El primo, arrepentido, se dedica a la caridad.

 

Carlos Guevara Meza

El pasado 19 de junio el presidente sirio, Bashar El Assad, pronunció en la Universidad de Damasco su tercer discurso al respecto de la crisis que vive el país desde marzo. A raíz de la magnitud de las revueltas (que incluyen deserciones de las fuerzas armadas y policiales), el éxodo de refugiados a Turquía y Líbano que ha provocado la violenta represión y las sanciones internacionales, algunos esperaban que el mensaje de El Assad fuera, al menos, conciliador. Pero no fue así.

Efectivamente anunció una ampliación de la amnistía para los opositores detenidos, reformas legales de todo tipo, incluyendo una revisión de la constitución, la convocatoria a elecciones parlamentarias en agosto próximo, además de su compromiso de que las reformas estén listas y operando ya en septiembre; invitó a los refugiados (más de 10 mil en Turquía y 5 mil en Líbano, y otros miles más intentando cruzar) a volver al país sin temor.

Sin embargo, también señaló “que no habrá reformas en medio del sabotaje y el caos”. Responsabilizó de las protestas a grupos de “delincuentes armados”, a “grupos de pensamiento islámico radical” y a una “conspiración internacional” que busca destruir a Siria. Las demandas de los opositores no son, por tanto, legítimas, ni tienen que ver con lo hecho o dejado de hacer por el régimen. En suma, la represión continuará hasta la pacificación total. Entonces habrá reformas, pero ninguna de ellas implicará su salida del gobierno.

El discurso fue tan decepcionante que de inmediato se generaron nuevas protestas en diversas ciudades, incluyendo la capital, Damasco, y la segunda del país, Alepo, que hasta ahora había permanecido tranquila; por no hablar de Deraa, Qameshli, Hama, Deir Zor, Horan y Maarat al Numaan (ésta última bajo sitio militar en toda forma), mientras  Jisr al-Shughur  se encuentra bajo ocupación después de la sangrienta represión de las semanas anteriores. Según organismos sirios de derechos humanos, la jornada de violencia produjo al menos 16 muertos, para sumar mil 100 personas muertas desde marzo y más de 10 mil detenidos, según estimaciones oficiales de la Alta Comisaría de Derechos Humanos de la ONU (los opositores calculan en cerca de mil 300 los muertos civiles, además de 340 policías y militares, la mayoría de los cuales habrían sido asesinados por las mismas fuerzas del orden).

El discurso fue antecedido por una declaración del primo del presidente, Rami Makhlouf, quien ha amasado una gigantesca fortuna a la sombra del régimen, anunciando que abandonaría los negocios y se dedicaría a la caridad, utilizando toda su riqueza para el bienestar del pueblo. Aunque, mientras tanto, su hermano, jefe de los servicios secretos, es uno de los principales operadores de la represión.

El discurso también decepcionó a la comunidad internacional: ministros de Exteriores de varios países cuestionaron la posición del presidente y llamaron a una mayor apertura del régimen. La Unión Europea anunció más sanciones e incluso Rusia, que se ha negado a apoyar las posturas intervencionistas, reconvino a El Assad. Y la crisis política aún no ha tocado fondo.