Entrevista a Beatriz Stolowicz/Profesora-investigadora de la UAM-Xochimilco
Moisés Castillo
El historiador Lorenzo Meyer asegura, en su libro Nuestra tragedia persistente (Debate, 2013), que la derrota del PRI en el 2000 no significó ningún cambio de fondo en el reclutamiento de la clase política en el ámbito del gobierno federal. En este sentido, hay pocos espacios para personajes de origen popular y discurso alternativo. La consigna de la campaña de Vicente Fox de “sacar al PRI de Los Pinos” quedó hueca y sin efectos trascendentes.
Sin duda la clase política mexicana, que abarca a quienes ocupan puestos de elección, la alta burocracia y la cúpula empresarial, se encuentra en una crisis aguda y se evidencia por la lucha feroz por un puesto, no por construir un proyecto de nación para las mayorías.
Existe un abismo entre el discurso de los dirigentes partidistas, los funcionarios de gobierno, los políticos profesionales, y la realidad verdadera que se traduce en incredulidad. La sociedad cuestiona la actuación de los tres principales partidos políticos tras los diversos casos de corrupción, despilfarro, fraudes al erario público, nexos con el crimen organizado, gustos lujosos, enriquecimiento ilícito, etc. Lamentablemente, la frase legendaria de Carlos Hank González sigue teniendo eco: “un político pobre es un pobre político”.
No es de extrañar que el 91% de los ciudadanos consideren a los partidos políticos como los organismos más corruptos, seguido por la policía (90%), funcionarios públicos (87%) y Poder Legislativo (83%), según el Índice sobre Transparencia y Combate a la Corrupción de la Secretaría de la Función Pública y la Unidad de Políticas de Transparencia y Cooperación Internacional.
El desprestigio viene desde los 90
Para Beatriz Stolowicz, profesora-investigadora del Departamento de Política y Cultura de la UAM-Xochimilco, el descrédito de los partidos políticos no es algo nuevo, data de la reforma político-electoral de 1996 donde, a cambio de financiamiento, el Estado incide directamente en la vida interna de los partidos.
En su esclarecedor ensayo El desprestigio de la política: lo que no se discute, publicado hace más de una década pero con una vigencia enorme, la académica señala que también el desprestigio de los partidos puede vincularse a la crisis de representación que éstos tienen respecto a los intereses de vastos sectores de la población.
En entrevista con Siempre!, Stolowicz lanza una pregunta: ¿qué es lo que te ofrece el sistema representativo actual?
“Tu votas y si en los próximos seis años no te gustó el producto que te vendimos, ya luego decides comprar otro, pero ya en esos seis años saquearon el país y tu no puedes decidir. Si partimos de esta realidad, no hablemos de democracia, hablemos de un sistema representativo que no es democrático”.
Al inicio del gobierno de Enrique Peña Nieto se destacó el Pacto por México, el consenso que alcanzaron los principales partidos políticos en una agenda común de temas estructurales, pero todo eso se esfumó el año pasado con el caso Iguala, ¿por qué los partidos políticos y la clase política llegaron a este punto crítico de desprestigio?
El desprestigio está desde los 90. La “alternancia” en el 2000 estuvo promovida desde el sistema y con apoyo de Estados Unidos para salvar al sistema político mexicano que estaba en una profunda crisis. Esta no es una historia coyuntural. El PAN, mientras estaba en la oposición, tenía un discurso democrático Había mucha ilusión de que “sacando al PRI de Los Pinos” avanzaría la democracia. Pero la experiencia de dos gobiernos de Acción Nacional mostró lo contrario. El PAN organizó un gran fraude en 2006 y el resultado de sus gobiernos está a la vista. Mucha gente entendió que no es sólo la alternancia lo que garantiza una verdadera democracia. Y el otro partido grande, el PRD, en lugar de jugar el papel de una alternativa real, llega a ser visto como un partido más del sistema.
Es lo que menciona en su ensayo: “algunos partidos de izquierda dedican buena parte de sus esfuerzos para negociar con la derecha políticas de Estado, subsumiendo para ello las movilizaciones propias”.
