Comercio, la Administración y las Ciencia Política, el cual nutrió de manera fundamental el ámbito consular; todos ellos recibían nombramientos provisionales de Vicecónsul y antes de ser incorporados al servicio exterior eran sometidos a un período de prueba para evaluar sus méritos y lealtad.

Es ya avanzado el siglo XX cuando se observan los cambios más sustantivos en lo relacionado con el servicio exterior mexicano, y por ende en su ingreso y formación profesional, todo ello a la par de los instrumentos jurídicos que han regído este conglomerado de servidores público desde sus inicios: las Leyes del Servicio Exterior (Diplomático y Consular) y sus respectivos reglamentos. Así, la Ley de 1967 estableció una Comisión de Personal, la cual apoyada por una Comisión Consultiva de Ingreso, elaboraba informes después de cada concurso comentando sobre los mejores candidatos  y sobre la mejor forma de aprovechar al personal recién ingresado. Al final, se determinaba el ingreso definitivo y se hacía los nombramientos iniciales: Tercer Secretario o Cónsul de Cuarta, según fuera el caso, todos los cuales aprendían sus responsabilidades de manera emprírica a lo largo de su trayectoria.

Un cambio trascendental en la consolidación del Servicio Exterior Mexicano acaeció en diciembre de 1974 con el establecimiento del Instituto Matías Romero de Estudios Diplomáticos, que inició sus actividades en enero de 1975 con el objetivo de “formar cuadros que al mismo tiempo que estén capacitados para los cargos designados, asuman la defensa de la tradicional política exterior de México y sus intereses, en un cambiante escenario internacional”. Su fundación constataba la preocupación del entonces Canciller, Emilio O. Rabasa, por contar con servidores públicos que respondieran al nuevo momento histórico de nuestro país, con cuadros capacitados dedicados a la defensa de los intereses nacionales y de los principios de política exterior.

El Instituto desarrolló sus actividades hasta 2006 en el viejo edificio de la Aduana del Pulque de Peralivillo. Después de cuatro años en el llamado Edificio Triangular de la Secretaría de Relaciones Exteriores, en 2010 se estableció en su actual sede: el antiguo oratorio dedicado a San Felipe Neri (República de El Salvador 47, Centro Histórico). En estos cuarenta años de existencia, el Instituto ha ocupado diversas posiciones dentro de la estructura orgánica de la Secretaría, lo cual constata la prioridad  que reviste para los titulares de la Cancilería desde su surgimiento. Salvo una etapa en la que fue parte de una Coordinación General que conglomeraba al instituto, al Acervo Histórico Diplomático y una área de Prospectiva Internacional, desde 1998 es un órgano desconcentado de la Secretaría de Relaciones Exteriores que actualmente comprende una Dirección General, dos Direcciones Generales Adjuntas (Academia Diplomática y Extensión Académica) y el Museo de la Cancillería.

En el cúmulo de actividades que desarrolla el IMR, la selección y formación de los nuevos diplomáticos representa algo medular. Para ello, en apego a la legislación vigente, participa de manera permanente en la Subcomisión de Ingreso, de la Comisión de Personal del Servicio Exterior Mexicano, en la cual participa en la organización y el desarrollo de los concursos públicos de ingreso al SEM; igualmente forma, capacita y actualiza al personal diplomático, de la Cancillería y al de otras dependencias de la administración pública a través de cursos sobre relaciones internacionales y política exterior.

Actividades adicionales, no por ello menos trascendentes, incluyen la publicación de la Revista Mexicana de Política Exterior y de otros materiales impresos; un programa radiofónico semanal en Radio UNAM sobre temas mundiales y de política internacional de México; la exposisión de obra artística en su espacio museográfico, así como el contacto permanente con otras academias diplomáticas e instituciones de enseñanza, con las cuales se desarrollan diversos programas de cooperación.ç

A partir de este fugaz esbozo, acumular 40 años representa un motivo de celebración, pero sobretodo un momento de reflexión frente a los logros y los nuevos desafíos. La impronta del Instituto Matías Romero en las labores cotidianas que realiza el servicio civil más antiguo de México es indiscutible. Sus actividades han respondido a la cambiante realidad internacional que afrontan los diplomáticos mexicanos, así como a las necesidades y objetivos de la política internacional de nuestro país. En ese sentido, mirar al futuro implica mantener el rumbo y madurar proyectos con otros actores académicos clave a fin de garantizar que el actuar de los ejecutores de la política exterior mexicana sea acorde al tiempo y a las circunstancias que afronten.

*Miembro del Servicio Exterior Mexicano desde 1992.