Es aquí donde está el punto nodal del desprestigio de los partidos, y habría que detenernos en este tema. El objetivo de los partidos de la derecha es hacer que el Estado legalice el saqueo del país, sus recursos naturales, la explotación de la fuerza de trabajo, de convertir a México en el gran mercado para las mercancías de las trasnacionales. Que la gente asocie a los partidos PRI y PAN con esto, no sería novedad. La novedad está en que la gente comience a asociar al PRD en este proceso, a un partido que nació como alternativa de centroizquierda democrática. ¿Cómo se origina esta crisis que lleva a la gente a decir “no hay por dónde”? Esto viene a mediados de los 90, con la reforma político-electoral de 1996 que se pensó como la reforma que nos permitiría entrar a la democracia liberal que carecía México. El problema es que esa reforma impone a los partidos, para estar en el sistema representativo como “pares”, con derechos iguales o similares, ciertas “reglas del juego”. Una es el financiamiento de los partidos por el Estado. Esta era una antigua demanda de la izquierda desde la reforma de 1977 que le dio registro electoral, que reclamaba equidad en el acceso a los medios de comunicación y en el financiamiento. Pero el financiamiento estatal en proporción al número de votos se convierte en un mecanismo de chantaje permanente a estos partidos nuevos, que para obtener esos recursos y mantenerlos tienen que conseguir votos como sea.
El proceso de crisis comenzó ahí, al convertir al PRD en un partido caza-votos, en una pura maquinaria electoral, con alianzas espurias, con un pragmatismo que lo fue alejando de su programa fundacional. Y debe tenerse presente que el financiamiento estatal de los partidos no produce equidad. Porque mientras los partidos de izquierda utilizan esos recursos en los tiempos electorales, los partidos de la derecha, que representan al gran empresariado nacional y trasnacional, están en campaña permanente a través de la prédica de los medios de comunicación, de las cúpulas conservadoras de las iglesias y hasta con el sistema educativo, que para eso lo han reformado y destruido. Esta es una vertiente del problema.
Partidos estatizados
Es decir, ¿una izquierda sin un auténtico compromiso con la ética de su práctica política?
Sí, y la ética es el principal capital político de la izquierda, irrenunciable. Otra vertiente del problema es que a cambio del financiamiento, el Estado incide directamente en la vida interna de los partidos, cómo se eligen sus autoridades, cuándo, en qué términos. Con lo cual todos los partidos pasan a ser estatalizados. Pierden autonomía para desarrollar su proceso democrático interno, es el Estado el que se va metiendo en la vida de los partidos hasta convertirlos en unas franquicias de su proyecto. Y cuando decimos “Estado”, son los grupos de poder que lo dominan. Vemos claramente cómo el sistema se va tragando a un partido que nació como partido independiente. Pero hay otra vertiente del problema, y es que el PRD fue cambiando sus concepciones programáticas, esto se observa en sus documentos. Desde mediados de los 90 fue aceptando la “inevitabilidad” de la llamada globalización impuesta por el gran capital, adoptó la postura de que no se podía hacer nada contra ello, nada más meter unos “parchecitos”. Y así abandonó sus objetivos verdaderamente transformadores.
Con partidos desprestigiados, débiles, ¿qué consecuencias tiene para nuestra democracia deteriorada?
Si vamos a hablar de democracia aclaremos que es mucho más que el sistema representativo liberal, que el sistema de partidos y los procesos electorales. La democracia es un orden social y político en el que la gente decide sobre su vida, sobre su presente y su futuro, y que lo decide todos los días. El cometido de este sistema representativo es “formar gobierno”, es elegir a las élites que por sí y ante sí decidirán a nombre de la gente. Es como cuando vas a la farmacia a comprar un medicamento genérico y te dicen que si no estás conforme con el producto te devuelven el dinero. Si no funciona el medicamento, me muero… ¿me devuelven el dinero? ¡Vaya, qué alivio!
Tú votas y si el producto que te vendieron no era lo que prometieron, entonces tres o seis años después puedes “comprar” otro producto. Si estamos preocupados por el desarrollo democrático del país hay que pensar cómo en cada uno de los espacios de la vida social, en el trabajo, en la escuela, en el barrio, y todos los días, se avanza en la capacidad de la gente de decidir por su vida individual y colectiva, y para eso se necesita avanzar en el conocimiento de la realidad, en la organización de la voluntad para producir cambios. Entonces sí habrá fuerza política para que el sistema representativo represente realmente. Estos partidos no debilitan la “democracia” que está concebida sólo para producir gobernabilidad, para la obediencia, sino que la refuerzan.
El voto nulo no tiene ningún impacto
¿Cuáles son los escenarios que se perfilan en este año electoral?
Es posible que en esta elección del 2015 haya una alta abstención; en las elecciones intermedias siempre es mayor, y además porque hay un gran enojo social. Pero en esta concepción conservadora de democracia la abstención no es un problema. Al contrario, cuanto menos se comprometa la gente, la decisión se toma en un núcleo más pequeño. Lo que sí les preocupa es que los que se abstienen de votar estén movilizados más allá del control de los partidos sistémicos. Este es el escenario en el que estamos.
En elecciones anteriores se habló del “voto nulo” como un instrumento de presión política hacia los partidos políticos, ¿es una alternativa eficaz para que las fuerzas políticas incorporen temas que realmente le importan a la gente?
No, el voto nulo no tiene, en términos electorales, impacto alguno. Es un acto de protesta individual y silenciosa que no modifica el resultado electoral, y se conoce después de que ya se decidió la elección. La abstención tampoco la modifica porque se cuentan los votos válidos, y aunque sean pocos, de allí salen los porcentajes. Si uno quiere manifestar el rechazo a un sistema que se presenta como democrático pero que no lo es, lo debe hacer de tal manera que el resto de la sociedad lo escuche.
Lo más importante para llegar a una elección y presionar sobre los partidos y candidatos es que la sociedad esté organizada, debatiendo, luchando por verdaderos cambios democráticos, y en ese escenario es probable que obligue a los que aparecen como candidatos a tomar en cuenta a la gente. Sin embargo, creo que en 2015 vamos a presenciar un fenómeno nuevo, aparece una cuarta fuerza en la escena electoral que es el Movimiento Regeneración Nacional y sí puede constituir una alternativa; recién comienza como partido pero hay antecedentes históricos de quiénes están en ese proyecto.
De 2000 a 2006 en la ciudad de México hubo una experiencia de gobierno distinta. No había represión, no era la policía la cara visible del gobierno como lo es actualmente; fue una ciudad que creó espacios para los jóvenes, que acogió a los jóvenes, el gobierno creó una importante universidad, 16 preparatorias, aquellos conciertos gratuitos en el Zócalo al que acudían libremente decenas de miles, el Zócalo era el espacio de expresión de la ciudad.
Tras la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, se evidenció un abismo entre lo que se escucha en las calles y se habla en el Congreso de la Unión.
Ayotzinapa vino a condensar el repudio y el dolor por lo que ocurre en el país, por las masacres que lo desangran en todas partes, y desencadenó la participación y la expresión social. No sabemos qué expresión electoral va a tener a mediados de año. El Congreso y la realidad de la gente son dos mundos absolutamente separados. En el Congreso, lo que hace la mayoría de los parlamentarios es darle forma legal al robo de la riqueza del país y se legaliza el despojo del fondo de consumo de los trabajadores para concentrarlo en el gran capital. Cuando se habla de las reformas estructurales, es eso, es convertir en estado de derecho el robo. En el mundo real de la gente están pasando muchas cosas. Esto es como los ríos subterráneos, en la superficie no se ven, pero cuando encuentran una grieta, una fractura, emergen con toda su fuerza. Aunque la lógica del Congreso es que no los vemos ni los oímos, estamos en una coyuntura política muy fluida. Y hay que procurar que estas inmensas expresiones sociales condensadas por la masacre en Ayotzinapa empujen un avance democrático en México.